De los casi quinientos mártires que se beatificarán próximamente en Roma, pocos tuvieron una relación directa con Granada, pues ninguno de los 23 procesos que componen esta beatificación se ha llevado en esta Diócesis. Por P. Javier Carnerero osst.
Más importante que el contexto socio–político es el testimonio humano de los mártires y su mensaje cristiano de vida, de perdón y de valor. Eso es lo que la Iglesia ha expresado en el culto a sus mártires (que desde el inicio murieron perdonando como Cristo en la cruz), ya que la mayoría de los estructuras sociales en los que se dieron las persecuciones han desaparecido, a veces sin más recuerdo, pero no el recuerdo de la victoria de aquellos que con Jesús dieron la vida por amor.
De estos casi quinientos mártires, la verdad es que pocos tuvieron una relación directa con Granada, pues ninguno de los 23 procesos que componen esta beatificación se ha llevado en esta diócesis. Sin embargo, hoy quiero presentaros una figura que pienso que es interesante por su cercanía intelectual con nuestra ciudad y, sobre todo, con nuestra Universidad: Fr. Melchor Martínez Antuña, de
Profesor de
“Al publicar el primero de ellos, las Escuelas de Estudios Árabes de Madrid y Granada rinden emocionado tributo de plegaria y recuerdo a la memoria del inolvidable compañero, mártir de la religión y de la ciencia”.
Parecido homenaje le hace desde el destierro Claudio Sánchez de Albornoz (Ministro del Gobierno republicano y Presidente de
“Nunca pensó su autor [el P. Melchor] dejarla inédita [su tesis, defendida en el 1935]. No llegó a publicarla porque fue asesinado durante la revolución social que siguió al alzamiento militar de julio del 1936. Me había confiado tres copias de su estudio… he querido sólo aquí explicar mi limpieza de intención al dar a la estampa la tesis doctoral de Antuña, como había publicado sus versiones, inéditas también, de Ibn Riqa y de Ibn al–Fallad, siempre movido por el hispano sentimiento de fidelidad a la amistad en la vida y en la muerte”.
Efectivamente, la persecución no se llevó sólo por delante a un religioso sacerdote sino a un eminente profesor y erudito; muchos de sus estudios, como los de tantos otros hombres de ciencia, probablemente se perdieron para siempre y tal vez, como en otros casos, la posibilidad misma de volverlos a reemprender al destruirse también los manuscritos, bibliotecas o archivos en los que estos trabajos se basaban. No es, sin embargo, la razón de estas letras dolerse del daño causado sino llamar la atención sobre el merecido homenaje a quién desde el estudio estuvo en algún modo unido a la ciencia de nuestra Ciudad (como alumno, como estudioso, como profesor), pues, aunque enseñaba en Madrid, ciertamente tuvo relación con nuestra Universidad, donde pronunció alguna conferencia. Me ha llamado la atención el título de una de ellas “Aspecto de la cultura del reino musulmán granadino:
El P. Melchor murió en Paracuellos de Jarama, junto con muchos compañeros de su comunidad y otros cientos de sacerdotes y religiosos. Las crónicas de
Los Padres Agustinos no tienen casa en nuestra diócesis pero si la tienen otros religiosos que con ellos beatifican a sus hijos (trinitarios, franciscanos, dominicos, carmelitas, salesianos, hermanos de las escuelas cristianas, maristas, adoratrices, etc.) a ellos se puede acudir si se tiene interés en participar en este evento de gozo para
Los nuevos mártires y Granada (II)
Hace unos días publicaba en esta misma revista un artículo sobre los nuevos mártires que serán beatificados el próximo 28 de octubre. Otra vez vuelvo sobre este tema para presentaros otras figuras que tuvieron relación con nuestra diócesis. Si el otro día hablábamos de un religioso sacerdote, académico y erudito de ese mundo árabe tan entrañable para los granadinos, las figuras que hoy os presento son radicalmente distintas. Y eso es hermoso, pues los 498 mártires, pese a que muchos de ellos son religiosos profesos, nos dan un amplio abanico de edades, vocaciones, actividades, estratos sociales, etc. estando todos unidos en la fidelidad a Cristo.
Nuestras protagonistas, son mujeres sencillas, abnegadas en el trabajo silencioso de
En mi anterior artículo os refería como los regímenes y contextos sociales que vivieron muchos mártires han desaparecido completamente mientras el testimonio de sus vidas permanece. Las religiosas adoratrices siguen trabajando en nuestra ciudad como entonces en su abnegada labor por la mujer y, después de 150 años sin triunfalistas proclamas, viven hoy el gozo de la beatificación de estas hermanas llamadas por Dios a un amor más grande; sintámonos muy unidos a ellas en la oración y pidamos al Padre que muchas jóvenes alentadas por estos testimonios puedan seguir su ejemplo de vivir, como ellas,
Las hermanas adoratrices preparan la peregrinación y os invito a acompañarlas en su alegría. Para ello podéis contactar con: H. Pilar Uríbarri, C/. Ramírez de Arellano n.º 11 91/4136230– 28043 Madrid, o con las comunidades de religiosas en Granada.
Los nuevos mártires y Granada (III)
Vuelvo de nuevo en estas líneas a presentaros un mártir relacionado con nuestra ciudad; esta vez es un sacerdote del clero secular de Córdoba, aunque forma parte del proceso de los PP. Salesianos por su vinculación como cooperador, junto con otros dos laicos también cooperadores: una madre de familia con una hija de pocos años y un joven catequista de 22 años. Su relación con nuestra ciudad es de tipo académico ya que en ella estudió Derecho, al menos un año (1897-98). Sin embargo, mi interés en esta figura no depende tanto de esto, pues ya nos detuvimos en un eminente erudito, sino en el sacerdote y el pastor. De todas formas no quiero olvidar que fue un hombre entregado al estudio con un brillante currículum académico, vocación al estudio que fácilmente aprendería entre sus profesores salesianos de Utrera.
D. Antonio Rodríguez Blanco fue un hombre de grandes dotes, estimado por sus superiores y que sin gran dificultad podría haber accedido a prelacías y puestos de autoridad, pero Dios quiso para él la vida parroquial, primero en su villa natal Pedroche, apenas un año, y después de dos cursos como profesor en el seminario, en Pozoblanco, su destino definitivo. Entrañable el elogio que hace de él el Sr. Obispo: “tendría cargos para darle en el palacio episcopal; pero como es un santo, lo envío a Pozoblanco para que sustituya a su tío, fallecido con fama de grandes virtudes”.
Los testimonios recogidos en el proceso de beatificación inciden en su celo pastoral, presentándolo como un incansable predicador y excelente director de almas, asiduo al confesionario, donde esperaba a los fieles y que procuraba que éstos murieran habiendo recibido los sacramentos; trabajando siempre por la gloria de Dios, él mismo enseñaba el catecismo a los niños, si era necesario. Un trabajo de tal intensidad (teniendo además en cuenta que nunca dejo de lado sus intereses académicos) tenía su base en una gran piedad, que era percibida (y esto es extremadamente importante) por sus coetáneos; así, resaltan su constancia en la oración, su amor a
Si todo esto fuese poco para ver en él un modelo de párroco tenaz y entregado, ejemplar por su celo y devoción, el supremo testimonio que el Señor le pidió rubricó estas virtudes y su entrega por su pueblo, principal anhelo de un pastor. Frases como “si me matan, en el cielo podré hacer más por vosotros” nos hacen ver cómo estaba su esperanza puesta en Dios; pero lejos de alejarle de la realidad, lo entregaban a ella con un coraje inusitado. Consiguió que se anulase una orden que impedía a los católicos asistir a la misa dominical tiempo antes de que la situación se desbordara. Cuando la situación empeoró y ya se tenían noticias de trágicos sucesos (entre ellos en su propio pueblo natal, con la muerte de familiares directos), muchos le aconsejaron de marcharse pero él no quiso abandonar su parroquia; a la fuerza tomó algunas precauciones, como ceder la sotana o vivir en otro lugar, pero rehusaba esconderse y siguió ejerciendo el ministerio bautizando a los niños que en esos días nacían, quería ir a celebrar al hospital, etc.
En muchos países los cristianos (y otras confesiones religiosas) no pueden vivir su fe con libertad, siendo ésta apenas consentida en el ámbito privado, o abiertamente perseguida como una lacra perniciosa. En estos lugares viven agentes pastorales, sacerdotes, consagrados o laicos que con gran riesgo, incluso de su vida, llevan la palabra de Dios, los sacramentos y el don de la fe a esas pobres gentes. Nosotros, sin embargo, gozando en buena medida de paz y libertad, nos enzarzamos en discusiones inútiles, hacemos dejación de nuestras obligaciones y no damos testimonio de nuestra fe aplanados por el hedonismo reinante, más fuerte que la persecución abierta. Ojala que testimonios como el de este santo sacerdote, mártir de Cristo, puedan ensanchar en nuestra alma el deseo de ser fieles y coherentes. Don Antonio Rodríguez Blanco, murió corriendo hacia la cruz del cementerio a la que pidió abrazarse antes de morir, los que lo ajusticiaron creyeron impedir esta última voluntad, pero el Señor colmó con creces su deseo.
Los padres Salesianos organizan también una peregrinación a la que os animo a uniros si es vuestro deseo. Para más información pueden dirigirse al P. José Martín Pulido 954426812 o a las comunidades de salesianos de Granada.
Los nuevos mártires y Granada (IV)
Hoy quiero presentaros unos mártires que no estuvieron en Granada, ni tienen relación directa con ella, pero que murieron en un santuario de gran devoción para muchos granadinos, el Real Santuario de
Los Trinitarios llevaban poco tiempo en el cerro del cabezo, desde 1930, y su llegada había colmado de gran satisfacción al pueblo cristiano pues, pese a la precariedad de las comunicaciones y la dureza de vivir en un lugar tan aislado, el culto y la atención a los peregrinos se había mejorado considerablemente. No era para menos, pues uno de aquellos primeros frailes, el P. Félix de
Es paradójico que la llegada de los milicianos al Santuario, ante las sospechas de que en él se refugiaban fuerzas rebeldes, fue propiciada por los mismos padres que les invitaron hacer un registro minucioso del mismo que les persuadiera de lo infundado de sus temores. De nada sirvió; días más tarde se les pidió que abandonaran el recinto (con la orden expresa de abatirlos si no lo hacían). Los religiosos pudieron consumir las especies eucarísticas y despedirse de
“Los trinitarios del Santuario estaban a oscuras de la persecución total contra la religión desatada en aquellos días.” Con en esa inocencia no eran capaces de comprender la causa de su expulsión: “¿Por qué nos echan de aquí? ¿Es que tienen alguna queja de nosotros, sea moral, sea administrativa?”. “No tenemos ninguna queja de ustedes. Comprendemos la injusticia, pero como este régimen no admite frailes, tienen que bajar del Cerro.” Los milicianos aconsejaron a los padres quitarse los hábitos; sólo el Padre Prudencio no consintió y cuando el miliciano le advirtió del peligro que corría, él contestó: “No importa, si por eso nos matan, estamos muy conformes de morir como religiosos”.
En Andujar (ciudad en cuyo término está el Santuario) los religiosos debieron hospedarse en distintas casas; los padres Prudencio y Segundo lo hicieron juntos, recuerdan sus anfitriones cómo se pasaban el día rezando y preparándose para la muerte, seguros de que era su fin; efectivamente, apenas dos días después de bajar del Santuario, con la excusa de interrogarles, los sacaron de allí y en una calle les dispararon por la espalda, según el testimonio de los vecinos a los que conminaron a encerrarse en sus casas. El P. Segundo minutos antes les había ofrecido un cigarrillo. Era el 31 de julio de 1936.
El P. Juan de Jesús y María apenas llevaba cuatro meses en la comunidad; había llegado desde Madrid, donde era rector de la Iglesia de san Ignacio de los Vascos, confiada a
“Cantando hasta la muerte. Estremecedora escena martirial. El último recuerdo de don Bartolomé Torres, el sacerdote con quien se confesó el P. Juan antes de salir de
Cantemos como ellos al Señor por la alegría de su victoria, por el gozo de su testimonio, por la gracia de la beatificación. Los padres trinitarios preparan una peregrinación; si algún devoto de
Los nuevos mártires y Granada (V)
Como última figura de esta pequeña serie que os he querido presentar para prepararnos a la beatificación, quiero mostraros un laico, D. Álvaro Santos Cejudo. No me consta que trabajara en Granada, aunque muy bien podría haber traído su tren hasta aquí en su condición de maquinista de RENFE, en los muchos viajes que tuvo que hacer en su vida. Pero aunque su figura no esté relacionada con nuestra ciudad, no podría dejar estas líneas sin presentar entre ellas alguno de los laicos que serán beatificados el próximo 28 de octubre. Entre ellos hay madres de familia, jóvenes catequistas, padres de religiosos, adoradores nocturnos, cooperadores salesianos, miembros de Acción Católica; pero teniendo que elegir he escogido a este hombre trabajador, padre de familia, adorador nocturno, por serme más cercano.
Fue adorador nocturno en el convento de Alcázar de San Juan de los PP Trinitarios en el que yo entré en
Este buen hombre, fue fiel seguidor y defensor de Dios y de sus ministros, aunque no fuera lo políticamente correcto entre sus compañeros y le valiese que algunos le señalasen con el dedo o le apuntasen con un arma. Pero él confió en el Señor, al que amaba, se aferró a la promesa de que Él no nos prueba por encima de nuestras fuerzas y que derramar la sangre por Cristo limpia todas nuestras culpas, diciendo: “mis enemigos no podrán nunca hacerme más daño que el que Dios les permita”. Un hombre de tierna piedad, bueno y cabal en su estado y oficio, no dejaba la misa diaria cuando podía y cuando su oficio se lo impedía lo sentía amargamente; se quitaba de comer no sólo por los necesitados (nunca fumó para que a su madre no le faltase para vivir) sino para sostener a
No dudo en ofrecer a Dios con generosidad los sacrificios con los que le fue probando durante su vida, ni cuando se llevó a su mujer, ni cuando sus hijas le dijeron que querían ser religiosas, a pesar de que se quedaría solo; es más, todo ello le acercó más a Dios. Probado en lo poco fue llamado a más grande servicio. Inculcó en sus hijos el amor a Dios, a
El día de su arresto algunos compañeros intentaron salvarlo; de hecho evitaron que se le ejecutaran allí mismo, pero no pudieron evitar que fuese llevado a la prisión. En ella compartió suerte con algunos hermanos de