Extracto de la homilía de Mons. Javier Martínez, Arzobispo de Granada, en la celebración de las Ordenaciones sacerdotal y diaconales de Moisés Fernández, como nuevo presbítero, y Tommaso Bernetti, Emmanuel Jesús Vega, Moisés David Mendoza y Pau Codina como diáconos, el 30 de junio de 2013, en la S.I. Catedral.
Queridísima Iglesia del Señor, reunida tan gozosamente y de una manera tan desbordante en esta hermosa mañana, muy queridos sacerdotes concelebrantes, queridos Moisés, Emmanuel, Moisés David, Pau, Tommaso, queridos hermanos todos:
Simplemente, el hecho de que estemos aquí pone en manifiesto y proclama cómo la Iglesia vive una ordenación, cómo la Iglesia vive su percepción de la importancia, del significado que tiene para la entera Iglesia el sacramento del Orden que será administrado en el Orden del Presbiterado y en el primero de los Órdenes, en el del Diaconado, de cinco hermanos nuestros, cuyos padres, familiares y las comunidades estáis aquí.
Dios mío, hay algo en la percepción vuestra que nos dice a todos la necesidad que el pueblo cristiano tiene del sacerdocio, y lo que aprecia la figura del sacerdote. El otro día, una anécdota bien sencilla, enviando a un sacerdote a un lugar donde no hay un sacerdote de manera estable, aunque habían ido sacerdotes a atenderlo, y me contaban después que había sido una verdadera fiesta pensar que van a tener un sacerdote dedicado a ellos permanentemente, y algo parecido expresa esta mañana.
Todos los sacramentos son acciones de Cristo resucitado vivo. Los sacramentos, todos ellos, nunca son cosas que nosotros hacemos por Dios, nunca son obligaciones que nosotros tenemos que «cumplir» de alguna manera como unos deberes que uno cumple, con leyes de tráfico o de otro tipo. Los sacramentos son regalos que el Señor nos hace, y el contenido de ese regalo es Él mismo, siempre, en formas diferentes: en el Bautismo, en la Confirmación, en la Eucaristía, en el Matrimonio…
Como hay tanta confusión en el matrimonio en estos momentos, dejadme detenerme un momento ahí. El matrimonio no es un sacramento porque sea una ceremonia que se celebra en la Iglesia y que bendice normalmente un sacerdote, salvo en caso de necesidad, sino el matrimonio expresa el regalo que Cristo hace de su propia vida a los esposos en su propio amor. Y es sacramento, no en el momento en que se está celebrando en la iglesia, es sacramento en toda la vida de los esposos.
En ella, Cristo se hace signo vivo de cómo el marido está llamado a dar su vida por su esposa como Cristo la da en el altar y adaptarse, y a dejarse descuartizar por su esposa como el Cuerpo de Cristo se rompe y su sangre se entrega por nosotros, por su esposa la Iglesia, y a cómo la mujer debe darse y amar al marido y a sus hijos. Pero es el matrimonio, el amor de los esposos, es como el pan y el vino en la Eucaristía, Cristo se hace presente, y basta ver a un matrimonio cristiano cuando lo es para poderle reconocer, aquí está Cristo, aquí está Dios, hay algo misterioso del espesor, de la misericordia, del amor, del perdón… uno hace presente el misterio de Cristo. Lo mismo en la Unción de los enfermos.
Pero dejadme deciros que de alguna manera el sacramento, no voy a decir el primordial, en los textos del Concilio, recogiendo la Tradición, la Iglesia nace del Bautismo, y la Eucaristía es una fuente de la plenitud de la vida de la Iglesia, y sin embargo, de alguna manera intuimos que todo eso es posible, es decir, la presencia de Cristo en los demás sacramentos, y no sólo en los demás sacramentos, sino en la vida cotidiana de la Iglesia, en nuestras vidas en el mundo, son posibles gracias a otro sacramento en el que el Señor ha querido hacerse presente de una manera personal.
Todos los sacramentos, misteriosamente, sacramentalmente, simbólicamente, aunque hay que matizar mucho la palabra símbolo, hacen presente a Jesús vivo y sacramentado, pero sólo hay uno en el que esa presencia se hace carne humana; todos los sacramentos provocan de alguna manera la Encarnación del Hijo de Dios y su acto de entrar en la historia, pero hay un sacramento en el que esa prolongación de la Encarnación tiene rostro, tiene una fisionomía propia, es humana, como era humano el rostro de Cristo nacido de la Virgen cuando anunciaba el Reino por los caminos de Judea, de Palestina, de Galilea, de Samaria, como en el Evangelio de hoy, y ese sacramento es el sacramento del Orden Sacerdotal. (…)
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
30 de junio de 2013
S.I. Catedral