“El núcleo de la fe es poder confesar que Cristo es el centro del cosmos y de la historia”

Homilía del Arzobispo, en la Celebración Eucarística de Clausura del Año de la fe, el pasado sábado, 23 de noviembre de 2013, en la S.I. Catedral de Granada, en presencia de las Imágenes de Cristo Rey Niño y María Santísima de la Estrella, y con la participación de numerosos fieles de Granada.

Queridísima Iglesia de Nuestro Señor Jesucristo, pueblo santo de Dios, Esposa del Hijo de Dios, muy queridos sacerdotes concelebrantes, diáconos, queridas hermanas de Cristo Rey, que habéis venido hoy en tan buen número acompañando a vuestra querida Imagen en vuestra fiesta (es una novedad que la Imagen de Cristo Rey del Albaicín esté aquí y es un gozo que podamos celebrar juntos esta fiesta grande para vuestra Congregación, grande para la Iglesia y hoy con este significado especial de la Clausura del Año de la fe). Querida hermana mayor, querido presidente de la Federación de Cofradías, hermanos mayores, y juntas de gobiernos de algunas de las cofradías, autoridades, queridos hermanos y amigos todos:

La Fiesta de Cristo Rey es una Fiesta relativamente reciente, en el sentido de que no está arraigada como fiesta litúrgica en la tradición litúrgica de la Iglesia primitiva, ni muchísimo menos, y corresponde justamente a un momento donde es necesario, se hace por primera vez consciente en la Iglesia en la emergencia de la nueva cultura industrial y de la modernidad, que es necesario volver a afirmar el núcleo de la fe, porque la Fiesta de Cristo Rey lo que recuerda es la primera profesión de fe cristiana: Jesús es el Señor. Eso para nosotros, acostumbrados a hablar de Jesús como el Señor y a dirigirnos a Jesús como el Señor, parece una expresión completamente descargada de Roma, mellada, como gastada, que no tiene ningún carácter incisivo o provocador.

Sin embargo, decir Jesús es «kyrios». «Kyrios» era el adjetivo reservado para el emperador en este mundo; era proclamar algo extraordinariamente peligroso, que a muchos cristianos les costó el destierro o el trabajo en las minas o su sangre. De la misma manera que el signo cristiano más común en los primeros siglos era sencillamente la corona de laurel, sólo que en lugar de poner lo que ponía como signo del imperio dentro de la corona de laurel, ponía la cruz victoriosa de Cristo.

Los cristianos confesaban, y esas representaciones en el arte paleocristiano las encontráis en Roma, las encontráis en Almacia, las encontráis en las islas del Egeo, en Grecia, en Asia Menor (lo que hoy es Turquía), en Siria, en Palestina, en el sur de Arabia, en Etiopía, en Egipto, en todas partes aparecía como el primer símbolo cristiano, que contiene sencillamente esa confesión de fe: Jesús es «kyrios». El lugar que le correspondía a la ciudad de los hombres, a lo que San Agustín llamaría la ciudad de los hombres, el imperio, pensad que el Imperio Romano tenía, cuando nace, el prestigio inmenso de ser el poder que dominaba el mundo, pues el lugar que correspondía al imperio estaba reservado para el Hijo de Dios.

Una de las primeras actas de los mártires orientales, el del Obispo de la capital del Imperio Persa, que entonces se llamaba Seleucia Ctesifonte, hoy es una ciudad del sur de Irak que se llama «las dos ciudades», Al madain, precisamente recordando lo que eran dos ciudades, una en el borde del Éufrates, justamente una a un lado y otra al otro, pero era la capital del Imperio Persa. Y lo que le pidió, cuenta el acta, de aquél que fue el primero de los mártires del Imperio Persa, el Obispo de Seleucia Ctesifonte, que luego sería Patriarcado de toda Persia, y que hicieron una misión en el siglo IX, incluso bajo la dominación árabe, que llegó hasta las costas de Japón, una misión prácticamente desconocida en Occidente, pero que en el Museo de las Estelas de Pekín hay una escritura en chino del Credo de Nicea que había sido llevado hasta las costas de China, en frente del Japón, por misioneros persas.

Pues aquel primer mártir, del año 300 muy poquitos, sencillamente le preguntaron confiesa al emperador como único rey de reyes, al emperador de Persia, al sha persa, y él dijo: «No, yo ya tengo un Rey, que es Rey de mi vida, Rey de la vida del pueblo que el Señor me ha erigido gobernar, y no puedo confesar a otro rey como el rey de reyes, porque el Rey de reyes se llama Jesucristo». Y le costó la vida, y le costó la vida después a muchos cristianos de los que vivían en Seleucia Ctesifonte en aquel comienzo del siglo IV, justo cuando estaba empezando la paz en el Imperio Romano.

Quiero decir: uno entiende así por qué decía San Pablo «no se puede decir Jesús es el Señor sino en el Espíritu Santo», porque decir «Jesús es el Señor» era una afirmación peligrosa, extraordinariamente provocativa en aquel contexto, y sin embargo es el núcleo de la fe. El núcleo de la fe es justamente poder confesar que Cristo es el centro del cosmos y de la historia, el centro de la creación. Lo hemos oído proclamar en la Carta a los Efesios: «Todo, todo, ha sido creado por Él y para Él». Y dice la versión española: «Y todo se mantiene en Él». El texto griego es más fuerte, dice: «Y todo tiene en Él su consistencia». Extraño Rey, extraño Señor, que no está fuera de sus criaturas, sino que está dentro de ellas, que las sostiene en el ser.

Y no sólo eso, el Evangelio que hemos leído nos pone de manifiesto la gran paradoja de la realeza: Jesús es Señor no porque domina. Se lo dijo a sus discípulos: ¿Queréis ser vosotros grandes? Como seguramente los discípulos querían cuando oían a Jesucristo hablar del Reino, decían yo quiero ser uno de los primeros en ese Reino. ¿Queréis ser grandes en ese Reino? Haceros el más pequeño en ese Reino. ¿Queréis ser el primero? Haceros el último. ¿Queréis que vuestra vida sea reconocida? Haceros el servidor de todos. La grandeza de nuestro Rey está en la cruz. Fue paradójico, le acusaron de querer hacerse rey. Y aquella acusación proclamaba una verdad mucho más profunda de lo que ni Pilatos, ni el Sanedrín, ni aquellos que le dieron muerte podrían imaginarse, y es que efectivamente, Él era el Señor no solo de los judíos, sino de la creación entera. (…)

+ Javier Martínez

Arzobispo de Granada

S.I. Catedral

23 de noviembre de 2013

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