Homilía de Mons. Javier Martínez en la Eucaristía de clausura de los actos para celebrar el centenario de la presencia en Granada de la Compañía de María. La Eucaristía tuvo lugar en la S.I Catedral y a ella asistieron consagrados de la congregación, docentes, padres, alumnos y fieles en general.
Queridísima Iglesia del Señor, pueblo santo de Dios,
mis queridos sacerdotes concelebrantes,
queridas hermanas de la Compañía de María,
queridos amigos todos:
El Evangelio de hoy terminaba con unas palabras –»Los hechos dan razón a la sabiduría de Dios-, y eran unas palabras ricas, como todas las palabras del Evangelio cuando se perciben y son capaces de iluminar muchos contextos de nuestra vida. Iluminan esta tarde nuestra acción de gracias; nuestra acción de gracias por estos cien años en los cuales los gestos de amor de Dios, los gestos de generosidad y entrega, los gestos de la disponibilidad y de ayuda y de afecto y de amor a los hermanos son, si se puede decir una palabra de la Escritura, tan innumerables como las arenas del mar o como las estrellas del cielo. No podríamos contar cuántos minutos entregan, cuántos gestos, cuántos movimientos del corazón, cuántos momentos de abandono en la voluntad del Señor en estos cien años. Cien y un poquito más, porque si se cuenta que la primera fundación que duró un año, en 1905, (aunque luego la fundación formal y en serio, según he podido leer, tiene lugar en el 1914), pero ya Granada estaba en el corazón de la Compañía de María, desde más de una década…, un poquito más de una década, antes.
Yo recuerdo unas palabras de un poeta francés al que yo aprecio mucho, de Charles Péguy, donde dice: ‘Para educar a un hombre hacen falta 20 años’. Es decir, 20 años de entrega, minuto a minuto, segundo a segundo; eso lo saben los padres y lo saben quienes se dedican a la educación. Y vuestra presencia en Granada ha estado marcada por el esfuerzo y por el trabajo educativo -uno de los esfuerzos-, y por los trabajos a la vez más arriesgados y más bellos, a la vez más ricos en humanidad y al mismo tiempo, en ocasiones, y en momentos como el que vivimos, donde la cultura se deshace delante de nuestros ojos, más llenos de dificultad y de peligro y de riesgo, realmente.
El mismo autor al que me he referido hace un momento decía que en el siglo XX -era cuando él escribía- no hay casi mucha posibilidad de aventuras, en el sentido de las aventuras de los tiempos antiguos. Los verdaderos aventureros son los padres, porque es verdad que es un acto de esperanza y de confianza sin límites, y un acto que implica prácticamente el hecho de la fe, el traer una vida al mundo y el cuidar de esa vida y el darle la posibilidad de que crezca y se desarrolle y alcance su plenitud hasta donde nos es posible a los hombres colaborar que esa plenitud se produzca. Pero junto con los padres está la tarea de educar.
Y en un momento, además, de particular dificultad de la vida familiar (no en nuestro siglo, sino desde los comienzos de la revolución industrial, casi desde los comienzos de la economía política), esa labor de maternidad que realizan tantos colegios es cada vez de manera más frecuente, pero desde el principio, una especie de suplencia a una familia que, o por las circunstancias sociales o bien por las dificultades de la vida, no es capaz, sencillamente, de dedicar esos veinte años a hacer un hombre o hacer una mujer y, por lo tanto, en otras ocasiones, hay que suplir, descaradamente, cada vez más, a una familia que no existe, o que existe sólo de una manera deteriorada, truncada, rota y, por lo tanto, con efectos claramente visibles en los niños y en las niñas.
Junto a eso, una obra social que también está desde el comienzo marcando vuestro ser como Compañía de María y que también es sencillamente otro gesto de amor hacia el hombre, hacia el ser humano, hacia la persona humana, que es tan propio, tan sello de marca, tan denominación de origen, podíamos decir, de la vida cristiana. Por eso no es difícil hoy dar gracias a Dios.
En la monición de entrada hacía referencia a que a la hora de mirar al futuro hay dos figuras: la figura de María y la figura de Juana de Lestonnac. La figura de María es para todos una referencia, toda la vida, siempre, para todos los cristianos, para todos los hombres. No hay manera de que se cumpla la vida humana -y yo creo que ésa es como la consecuencia más inmediata del conocimiento del destino y de la figura de la Virgen-, no hay posibilidad de que se cumpla en nosotros la plenitud de nuestra vida, a la que todos aspiramos, la felicidad que anhelamos, la paz, la libertad de espíritu, el deseo de plenitud, que forman parte de la condición humana, si no es acogiendo el designio de Dios. (…)
+ Mons. Javier Martínez
Arzobispo de Granada
12 de diciembre de 2014
Santa Iglesia Catedral