D. Javier Martínez habla sobre San Efrén de Nisibe. Acaba de abrirse la web www.sanefren.es, en la que el Arzobispo de Granada ha querido regalar a la Iglesia de Granada y a la Iglesia universal el fruto de su trabajo de traducción de las obras de San Efrén de Nisibe durante 25 años. Nos acercamos a la figura de San Efrén y qué ha supuesto para D. Javier Martínez ese trabajo.
¿Quién era San Efrén?
San Efrén fue un colaborador del Obispo de Nisibe y, los diez últimos años de su vida, después de que Nisibe fue entregada a los persas, en el 363, también del Obispo de Edesa.Y yo creo que ejercía, de algún modo, de responsable de la formación cristiana en las Iglesias de Nisibe y Edesa.
Su obra es, sobre todo, una obra poética, cuyo marco era la liturgia, en un momento en el que la Eucaristía tenía la forma de una vigilia nocturna, en la que se leían textos largos y había espacio para meditar esos textos. Parte de sus composiciones poéticas para la liturgia se llaman madrâshê, y son cantos que comentan de una manera meditativa pasajes de la Escritura. Y algunos de esos himnos se tradujeron muy pronto al griego y al armenio.
Uno de sus pensamientos más frecuentes es que, ante el misterio de la Encarnación del Verbo, las dos únicas posturas racionales e inteligentes son, o el silencio que adora, o la alabanza que canta.
San Efrén ha sido considerado como un Padre de la Iglesia, para todas las Iglesias del Medio Oriente y, en buena parte, también para la Iglesia bizantina y la Iglesia eslava, y fue conocido con el nombre de cítara del Espíritu Santo, y es considerado como uno de los grandes poetas cristianos de todos los tiempos.
Sus obras se perdieron, en gran parte, durante muchos siglos, aunque seguía teniendo una gran fama, y en las Iglesias siríacas había quedado lo que había permanecido en la liturgia con el paso del tiempo, que no era poco, pero faltaban aspectos muy decisivos de su obra.
Aproximadamente en el siglo VI, se estableció en Egipto un monasterio de los sirios. Y un abad de ese monasterio, inteligente, en el siglo IX, importó para la biblioteca muchos libros de Siria de obras anteriores. Eso ha permitido que se conserven, no sólo las obras de San Efrén, sino muchos tesoros de la literatura siríaca de los primeros siglos.
Esas obras fueron descubiertas en el siglo XVIII. En el Vaticano se hizo una primera edición en el siglo XVIII, muy imperfecta en cuanto a las exigencias críticas que hoy tendríamos para la edición crítica de las obras de un autor antiguo. Posteriormente, a finales del siglo XIX, se hizo otra edición, aunque la verdadera edición crítica de gran parte de las obras ha sido realizada por un benedictino alemán en la segunda mitad del siglo XX.
¿Cómo conoció a San Efrén?
Lo conocí porque una profesora de arameo, en la Escuela Bíblica de Jerusalén, nos hizo traducir un himno suyo, y nos llevó una vez a un monasterio sirio ortodoxo, el de San Marcos, en Jerusalén, para escuchar las vísperas, y allí se cantaban himnos de San Efrén.
Más tarde, en mis estudios en América, hice varios seminarios sobre él, con un gran experto en literatura siríaca, que es el profesor Griffith, y cuanto más me aproximaba a él, más me entusiasmaba su lectura.
Después de mi nombramiento episcopal, pensé que un servicio que yo podría hacer para la Iglesia, y que me perdonaría algunas limitaciones y algunos pecados, sería dejarle a la Iglesia un tesoro, como es la obra de un gran maestro de la fe.
El entusiasmo que me produce San Efrén, como expreso en el Prefacio de la página web, tiene una particular actualidad. Él tuvo que luchar contra el racionalismo arriano, que era un intento de secularización en el marco de la cultura helenística del misterio cristiano, y contra los gnósticos, que era una especie de sincretismo helenista-oriental con aspectos cristianos. Y, curiosamente, en el caso de los gnósticos, con un rechazo muy grande a la Creación. Y San Efrén es un cantor de la Creación, de la belleza de la Creación. En alguna ocasión dice: “Es admirable ver hasta qué punto la arcilla lleva impresa en sí misma la belleza del Creador”. Yo creo que una frase de este tipo basta para justificar la dedicación de la vida entera a su obra. Yo le he podido dedicar, desde que soy Obispo, el tiempo de vacaciones, mi tiempo libre, y cada vez es menos, pero lo que está hecho deseo ponerlo al servicio de la Iglesia para que muchos lo puedan gozar.
¿Qué ha supuesto ese trabajo para su vida?
La obra de San Efrén, como la obra de los Padres de la Iglesia, y él es un gran Padre de la Iglesia, está impregnada por entero de la Escritura. Y traducir a San Efrén es una manera de meditar en la Escritura, y de no perder el saboreo de la Escritura permanentemente. Toda la obra de San Efrén, como toda la obra de los Padres, es un eco de la Escritura. Para ellos, el libro era la Escritura.
Trabajar en la obra de San Efrén, a mí me ha servido para familiarizarme con un aspecto de la tradición cristiana, extraño para nosotros, y, en un sentido, particularmente atractivo. En muchas ocasiones, para mí el traducir, o el contemplar lo que traducía, o el esfuerzo por traducirlo de la manera más fiel posible, era casi como una forma de estudio y de oración al mismo tiempo.
Y, luego, siempre me ha atraído mucho, y me ha hecho enriquecer la formación que yo había recibido, la perspectiva de la belleza, que para él es un concepto central de la experiencia cristiana, y la conexión entre Creación y Redención, que para nosotros son dos mundos completamente separados, y para él, en cambio, son dos mundos que no se entienden el uno sin el otro. En ese sentido, yo siempre he pensado que si Von Balthasar hubiese conocido más tempranamente en su vida la edición crítica de las obras de San Efrén, sin duda le hubiera dedicado algún apartado en los volúmenes de la Estética teológica de gloria dedicados a estilos. Porque si hay algún autor de la tradición cristiana para el que la gloria, es decir, la Belleza de Dios, y la belleza en su criatura, y en el que la relación entre ambas bellezas sea central, ése autor es San Efrén, que es un Doctor de la Iglesia universal.
En eso me ha enriquecido extraordinariamente. Y me parece, además, que es enormemente actual, en su extrañeza. Porque no cabe duda que un autor de Mesopotamia, en el siglo IV, culturalmente nos es muy lejano. Y, sin embargo, sus expresiones, ciertas frases, ciertos modos de mirar las cosas son extraordinariamente inmediatos, cargados de significado, para el hombre moderno. De hecho, si alguna vez pudiera escribir un libro sobre San Efrén, lo titularía Lo divino en la carne, porque para él ésa es la manifestación de la gloria de Dios, y él la ve siempre desde esa perspectiva, en la Encarnación y en la Iglesia, que continúa la Encarnación. Hasta tal punto, para él, la Iglesia continúa la Encarnación, que hay himnos en que no se ve con claridad si está hablando de María o está hablando de la Iglesia, y, de hecho, está hablando de las dos.
¿Qué puede aportar su obra al hombre contemporáneo?
Yo creo que, justamente, la superación del dualismo en el que vivimos, por el que el mundo de la Creación es un mundo que pertenece a la ciencia, esclavo del poder de la ciencia, y no tiene nada que ver con Cristo; y el mundo de la Redención, que no tiene nada que ver con nada creado, sino que es un mundo, en sí mismo, aparte y fuera de lo creado, y casi fuera de la realidad. San Efrén no entendería eso en absoluto. Para él la Creación es, toda ella, un símbolo de Cristo. Para quien tiene la mirada pura de la fe, está toda ella preñada de Cristo. Yo creo que lo cristianos necesitamos redescubrir eso. Y que la Iglesia no es una institución organizativa, sino que es, sencillamente, la carne transfigurada por la presencia de Cristo, es decir, la historia humana, y el barro de la historia humana.
Una parte muy extensa y muy bella de los himnos de San Efrén, compuestos para la liturgia, tienen que ver con la ciudad de Nisibe asediada, con los obispos de Nisibe y su papel en el asedio de la ciudad, con los campos quemados, con el significado de la Historia cuando Nisibe es entregada a los persas, o sufre la persecución de Juliano el Apóstata. Eso hizo que en la liturgia quedasen solamente fragmentos, porque su obra está absolutamente pegada a lo que está sucediendo en su momento, visto siempre desde la perspectiva del milagro de la Encarnación. Tiene algún himno pascual, extraordinariamente bello, donde, sólo en la última estrofa que se nos conserva, aparece que una parte de la comunidad cristiana, concretamente las vírgenes y los célibes, han sido exterminados, las iglesias han sido quemadas, y el himno rebosa alegría. Si faltara esa estrofa, uno pensaría que está en el Paraíso.
En la web aparecen muchos textos. Para alguien que entra por primera vez, y que desconoce absolutamente la obra de San Efrén, ¿por dónde empezar?
Me es muy difícil… Tal vez los más inmediatos sean los himnos de la Navidad. Los cuatro que están en este momento colgados en la web son largos, pero son relativamente sencillos, sobre todo el primero y el cuarto, que son himnos para la noche de Navidad.
También los himnos sobre la perla, de la colección de himnos De fide son bellos. Siempre hay estrofas que son difíciles, y de repente uno se encuentra con una perla en la que uno puede detenerse. Son himnos para contemplar.
Una cosa que a mí me ha sorprendido siempre en San Efrén es que él escribe siempre para gentes que son comerciantes, soldados, mujeres de caravaneros, y caravaneros que se detenían en Nisibe, que era una ciudad fronteriza, comercial, por donde pasaban las rutas de las caravanas hacia la Baja Mesopotamia y hacia China.
Es decir, no está escribiendo para monjes, o especialistas en religión, o para teólogos. Y, sin embargo, es llamativa la finura de sus textos, su conocimiento de la Escritura, su no rebajar el nivel de lo que les es posible comprender al mundo mundano.
¿Si tuviera que escoger un verso que le haya marcado especialmente?
“De la misma manera que la Virgen llevó en su seno los miembros de Cristo, así también la Creación está preñada de Cristo con sus símbolos”.
Pilar Fernández Palop
Semanario FIESTA