

El Templo de Jerusalén junto a la Ley de Dios son las dos columnas en las que se sustenta la fe judía y las dos realidades más sagradas del judaísmo. Atentar contra una de ellas es hacerlo contra el mismo Dios.
El Templo es la Casa de Dios, la morada desde la cual Él gobierna el orbe, lo que le hace convertirse en un centro de peregrinación, especialmente coincidiendo con la Fiesta de la Pascua, en recuerdo de la liberación de Egipto.
El apego a los bienes materiales, especialmente al dinero, han corrompido el espacio sagrado y han vaciado de sentido las ofrendas y sacrificios de animales: la Casa de Dios se ha convertido en un mercado. Esta percepción que tiene Jesús, como buen judío, le duele en lo más profundo y hace que reaccione, para hacer visible su indignación, expulsando a quienes le ofenden con estos comportamientos.
Jesús es interpelado por los judíos y anuncia la destrucción del Templo y su reconstrucción en tres días, hecho que se cumplirá con su muerte y resurrección (3 días), porque, con su Encarnación, él se ha convertido en el verdadero Templo de Dios.
Así también los cristianos, por el bautismo, hemos sido constituidos como templos vivos del Espíritu Santo; y con nuestra vida hemos de glorificar a Dios.
Emilio J., sacerdote

