“Es Tu Amor, Señor, el que nos sostiene”

Homilía de Mons. Javier Martínez en la Eucaristía celebrada en El Fargue, en la fiesta de Santa Bárbara.

Os decía yo al principio de la misa que Santa Bárbara pertenece a un grupo de mujeres cristianas de los primeros siglos, no demasiado conocidas hoy, pero que curiosamente son las primeras mujeres de la historia de las que se cuenta su vida y que por eso podemos, de alguna manera, saber quiénes eran, dónde vivieron, dónde nacieron… se cuenta realmente su biografía. Fuera de ellas sólo personajes de los poemas de Homero o así, que son indicios, o personajes de la Escritura, pero de los que tampoco se nos dan especiales detalles, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento.

Este grupo de mujeres son un grupo de muchachas, generalmente muy jóvenes, que tuvieron que hacer frente a sus familias porque se habían convertido al cristianismo; y no sólo se habían convertido al cristianismo, sino que habían decidido que iban a consagrar su vida a Jesucristo. Y eso les enfrentó directamente a sus padres porque, según la ley romana, eran los padres quienes decidían con quién se iban a casar sus hijas y tenían el derecho a hacerlo, y no las chicas. Mientras que estas chicas habían decidido consagrar su vida a Cristo y prefirieron perder su vida antes que romper ese deseo que tenían en el corazón, hubieran hecho votos o no hubieran hecho votos de ellos. Algunas de ellas eran muy jovencitas, porque antes se casaban mucho más pronto. Santa Inés tenía 13 años y de Santa Bárbara sabemos dónde nació y dónde vivió, en un lugar de Turquía. Varios de los santos que habían vivido en lo que hoy es Turquía en los primeros siglos, cuando llegaron los turcos tomaron sus cuerpos y se los llevaron a Europa a otros sitios más seguros, para que no fuesen profanados. Por eso, las reliquias de Santa Bárbara están hoy en Venecia, y las reliquias de San Nicolás, que fue un obispo del siglo IV (fue después de Santa Bárbara), pero que también era de Turquía, se lo llevaron al sur de Italia. Y entonces, en San Nicolás de Bari, que es como se llama la ciudad (Bari) está San Nicolás, que es el santo que tiene más iglesias en el mundo.

Cuando me he asomado un poquito a sus vidas (y además quisiera hacer un pequeño folleto explicando la vida de esas jóvenes) es una preciosidad. Un verdadero tesoro de testimonio cristiano. ¿Qué era para ellas ser cristiano? Haber descubierto que Jesucristo, tener a Jesucristo, vale más que la vida. Y eso no lo vivieron en el momento del martirio sólo, sino que, de alguna manera, lo manifestaban en su vida. No sabemos si tenían buen genio o tenían mal genio, si eran simpáticas o no eran simpáticas, lo que sabemos es que encontraron a Jesucristo y que ese encuentro con Jesucristo cambió sus vidas y fue lo decisivo en sus vidas, para vivir con alegría hasta el punto de despreciar la vida.

Hoy también despreciamos la vida en muchos aspectos y, precisamente entre jóvenes, se multiplican cada vez más y más los suicidios, la gente se quita la vida; pero se lo quitan por otro motivo, justamente porque no hay ningún tipo de esperanza y si la vida no es más que muchas veces una colección de fatigas, de disgustos, de traiciones o de mentiras… y entonces, uno puede perder el gusto por la vida. Muchos de nuestros jóvenes han perdido el gusto por la vida. No lo perdáis nunca. Vuestras vidas son preciosas. Tengamos los años que tengamos, nuestras vidas son un don precioso del Señor, porque no nos ha creado para conseguir unas ciertas cosas aquí durante la vida, sino que nos ha creado para participar de Su vida inmortal, de Su vida para siempre.

La razón por la que somos cristianos es porque Jesucristo ha vencido en su Pasión, Muerte y Resurrección a la muerte. Y esa victoria Suya es la que quiere Él que sea para todos nosotros. Y por eso nos da su Espíritu y por eso se queda con nosotros. Y por eso quiere darSe a nosotros en los Sacramentos. Todos los Sacramentos no son cosas que nosotros hacemos por Dios; son cosas que Dios hace por nosotros. Son gestos pequeños. Pero también un beso es un gesto muy pequeño; un mano tendida, una sonrisa o una caricia son gestos todos muy pequeños los que marcan nuestras comunicaciones humanas y, sin embargo, qué importancia tienen en la vida, el recibirlos de verdad, que esos gestos sean verdaderos y no mentirosos. ¡Qué diferente sería la vida de un niño al que su madre le sonríe, lo achucha y lo quiere y lo abraza, a un niño que no ha sido abrazado por nadie! Crece de una manera distinta, vive de una manera distinta, y encontrar a Jesucristo es encontrar el abrazo de amor infinito que da sentido a todo en la vida. Que da sentido a nacer, que da sentido a morir, que da sentido a enfermar, da sentido al pecado del que somos víctimas y al pecado que nosotros podemos hacer y hacemos muchas veces daño, hasta sin querer, a otras personas. Porque generalmente nos enfadamos más con las personas que tenemos más cerca, y suelen ser las personas a las que más queremos. Eso pone de manifiesto que hay un misterio del mal en nosotros, que a veces no responde a nuestra libertad, que a veces es más fuerte que nosotros o puede con nosotros. Este es el misterio del mal que el Señor ha abrazado en Su Encarnación, en Su Pasión, para arrancarnos de su poder. No simplemente para hacernos buenos o no sobre todo para hacernos buenos, sino para arrancarnos de su poder, de forma que a pesar de que somos torpes, pobres, mediocres y siempre pecadores o a veces grandes pecadores, sin embargo, el amor del Señor es más fuerte que nuestro pecado, es más fuerte que el pecado del mundo, y eso es lo que abre nuestro corazón a una esperanza bonita, y esa esperanza es la del testimonio de los mártires de todos los siglos, y en el siglo en el que más mártires hay es en el nuestro. Lo decía hace no mucho el Santo Padre: hay más mártires en nuestro siglo, en el siglo XXI, que ha habido en las persecuciones romanas.

Pero esos testimonios de aquellas mujeres, y de los hombres y mujeres de hoy en Siria, en Venezuela, en China, dan testimonio de Jesucristo de muchas maneras. No sólo arriesgando la vida. Otros, sencillamente, dando testimonio de que para ellos lo más querido en la vida es el Señor y la Presencia del Señor, y la fuerza y la alegría que el Señor nos da para vivirLe. Y eso es lo que celebramos.

Hoy, el Señor, en esta Eucaristía, como en todas, viene a nosotros para decirnos lo único que el Señor nos dice, porque Dios es Amor, que nos quiere. Que nos quiere a cada uno. Que conoce nuestros defectos, nuestras torpezas, pero que no puede dejar de querernos, y que confiemos en Él. Que esta vida pasa, y pasa pronto, pero lo que nos aguarda es una vida infinitamente más bella que nada que hayamos conocido aquí, porque todo el amor, que es lo que hace la vida bonita, que hayamos experimentado en esta vida no es más que un reflejo pálido del amor de Dios; y la belleza que nos admira, desde la belleza de nuestras montañas o de nuestros campos, que tantas veces nos sorprende, no es más que un reflejo pálido de la belleza infinita del amor de Dios. Y es ese amor de Dios el que viene a nosotros en el gesto pequeñito del pan consagrado, pequeñísimo, pero los gestos de Dios no mienten. Un “te quiero” en este mundo puede ser mentira, o puede ser media-verdad, pero cuando Dios dice “te quiero” lo dice para toda la eternidad, y lo dice sin fisuras, sin estar condicionado por nada.

Que abramos nuestro corazón a ese “te quiero” del Señor, para que podamos vivir contentos, sean cuales sean las circunstancias en donde estemos. Vivir contentos y morir contentos, porque termina nuestra peregrinación y empieza nuestra vida en el hogar, en nuestra casa. Nuestra casa es el Cielo, no es ningún lugar de este mundo, y por lo tanto, quien ha conocido a Dios, al Dios verdadero, al Dios de Jesucristo, puede vivir siempre con esperanza, y puede vivir siempre dando gracias.

La Eucaristía, que es lo que celebramos todos los días, significa eso, “acción de gracias”, porque si Dios viene a nosotros, ¿quién podrá estar contra nosotros? Si Dios nos ama, ¿quién podrá destruir nuestra esperanza y llenar nuestro corazón de tristeza? No es posible, es el amor. Es Tu Amor, Señor, el que nos sostiene, el que nos sostiene a todos.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

4 diciembre de 2019
Parroquia de El Fargue (Granada)

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