“Participar algo de la paz y de la esperanza de la Resurrección de Jesucristo”

Homilía en el Miércoles de Pascua, en la iglesia parroquial del Sagrario-Catedral.

Muy queridos hermanos y amigos:

Aunque las Lecturas de esta Eucaristía de hoy son las dos muy, muy potentes, dejadme comenzar con una anécdota de una conversación tenida ayer y concluida también esta mañana. Es el testimonio de una comunidad religiosa de clausura con la que yo tengo relación hace más de treinta cuatro, treinta y cinco años, y que hace unos años había hecho una casa especial para hermanas mayores. No es aquí en la Diócesis de Granada. Ayer me llamaron para decirme que dos estaban hospitalizadas. La comunidad son quince y ocho estaban aisladas en sus celdas porque todas habían dado positivo en el virus y yo he llamado hoy a medio día para saber cómo iba y la única hermana que estaba accesible en ese momento para el teléfono me dice que una de las que estaban hospitalizadas ha fallecido.

Os lo cuento simplemente porque lo decía con tal paz, con tal serenidad. Ella había acompañado al sacerdote (no es ni familiar ni nada, pero era su hermana de comunidad y hasta el momento del entierro). Y lo comentaba con una paz grande. Es una congregación cuya finalidad es orar por la Iglesia. Es la última congregación que se aprobó desde el Concilio Vaticano II. Y ellas son conscientes, sobre todo las más jóvenes, y que eso marca un poquito su historia. Pero me decía la que hablaba conmigo esta tarde y yo ayer les dije: “Mira, para vosotras cuyo sentido de la vida es sencillamente hacer una ofrenda a la Iglesia de todo en vuestra vida, este tiempo y estas circunstancias tan especiales, que más de la mitad de la comunidad estáis completamente aisladas, es un tiempo de producción intensiva”. Y ella me lo ha retomado hoy: “Como estamos en plena ‘producción intensiva’ y estamos en las manos del Señor, el Señor ha decidido eso y puede seguir decidiendo hoy, y mañana, lo que quiera”. Repito, sin la menor sombra de ansiedad. Es más, me ha dicho una cosa que ahí es donde está el testimonio, no sólo en eso, pero lo más rico del testimonio. Dice: “Además, es verdad que nosotras nuestra misión es ofrecer nuestras vidas por la Iglesia, pero, en este tiempo, la verdad es que pedimos por el mundo entero, pedimos por todos. Lo que nos dijo el Papa el primer día en aquella oración que hizo en San Pedro -‘que todos vamos en la misma barca’-, y ese todos son todos los hombres, toda la humanidad, así que nuestras vidas están ofrecidas por la humanidad entera”. La que hablaba conmigo, yo la conozco desde que tenía trece años, y es una cría muy frágil de salud. Pues, sólo hay dos que se han librado de tener positivo en el coronavirus, y una es ella. Digo: son los caprichos del Señor. Y ella es la que le reparte la comida. Por otra parte, me decía que estaban perfectamente acompañadas por otras comunidades de hermanas que hay cerca, que les llevan la comida todos los días, dos enfermeras que tienen y que se han ofrecido voluntarias para acompañarlas. Pero no había la menor sombra de ansiedad, eso es lo que yo quiero deciros.

Y uno veía el poder de la Resurrección. Y seguramente, vosotros tenéis experiencia de muchas más experiencias, de cómo personas aflora en su corazón un tipo de amor que nace de la Resurrección de Jesucristo. Cuántas personas están ofreciendo su tiempo, su vida, arriesgando su vida con los enfermos, en los supermercados, en los taxis, de tantas y tantas maneras; los que conducen los transportes públicos, aunque sean servicios mínimos. Y poder hacerlo con alegría. Poder hacerlo no simplemente por una alegría fabricada por nosotros, sino con una alegría verdadera, con un amor verdadero. Tiene que ver con la Resurrección de Jesucristo. Tiene que ver con que Dios es Amor. Un amor que no se deja vencer por nada. Un amor a quien el mucho mal que hay en el mundo (y que lo hay, lo ha habido y lo seguirá habiendo) no es más poderoso que el amor con el que Dios ama a esta humanidad nuestra. Y a cada uno de nosotros, y a todos. A todos es a todos.

Del Evangelio de hoy se pueden decir tantas cosas, pero yo una me hace siempre mucha gracia, como un cierto humor por parte del Señor. Es decir, los acompaña, les pregunta, se adapta a lo que ellos saben, se interesa por ‘¿y qué es lo que ha pasado en Jerusalén?’”. A mi me parece que ahí hay una nota de humor del Señor, de saber acompañar. Y lo pido, lo pido para nosotros, justo en este momento, también para la Iglesia, aunque estamos todos medio aislados y confinados en nuestras casas, pero hay tantas conversaciones telefónicas, tantas maneras de comunicarnos que nuestro amor sea capaz de acompañar a las personas con las que tenemos relación, donde ellos están y no querer que estén donde nosotros estamos, sino acomodarnos a su paso, acomodarnos con la paciencia de Dios.

Yo he pensado muchas veces: “Señor, mira que has tenido paciencia, desde Caín y Abel hasta la Virgen, que historia más larga”. Desde Abraham, si queréis, cuando empieza la elección del Pueblo de Israel, 1800 años de paciencia educando a la humanidad y adaptándote a nuestro paso y a nuestra manera de entender a Dios, que era muy primitiva al principio, y hasta que la ibas purificando y educándonos Tú, poco a poco. Y la última educación es la entrega de Tu Hijo y las oraciones de “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Probablemente, fue esa frase de Jesús la que oyó el centurión cuando dijo “Verdaderamente este era el Hijo de Dios”.

Que el Señor pueda ver en nosotros esa Presencia del Señor, ese amor del Señor, esa paciencia, pero no una paciencia con truco. Si es que no hay truco. Si es que es sólo decir “Tú estas ahí, estás en ese paso”, pero el Señor te ama. Y esa capacidad de estar, acompañar. Ahora, muchas veces lo más que podemos hacer, y me refiero incluso a los médicos, las enfermeras, acompañar, un gesto, una mirada, una caricia. Tantas, tantas. Y en una caricia… alguien me decía también, un sacerdote era: “He podido hablar con un enfermo en concreto que tenía un rostro terrible. Estaba como lleno de ansiedad, estaba agonizando, lleno de ansiedad. Y en cuanto le he dicho ‘Dios te quiere’ su rostro se ha serenado, ha insinuado así bajito un ‘gracias, padre´, y eso ha sido todo”. Pero, dices, ese “gracias, padre”, Dios mío, si uno puede morir en paz, eso vale no millones, vale más que el mundo entero. Cuando hablo de la capacidad de acompañar, de acercarnos al ser humano donde está, como está, quererlo como es y pedirLe al Señor que sepamos…

Y la otra cosa es que nos reconozcan al partir el pan. Somos un pueblo eucarístico, somos un pueblo que afirmamos que cada vez que celebramos la Eucaristía el Señor viene a nuestro altar y a nuestras vidas. Si los hombres de este mundo tienen que poder reconocer en nosotros el poder salvador de Jesucristo. ¿Cómo? “Mirad cómo se aman”. No hay otro camino. Es decir, ¿cómo amamos a este mundo por el que el Señor ha derramado Su Sangre? Volvemos a lo de antes. Cómo acompañar queriendo, cómo acompañar con amor. No hay amor si no hay paciencia, no hay amor si no hay perdón, no hay amor si no sabe uno encoger el paso a la medida de aquel a quién queremos llevar hasta el Señor, a la medida de sus pasos.

Que el Señor nos conceda este don. Y que el Señor nos conceda mirar a toda esta situación con algo de esa mirada llena del designio de Dios con el que estas hermanas miraban la muerte de una hermana suya, con la que llevaba cuarenta años juntas, y se han despedido de ella, sin poder despedirse de ella, pero con una paz inmensa, porque tenemos una amiga más junto al Señor, una amiga más en el Cielo, una hermana miembro de nuestro cuerpo. Y eso todos los días, todos los que mueren, aunque puedan estar envueltos en una bolsa de plástico, porque no hayan encontrado ni siquiera un féretro. Son parte de nosotros mismos. Y el Señor los ama. Ha derramado Su Sangre por ellos. Los bendice. Bendice a los que los cuidan. Bendice a los que los tienen que enterrar. Hablamos del personal sanitario, pero ¿y el personal que están en los cementerios?, ¿y el personal que lleva los cadáveres a los tanatorios? Recoger todo eso. Nuestra pobre, pequeña, humilde Eucaristía y recoger todo eso y presentárselo al Señor. Y pedirLe al Señor por las familias, por todos, que todos podamos participar algo de la paz y de la esperanza de la Resurrección de Jesucristo.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

15 de abril de 2020
Iglesia parroquial Sagrario-Catedral (Granada)

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