“Sentirnos los unos parte de los otros”

Homilía en la Santa Misa del viernes de la XXIX semana del Tiempo Ordinario, el 23 de octubre de 2020.

Mis queridos hermanos;

En el Evangelio de hoy, Jesús alude a cómo los hombres en la Antigüedad (y antes de que existiera el hombre del tiempo y los móviles, que es ahora donde nos enteramos más o menos del tiempo que va a hacer, y a veces con una precisión muy grande) tenían que fiarse de los signos que veían en el cielo. Y Jesús describe los dos signos de los dos climas únicos que hay en Palestina, que es cuando aparece una nubecilla por el poniente, es decir, por el mar en Palestina, es señal de que viene la lluvia. De hecho, el profeta Elías, después de los años de sequía que él había anunciado y prometido que vendrían, el primer signo que ve dice “veo una nubecilla que se levanta por el poniente”, que luego se ha convertido en símbolo de la Virgen, que anuncia la Redención, porque la lluvia es vital para el pueblo de Israel.

Y cuando los Salmos hablan de “¡Alegraos, islas!”, eso quiere decir que está lloviendo por el Mar Egeo y que la lluvia viene para Israel. Y en cambio, el otro tiempo es el viento del sur que seca los campos, destroza las cosechas, trae las pagas de langosta y, posiblemente, significa un año de pobreza para Israel. Nosotros no vemos, no nos servimos de los signos. Todavía nuestros padres, nuestros abuelos conocían muy bien cuando llegaba la lluvia, o cuando venía el buen tiempo, o cuando se echaba encima una tormenta. Y, sin embargo, lo que hace el Señor ahí es invitar a discernir
–diríamos- lo que se trata, cómo vivir los signos de los tiempos. Los signos de los tiempos a los que él se refiere es Su Venida, Su Persona. Es decir “como no os dais cuenta cuando yo digo ‘ha llegado el Reino de Dios’”. Es verdad que ha llegado a pesar de que quienes acompañaban a Jesús no eran trompetas, ni soldados, ni grandes expresiones mundanas de poder, sino más bien todo lo contrario. Pero el Reino de Dios, es decir, la salvación de Dios, el cumplimiento de las Promesas de Dios, la Vida de Dios, estaba ahí al alcance de la mano de los hombres. Eso era lo que ellos tenían que discernir y lo que Jesús les invita a discernir, les dice que eso no saben verlo.

A nosotros también nos pide el Señor que veamos en nuestro tiempo y que lo veamos desde Dios. Yo sé que vivimos un tiempo particularmente difícil. Este segundo brote del coronavirus pilla a la gente muy cansada del primero, saturada de las noticias que parece que son, que no tienen otro tema que justamente las malas noticias del crecimiento de los afectados, y del crecimiento de la expansión, y de la difusión del virus. Y entonces, ¿cómo vivir este tiempo?, ¿cómo hacerle frente desde el Señor, desde Dios? Yo creo que la Primera Lectura nos da algunas claves. Nos dice: “Os ruego que andéis como pide la vocación a la que habéis sido convocados”. Lo de “convocados” me hace gracia porque, claro, una vocación es una llamada y lo que significa es que hemos sido llamados en común, hemos sido llamados juntos para vivir esa vocación. Y nos da unas cuantas reglas de ser humildes y amables con los demás, ser comprensivos, sobrellevarnos mutuamente con amor, esforzándonos en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz. Eso es más difícil con los prójimos que con los lejanos. Porque los lejanos no están con nosotros y, por lo tanto, no salen tanto a la luz nuestros límites. En cambio, y en situaciones de dificultad, se pone muy de manifiesto los límites de cada uno, los cansancios, y uno tiende a pagarlo con quien tiene más cerca. Es un signo de nuestra pequeñez y por eso nos pide San Pablo una vida que todos entendemos cuál es: una vida de humildad y de afecto, y de ayuda, y de buena disposición para con los demás, de comprensión con los límites de los demás y con los límites propios.

Luego dice, un solo cuerpo y un solo Espíritu. Dios mío, yo creo que en eso sí que nos falta mucho camino por andar, incluso intelectualmente, quiero decir de comprender que no somos cristianos como una suma de individuos que cada uno se las arregla para vivir su vida de manera individual, sino que somos cristianos porque el Señor nos ha reunido en Su Cuerpo, que somos una unidad, una unidad grande. Y esa unidad es nuestra fuerza, porque es esa unidad la que nace del Espíritu de Dios. Un solo cuerpo y un solo Espíritu.

Que el Señor nos conceda comprender que parte de nuestra vocación es esa unidad entre nosotros, es ese deseo y búsqueda del bien de los demás, es ese sentirnos los unos parte de los otros.

Uno de los filósofos de los orígenes del liberalismo decía “el todo no es más que la suma de las partes”. Se dice que el Papa Francisco no es muy filosofo, es un hombre más bien practico, pero en su primera Encíclica él decía, daba unas cuantas claves y una de las que daba es que el “todo” es siempre antes que las partes, y más que las partes. Con eso estaba –diríamos- quitando del horizonte todo el pensamiento de la modernidad que nos ha hecho concebir que somos individuos. No somos individuos, somos personas, y las personas somos relación. Y la única relación plenamente bella y buena que se da es la relación de los miembros del mismo cuerpo. No comulgamos unos a un Cristo y otros a otro, aunque el pan consagrado es naturalmente del tamaño que nuestras bocas, nuestras manos puede recibir, que nosotros podemos comer. No hay más que un Cristo como no hay más que un Dios y todos nos alimentamos de la misma Vida. Y sólo ese hecho nos hace miembros los unos de los otros.

Que el Señor nos conceda eso, comprender y fomentar que los cristianos vivamos y ayudamos a vivir. Los que lo hemos entendido un poco más, o hemos tenido la experiencia de ello, ayudemos a otros a vivir como partes, como miembros de un cuerpo que aman el bien del cuerpo más el bien propio.

+ Javier Martínez

Arzobispo de Granada

23 de octubre de 2020

S.I Catedral de Granada

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