Homilía en el I centenario del fallecimiento del Venerable Andrés Manjón

HOMILÍA DE S.E.R. DR. D. JOSÉ MARÍA GIL TAMAYO,

ARZOBISPO DE GRANADA POR LA GRACIA DE DIOS Y DE LA SEDE APÓSTOLICA, EN LA SOLEMNE EUCARISTÍA CELEBRADA EN SUFRAGIO DEL ALMA

DEL VENENARABLE ANDRÉS MANJÓN EN EL PRIMER CENTENARIO DE SU MUERTE

 

Colegio Ave María Casa Madre Domingo, 21 de mayo de 2023 Solemnidad de la Ascensión del Señor en la VII semana del tiempo de Pascua

 

Conclusión del santo evangelio según san Mateo (28,16-20):

En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos dudaron. Acercándose a ellos, Jesús les dijo: «Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos».

 

 

Queridos hermanos sacerdotes,

Queridos miembros del patronato de la institución del Ave María, Querida familia del Ave María de Granada,

 

Querido hermanos, amigos todos, quienes nos seguís, especialmente los enfermos e im- pedidos, a través de Canal Sur, en esta cita que tenemos, en este domingo de la As- censión del Señor; en este día en que la Iglesia celebra el triunfo de Cristo, que asciende a los cielos, vencedor del pecado y de la muerte; donde nos espera y donde hemos pedido al Señor, ya que tenemos la certeza que está en el cielo, donde esperamos un día nosotros seguirle. Pues en esta fiesta en que se expresa nuestra esperanza, como nos ha dicho san Pablo en la Carta a los Efesios (1,17-23): «el Señor nos conceda espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo». Y nos haga percatarnos de la esperanza a la que nos llama, de la riqueza de gloria que dan en herencia los santos. Estamos llamados a la esperanza con mayúsculas.

 

Nuestra vida no termina aquí abajo, en este mundo. Si no que vamos como peregrinos hacia esa plenitud que es Cristo mismo, que es la felicidad suprema. Él es camino y es al mismo tiempo, como decía San Agustín, es la meta a la que queremos llegar.

 

Pero como hemos escuchado en la palabra de Dios, en el relato de los Hechos de los Apóstoles (1,1-11), donde Jesús reúne y ante ellos asciende al cielo; y donde ellos se preguntan si va a restaurar el reino de Israel y Jesús les dice que no, que va a otra misión más grande y los envía a esa misión: la de transformar el mundo con el espíritu del evan- gelio. Y después vemos cómo los ángeles les dicen a los apóstoles, «¿qué hacéis ahí mirando al cielo?». Nos invita a transformar la sociedad, a transformar el mundo, a ga- narnos el cielo, pero desde aquí abajo. Desde aquí abajo. Sembrando el bien, siguiendo a Jesús.

 

Queridos amigos, ese es nuestro itinerario y nuestro camino. Vamos de paso hacia esa meta que es Dios mismo. Hacia el cielo.

 

En este mundo nuestro tan materialista, tan cerrado en la aquí y ahora –«comamos y bebamos, que mañana moriremos»–, en este mundo nuestro donde parece que a Dios se le deja a un lado y se olvidan los valores por los que merece la pena ser entregada la vida, hoy el Señor nos da este mensaje: aspiremos, como dice san Pablo, a los bienes de allí arriba donde está Cristo.

 

Pero el aspirar al cielo, el desear el cielo, el poner nuestra esperanza en el cielo no nos ahorra nuestra preocupación por aquí abajo. Y por eso qué feliz coincidencia que ce- lebremos esta eucaristía, esta misa, en este entorno tan bello, y sobre todo en esta Casa Madre de las Escuelas del Ave María. Esta iniciativa, este proyecto, esta realidad, esta obra grande de un hombre grande que está camino de los altares, como es don Andrés Manjón. Tenemos aquí, en la capilla, enfrente, su cuerpo que está esperando la resu- rrección también. Esa esperanza que hoy Cristo nos pone ante nuestros ojos.

 

Don Andrés Manjón cumple este año el centenario de su partida al cielo. Pero ha de- jado tras de sí un mundo mejor: un mundo lleno de realidades maravillosas y, sobre todo, pensando en los niños, en los más jóvenes. Ha dejado su obra educativa. Los santos son los grandes benefactores de la Humanidad. Y esta es una prueba más de que es un hombre de Dios. Un hombre dotado de cualidades extraordinarias –catedrático de uni- versidad -, pero un hombre con una sensibilidad en un catolicismo social, implicado en la transformación del mundo cuando ve las necesidades en su bajada del Sacromonte.

 

Estamos ahora en el barrio del Sacromonte. Él bajaba de la abadía para sus clases en la Facultad de Derecho de la Universidad de Granada, y descubre a una mujer. Una maestra que está enseñando a unos niños pobres. Eso le llega al corazón e inicia una obra pedagógica tan peculiar, tan atractiva, tan actual al mismo tiempo, tan revolu- cionaria en su tiempo… Hoy la vemos aquí, integrada en la naturaleza, integrando la fe en la historia de un pueblo, en su geografía, en ese saber armónico que va a acompa- ñando una educación integral de los jóvenes, de los niños, especialmente de los más necesitados.

 

Esa es su obra. Y es una obra que continúa en quienes han formado [parte del Ave María] dejando su impronta. Sobre todo, enseñándonos que el cielo se gana desde aquí abajo. Se gana siendo fieles seguidores de Jesús. Jesús que se preocupa por los niños, que se preocupa y se entrega a los más pobres.

 

 

Es lo que ha hecho don Andrés Manjón. Y, por eso, la Iglesia está poniendo su mirada en la trayectoria de su vida. Y un día esperamos verlo en los altares. Ya es declarado venerable y, en ese camino, con confianza, esperamos el parecer de la Iglesia.

 

Pero todos estamos llamados y tenemos a nuestro lado –cómo no lo iba a estar– a la Santísima Virgen del Rosario. Tan querida en Granada, en el barrio del Realejo, tan gra- nadino, en la iglesia de Santo Domingo, de los padres dominicos. Donde don Andrés, en 1891, se le ocurre para visibilizar ante Granada –para que Granada se dé cuenta de que hay unos niños necesitados y de que hay una obra que necesita ayuda, para com- partir y al mismo tiempo asociar a esta obra a toda la gente, las buenas gentes de Gra- nada– sacar a sus niños recitando y cantando el avemaría, dirigiéndose a la iglesia de Santo Domingo, ante la imagen de Nuestra Señora, que hoy nos preside y que nos ha devuelto la visita, en su casa. En la casa de don Andrés. En la Casa Madre del Ave María.

 

Queridos hermanos y hermanas, el cielo es nuestra meta. Nuestra tarea es la evangeli- zación y la transformación del mundo. El cristiano no es cristiano para él solo. Es cristiano para llevar, como dice Jesús, la sal de la tierra y la luz del mundo a todas partes. «¿Qué hago yo por Cristo?», decía san Ignacio. «¿Qué hecho yo por Cristo y qué ha hecho Cristo por mí?». Nosotros estamos llamados también a hacernos estas preguntas. En nuestro sitio. En nuestro lugar. Donde estamos. En nuestras circunstancias.

 

Nosotros estamos también llamados a una meta. No podemos quedarnos solo en las cosas de la tierra. Estamos llamados a llegar un día a esa meta, a ser un día nosotros también, con el Señor, todos uno en esa felicidad que nunca acaba.

 

No pongamos hoy el corazón en los bienes de la tierra. Que claro que hacen falta, y tenemos que hacer un mundo mejor con bienes materiales, donde cada uno tenga lo necesario y lo justo. Y romper las injusticias y romper las desigualdades. ¡Y claro que tra- bajó el padre Manjón hasta dejarse la vida por eso! Pero, al mismo tiempo tenía la ca- beza y la meta puesta en el cielo. Y veía detrás a Jesús, detrás de cada uno. Por eso estamos seguro que recibió el premio del Señor: «Heredad el reino preparado para vo- sotros desde la creación del mundo», como dice san Mateo en el capítulo 25. «Porque tuve hambre y me distes de comer. Tuve sed y me distes de beber. Fui peregrino y me acogiste. Estuve preso en la cárcel y me visitaste». «¿Cuándo lo hicimos, Señor? Cuando lo hicisteis con uno de estos, conmigo lo hicisteis».

 

Él no sólo ha dado el pan. Ha dado el pan de la cultura, el pan de la educación. Ha dado una forma de enseñar, desde la persona, donde la hijo e hija de Dios es el centro. Ojalá nosotros recibamos esa herencia y el testigo, para que no vivamos simplemente de un recuerdo sino de algo actualizado para el aquí y ahora.

 

Ese nuestro propósito, esa es nuestra oración. Y así un día, nosotros, también, estaremos con el Señor para siempre. En esa cadena ya más que centenaria de gente que ha seguido este rastro y que ahora lo vemos hecho realidad en estos niños y en estos jóve- nes, que empiezan y que son ya parte de esta familia.

 

Invitamos a todos los que nos siguen a través de la televisión de Canal Sur a que se unan a esta intención y pidan al Señor por ello.

 

Y pidamos hoy también a Nuestra Señora del Rosario, en este mes de mayo. Que esta devoción tan querida del pueblo cristiano, que tanto puede hacer por los enfermos, que todos podemos hacer tanto desgranando avemarías como estos niños, y como él quiso que se titulase esta institución: Ave María. Porque está bajo la protección de Santa María, nuestra madre que nunca nos abandona y que también está en el cielo, como la confesamos, asunta.

 

Que ella ayude a esta institución. Que nos ayude a todos, especialmente a vosotros, queridos enfermos. Que siempre confiéis en ella, en esta tierra de María Santísima.

 

Asía sea.

 

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