“La Catedral no existe para ninguna otra cosa que no sea para comunicar a Cristo»

Homilía de Mons. Javier Martínez en la Eucarística en la que tres canónigos de la S.I Catedral tomaron posesión de sus responsabilidades en el templo catedralicio, celebrada el pasado 5 de abril. Los nuevos canónigos son el ecónomo de la Diócesis, D. José Alberto Fernández, y los vicarios territoriales D. Eduardo García y D. Juan Bautista Amat.

(…) Nosotros no estamos en la vida para ninguna otra cosa que no sea para comunicar a Cristo, y la Catedral no existe para ninguna otra cosa que no sea comunicar a Cristo. Y eso no siempre es fácil, porque estas columnas no se mueven con facilidad, y tampoco hay que hacer experimentos, o sea, que las cosas hay que hacerlas despacio. Pero es cierto que nuestras vidas serían inútiles si todo esto no sirviese para la vida del pueblo cristiano, para que el pueblo cristiano se pueda sentir pueblo, digno, que pueda sentir su dignidad como pueblo, que pueda sentir, y vivir, y gozar, y dar gracias a Dios de ser hijos de Dios y de ser el pueblo de Dios en este ciudad y en medio de este mundo.Una ciudad que, además, cada vez es más símbolo de la aldea global.

Alguien me decía: ya no es la Granada aislada que una cierta literatura romántica favoreció incluso en los años 50 ó 60, ahora mismo Granada es un símbolo del mundo. Me decía no hace mucho, una persona que lo conocía, de las autoridades de Granada: en Granada hay censadas, porque viven establemente, personas de 78 nacionalidades, no visitantes, no turistas, sino 78 nacionalidades. Yo creo que nuestra Iglesia tiene que ser una Iglesia capaz de servir en esa situación nueva de anunciar a Cristo, y buscar, repito, no hay que hacer excentricidades (eso pasó ya en los años 70 y todos sabemos el resultado que dio), pero hay que engrasar a veces los engranajes, hay que poner una especial atención, en cosas a veces muy pequeñas. Si uno va a hacer una oración en la plegaria eucarística, pues es importante que el pueblo la escuche, que el pueblo la entienda, es decir, no la hace uno para cumplir una oración que hay que decir en la Misa; y si no funciona el micrófono (aquí no ha pasado nunca, pero estoy diciendo cosas que pasan a veces en las parroquias), el sacerdote no se acerca al micrófono o no funciona el micrófono y le da lo mismo, sigue y sigue… pero hay un pueblo cristiano, y tú estás diciendo esta oración en alto para que el pueblo cristiano la oiga, ¿de qué sirve que la digas tú? ¿o que la digas para ti?

Vamos a incrementar el Cabildo porque yo creo que, efectivamente, ésta es la Iglesia madre en un contexto como el de Granada, en el presente y en el previsible futuro; el cuidado de esta iglesia me parece a mí cada vez más esencial, pero esta iglesia tiene que ser un espejo, de algún modo, de lo que quisiéramos que los hombres puedan reconocer en la Iglesia de Dios: una Iglesia abierta, una Iglesia que comunica a Cristo, que se preocupa del más alejado, del que le importa menos la Iglesia, del que insulta a la Iglesia y ahí hay todo un trabajo que hacer, todo un horizonte, desde la formación de guías, desde el modo de la acogida, desde el multiplicar la posibilidad de expresiones del pueblo cristiano que si entran en esta iglesia no para que lo vean como monumento, sino como su hogar, su casa.

Que Dios nos dé sabiduría a todos, que nos dé comunión suficiente para hacer este camino juntos y digo juntos -subrayo lo de juntos porque el Señor puso como condición para la fe del mundo es que sean uno como tu Padre y yo somos Uno-, ese tipo de unidad que se da en la Trinidad y que la teología nos enseña a asomarnos a él con asombro, ese tipo de unidad que Dios quiere, que el Hijo de Dios ha venido a hacer posible en nosotros por el don del Espíritu para que el mundo crea. Si no hay esa comunión, no habrá fe. Pero no podremos echar la culpa al mundo de que no hay fe por su dureza de corazón, sino por nuestra falta de fe, porque no damos testimonio de que Cristo vive y de que Cristo es la esperanza de nuestras propias vidas, de nuestro propio corazón. Es el que me llena a mí, el que me hace a mí vivir con gozo y con alegría, y con una alegría desbordante, a pesar de las circunstancias exteriores, que son todas ellas pasajeras.

Le damos gracias al Señor. Primero, por habernos llamado a cuidar de lo más bello que hay en la Tierra, de su herencia más bella, que es el pueblo cristiano, no las obras de arte, sino el pueblo cristiano, y le pedimos al Señor que nos dé la generosidad de corazón, la paternidad, en el sentido de paternidad, y el celo misionero para preocuparnos de ese pueblo por encima de todo.

+ Mons. Javier Martínez

Arzobispo de Granada

Santa Iglesia Catedral

5 de abril de 2014

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