Mensaje de Mons. Martínez a la familia salesiana en la fiesta de María Auxiliadora

San Juan Bosco es un profeta y él intuyó en su momento y en su tiempo que el cristianismo que se vivía era, en buena medida, un cristianismo alejado de la vida, de los sentimientos, de las preocupaciones y de las inquietudes o las ansiedades del mundo del trabajo; que era una cultura que generaba una separación muy grande entre las clases sociales y que era necesario volver a unir la fe con la humanidad.

En ese sentido yo digo que es un profeta, porque lo cierto es que Pablo VI, el Concilio, el Papa Juan Pablo II, el magisterio pontificio hasta nuestros días sigue diciendo que la fe está separada de nuestra experiencia humana y es necesario volver a unirla. San Juan Bosco inició un trabajo precioso en ese sentido.

La anécdota del muchacho que no sabía hacer nada pero sabía silbar. Era capaz de ir a la humanidad a donde la humanidad estaba y acogerla donde estaba y abrazarla como estaba, y proponer un crecimiento humano lo más bello posible.

Central en la figura de San Juan Bosco es el amor a María Auxiliadora. Y a mí me parece que el título de María como Auxilio de los Cristianos es un título que en este momento de nuestra historia se hace particularmente vivo, particularmente sensible. Tenemos necesidad de auxilio. Un rasgo de nuestra cultura era también, junto al culto al dinero y al poder, el aspecto de hacernos autosuficientes, ser plenamente autónomo, no necesitar de nadie, no deber nada a nadie, debérselo todo a uno mismo. Hacerse a sí mismo, decíamos. Y un pequeño bichito, que todavía no conocemos apenas ni conocemos bien, ha puesto al mundo en silencio y ha hecho que todos podamos empezar a hacernos preguntas. Y echamos de menos a las personas que queremos, y poder darles un abrazo, un beso o cogerles la mano, o hacerle una caricia a un anciano. De repente, nos damos cuenta que todos necesitamos de todos. Y todos es todos. Y todos en todos los países. Nunca había pasado algo que afectase al mundo entero de tanta manera.

En estos momentos, el dirigirnos a la Madre de Jesús, que es madre nuestra porque Él nos la ha entregado en la cruz, y el poder decir, como le decían los discípulos a Jesús en la barca, “Señor, sálvanos que perecemos”, en estos momentos: Señora, no abandones a tus hijos, necesitamos tu auxilio, necesitamos tu intercesión, necesitamos saber que estás cerca de nosotros y Te pedimos poder experimentarlo, porque es verdad que estás cerca de nosotros, pero a veces en la soledad o en el abandono o en las distancias, que se nos obliga a tener entre unos y otros, podemos sentirnos más solos de lo que estamos, porque Tu Hijo y Tú nos acompañáis siempre. Pero nosotros tenemos que volver la mirada a Él y a Ti, para suplicar que esa compañía, que la experiencia vivida y humana de esa compañía no nos falten nunca.

Os deseo a todos un día precioso, a toda la familia salesiana, de María Auxiliadora, y que Su Presencia se haga sentir más en todo el pueblo cristiano.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

24 de mayo de 2020
Granada

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