“La vida consagrada es esencial”

Clausura de la exposición dedicada a los carismas religiosos en Andalucía, organizada por CONFER Andalucía y URPA, en el monasterio de San Jerónimo, del 25 de febrero y 15 de marzo. Y clausura de las Jornadas de vida religiosa celebradas los días 14 y 15.

Bienvenidos todos y todas, lo primero. Y aunque sea un encuentro breve os aseguro que para mi es un encuentro especialmente significativo e importante.

Lo que me viene al corazón en estos momentos es: ¿Cómo pagaré al Señor por tanto bien como me ha hecho? Y ese bien sois vosotros, realmente.

Hay una anécdota muy bonita del siglo IV donde uno de los primeros monjes, que vivía en Alejandría y que había comenzado un hospital, conocía en Alejandría a una mujer que era cristiana (por lo menos estaba bautizada), pero era una mujer muy ambiciosa y le gustaban mucho las joyas. Un día se encontró con ella por la calle y le dijo: ‘Tengo un montón de esmeraldas y de jacintos que me ha traído un mercader. Las he visto y son preciosas’. Ella le dijo: ‘Cómpramelas. Cuánto valen’. Él le dijo un precio, un precio altísimo. ‘Es que son un grupo de esmeraldas y de jacintos preciosos’. Ella le dio el dinero y él no daba señales de vida. Ella se iba preocupando, diciendo: ‘Este hombre me ha robado’. Y un día ella, muy ansiosa, le dice: ‘Dónde están mis esmeraldas y mis jacintos’. Él le dice: ‘Ven a verlos’. Y se fueron al hospital. Y le dice: ‘Qué prefieres ver primero las esmeraldas o los jacintos’. Ella dijo: ‘Vamos a por las esmeraldas que son más bonitas’. Y se la llevó al pabellón de mujeres. ‘Vamos a ver los jacintos…’. Ella dijo: ‘No hace falta’. Cuenta la historia que aquella mujer desde aquel día abandonó todo en la vida que llevaba antes y dedicó su vida a cuidar de aquellas esmeraldas y de aquellos jacintos.

Las joyas sois vosotras y cuántas joyas hay detrás de vuestras Casas, de esmeraldas, jacintos y de otras muchas clases.

Doy gracias por vuestra vida. Doy gracias por vuestra vida. La Iglesia no sería la Iglesia de Jesucristo, sin vosotros, sin vosotras. La vida consagrada es ‘coesencial’. Es esencial, sencillamente: no hay vida de la Iglesia, no hay Iglesia de Jesucristo sin esa dimensión esponsal del Bautismo, que muestra que el Cielo ya se puede vivir aquí. Ese es mi primer pensamiento. Lo digo con toda la gratitud. Andalucía no sería Andalucía –y el pueblo cristiano, cuando obispos de otras partes vienen aquí dicen ‘pero, aquí hay unos restos de pueblo cristiano que no los hay en otros sitios’, incluso en otras partes de España-, y yo creo que vuestra presencia masiva y la historia preciosa de santidad que hay en vuestras Instituciones, y en vuestras Congregaciones y en vuestros Institutos es lo que explica ese pueblo cristiano. La gente lo suele atribuir mucho más a lo que llaman «religiosidad popular», y algo tiene que ver sin duda también. Pero, sin vosotros os aseguro que ese pueblo cristiano no existiría. Aparte de las «esmeraldas y los jacintos» y de las muchas cooperaciones que desde aquí se hacen a la misión de la Iglesia, en el Tercer Mundo o en sitios de América Latina, donde uno ve hoy florecer la vida de la Iglesia.

Y el otro pensamiento que quiero hacer: lo que se ve desde fuera y lo que se ve desde dentro. También lo que se ve desde fuera es bello. Es verdad que nuestra Iglesia pasa por momentos de especiales dificultades, somos conscientes. Todos. Cada uno las vivimos de una manera. Y es toda nuestra Iglesia de Europa. Y ahí me viene la frase de San Pablo: «Mi fuerza se manifiesta en la debilidad». Señor, en este momento somos débiles. No tenemos añoranza de la Iglesia del siglo XVIII o del siglo XVII, con todos sus esplendores y todo su reconocimiento mundano. Pero, ¿no podría ser –yo creo que la palabra del Papa Francisco constantemente nos reclama en esa dirección- una ocasión para que despojados de todas las cosas del mundo podamos vivir en verdad lo que somos, humildemente, con sencillez, dejando que la Gracia y la Misericordia de Dios se manifiesten? Al Señor le gusta lucirse y le gusta que le podamos reconocer Su fuerza y Su Amor. ¿Cuál es la fuerza de Dios? Su Amor. No hay otra. ¿Cuál es el tesoro de la Iglesia, el que genera y crea esas joyas? El amor. No hay otro. Señor, te tenemos a Ti, solamente, para darTe, y a Ti, solamente, para vivir nosotros contentos. No necesitamos más. Los designios de Dios son misteriosos. Que nos diéramos cuenta –el primero yo- que nos da el Señor una oportunidad preciosa de reconocer la primacía absoluta de Su Amor y de Su Gracia. Y que nos basta Su Gracia. Y que su Gracia hará las maravillas que nuestros cálculos y nuestros planes y nuestros proyectos no son capaces de hacer.

Nos podemos sentir unidos en estos pensamientos. Que pidáis por mí (lo he aprendido también del Papa Francisco). En estos momentos, vivo gracias a la oración de la Iglesia. Pido la vuestra. Y contad con la mía (es muy pobre). Que el Señor manifieste su gracia en nuestra debilidad. Que terminéis estos días, que habéis tenido juntos, de una manera preciosa y que siga produciendo fruto nuestra comunión.

Lo dijo San Juan Pablo II en una ocasión, en la Encíclica Redemptoris Missio, al hablar de la misión: Para que la nueva evangelización se pueda producir en las iglesias de vieja cristiandad (de las que formamos parte, sin duda; una de las partes donde esa vieja cristiandad ha sido más potente, más espesa y más rica en santidad) es necesario rehacer el tejido de la comunión eclesial. Podemos pedirLe al Señor que rehaga ese tejido. Que todos, cada uno –empezando por mí, y con todas mis limitaciones-, que podamos sentirnos unos partes de los otros. Que no tratemos de afirmarnos. Yo creo que el Papa Francisco cuando habla de no ser autorreferenciales se está refiriendo… Eso es una llamada a toda la Iglesia, luego a todos los miembros de la Iglesia, a todos los carismas de la Iglesia. A toda la Iglesia. No podemos ser autorreferenciales. Tenemos que referir siempre, todo, al Amor del Señor, y a la Redención del Señor y a su Misericordia. Acaba de convocar este Año de la Misericordia y yo creo que, de nuevo, es un camino que nos abre, precioso, por el que podemos caminar. Es una autovía. Estamos descubriendo el corazón del Misterio cristiano.

Seguro que entre nosotros también hay heridas, también hay distancias que se han creado estúpidamente o por nuestras pequeñeces. Que rehazca el Señor nuestra comunión; que renazca esa comunión de un corazón misericordioso, y que estando unidos no tenemos nada que temer, porque nuestra unidad si es la comunión del Espíritu Santo, es incomprensible para el mundo pero invencible para el mundo.

Gracias.

+Javier Martínez
Arzobispo de Granada

15 de marzo de 2105
Claustro Monasterio San Jerónimo

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