Este relato del evangelio de Marcos nos muestra los inicios de la vida pública de Jesús y, de manera concentrada, nos describe una jornada tipo en la que se aprecia lo que él normalmente hacía a diario.
Jesús aparece en un continuo traslado, de un lugar para otro, en escenarios que el evangelista coloca simbólicamente: la sinagoga (lugar sagrado), la casa familiar de Pedro (lugar de amistad e intimidad), el descampado (lugar público y abierto a todos) y las aldeas cercanas (todos los rincones del mundo).
El Maestro tiene tiempo para todo y para todos: oración desde muy temprano, trabajo (servir y dejarse servir), descanso y convivencia con los amigos y la familia. Se ocupa de Dios y de los hombres. Une vida de oración y vida de evangelización como acciones complementarias e inseparables. Jesús aparece cercano a los hombres y a todas las realidades de sufrimiento y dolor humano, y disfruta de la vida apasionadamente, con sus gozos y con sus luchas.
Sana a la suegra de Pedro, la coge de la mano como quien no es escrupuloso y es capaz de tocar las miserias humanas; y la “levanta”, verbo que usa Marcos para simbolizar la acción de resucitar a alguien. La vida, el amor y el servicio (la entrega) se hacen presentes allá donde está Cristo.
El reino de Dios ya ha llegado y Cristo lo hace visible al sanar a enfermos, al expulsar demonios… No es indiferente ni ajeno al dolor humano, se interesa por cada persona y lucha para sanar las heridas humanas, para transformarlas en alegría y vida. No le importan las formalidades vacías con pretextos religiosos, sino que se desvive por cada ser humano y todas sus preocupaciones.
No busca las seguridades, ni el prestigio ni el triunfo: “Todo el mundo te busca”. Por eso no permanece allí donde es admirado y le va bien, sino que va a donde está la gente y al encuentro de aquellos que no vienen a él, sino que más bien lo esperan (en las aldeas cercanas). Jesús nos enseña que el lugar idóneo para encontrar a Dios es en la praxis por la vida del pueblo necesitado y marginado, es decir, la caridad fraterna.
Emilio J. Fernández, sacerdote