El sacerdote diocesano D. José Granados Puerto acaba de celebrar el 50 aniversario de su ministerio. Actualmente Consiliario de la Hermandad Escolapia de la Expiración y el Gran Dolor, D. José ha repasado con nosotros estas cinco décadas de servicio y entrega al Señor en la diócesis de Granada.
¿Qué es lo que más agradece en estos 50 años de su sacerdocio?
Haber seguido la llamada del Señor.
¿Cómo empezó su vocación?
De pequeño con 13 años llegó un sacerdote un 6 de enero al pueblo y yo le dije a mi familia que quería irme y no se opusieron. Me fui y me fui al seminario menor. De ahí fui a estudiar a Antequera, en Moguerra, en Sevilla y en Roma la licenciatura. Después de eso volví a Granada, en donde hice Magisterio civil y Filosofía y Letras en la facultad de teología de Granada.
¿Qué es lo que más cambió a partir de esa llamada con 13 años en relación con el Señor?
Pues esa relación, como ha ido acompañada de una educación cristiana, y de una educación de parroquia en el pueblo, ha ido cambiando como cambia cada criatura en la adolescencia, en el enamoramiento, en el matrimonio y también pues con las crisis propias de una relación matrimonial. La relación ha ido madurando, sabiendo que la vida es una llamada del Señor para un cristiano y la respuesta en la cual uno tiene que arrepentirse de cosas concretas pero no de lo fundamental que es la elección y el proceso del llamado.
¿Qué momentos en estos 50 años recuerda como más señalados de lo vivido en su ministerio?
Uno de ellos fue la ordenación sacerdotal, la vida que tuve en Sevilla y después ya de ordenado. Después al venir a Granada estuve tres años llevando la residencia de estudiantes universitarios. De ahí me trasladaron a Haza Grande, que es un barrio marginal por encima del Albaicín. Ahí tuve ocasión de entrar en contacto directo con la pobreza, los sufrimientos y un poco la miseria, que era tremendo lo que había allí, con el inicio de la droga que ya empezaba. Ese tiempo fue de lucha por aquellos niños, para que al menos consiguieran, no ya los estudios escolares, sino también el graduado. Y luego otro de los momentos bonitos fue el contacto con criaturas venidas de otras latitudes, porque ya empecé a ejercer de maestro y de cura simultáneamente. Recogiendo a muchos hombres y mujeres analfabetos, con un convenio logramos que si aprendían a leer con nosotros se les podía examinar con una cierta benevolencia para que tuvieran el carné. Aquello cambió mucho la relación.
Yo salí de allí después salí de allí para la parroquia de San José de Calasanz, ya en otro ambiente, pero ya aquello me marcó, Fue una época dura, pero generosa y hermosa.
Aquello le ayudó a vivir más el Evangelio
Sí, me sirvió para especialmente a la hora de ver que el Evangelio no era algo que flotaba en el aire sino que sucedía en la práctica.
Otra cosa que me cambió mucho fue el tiempo que estuve ejerciendo mi ministerio en la cárcel de Granada como maestro de prisiones. Colaboraba con los consiliarios de la prisión pero ejercía como maestro. Allí he pasado unos 17 o 18 años trabajando. Pasé también por el centro de Albolote. Aquello fue un plus en el cambio. Un amarrarte a la miseria, estando con el Señor, pidiéndole que tuviera piedad de uno.
¿Cuál fue su lema de ordenación sacerdotal?
Pues la verdad es que yo no lo tuve nunca pero si pudiera adherirme a uno sería el de Juan Pablo II, “Totus tuus”.
¿Qué ilusiones alberga después de estos 50 años de cara a su futuro como ministro de la Iglesia?
Sí, claro. Hombre, uno se va adaptando a lo que toca, a los posibilidades y edades. Los 76 que tengo ahora no son los 25 que tuve entonces. Los 40 no son los 50 tampoco, y las bodas de oro te marcan también. No por nada, sino porque caen ahora en un momento en el que precisamente estoy llamado a hacer otra reflexión. Yo estoy dispuesto a lo que el Señor me vaya poniendo delante de modo que a cada vez pueda decirle que sí.
Ignacio Álvarez
Secretariado de Medios de Comunicación Social
Arzobispado de Granada