«El Hijo de Dios se ha unido a nuestra carne de una manera indisoluble»

Homilía de Mons. Javier Martínez en la celebración del Sacramento de la Confirmación el 29 de mayo en la Santa Iglesia Catedral de Granada, de los colegios Monaita y Mulhacén, de la Asociación Cultural Alayos y de la parroquia del Sagrario.

Queridos hijos -y me refiero de una manera especial a quienes vais a recibir la Confirmación- y lo digo con toda conciencia.

Para todos los demás, la Confirmación es una ocasión de renovar las razones por las que merece la pena ser cristiano, y eso es lo que quiero deciros. En realidad, habéis recibido unas catequesis, sabéis lo que significa el Sacramento de la Confirmación, y yo sólo quiero hacer énfasis en algún punto.

Y me sirve para el primer punto la Primera Lectura, que cuenta un trozo de la historia de San Pablo, y forma parte del Nuevo Testamento, es decir, de la Revelación definitiva de Dios.

Y es precioso que en esa Revelación, que tiene que ver con Jesucristo, que es Jesucristo, la Palabra de Dios, que nos abre el camino de la vida eterna y del cielo, forme parte el comienzo de la historia de la Iglesia, donde hay cosas tan poco importantes como que Pablo era tejedor de lona y cuando llegó a la ciudad -como algunas de las familias que estaban allí y que creyeron en Jesús eran tejedores de lonas- se pusieron a trabajar, hasta que luego la predicación no le daba tiempo y se dedicó por entero a la predicación.

Y diréis: ‘¿Y eso que tiene que ver con nuestras vidas?’. Pues tiene que ver con nuestras vidas en algo muy precioso, que es lo primero que yo quiero subrayaros: y es que hubo una historia, que empezó en el seno de la Virgen y se manifestó al mundo (eso es lo que significa la palabra Epifanía, que es la palabra que se usa para Navidad en Oriente y que usaban los antiguos cristianos) en Belén, cuando el Hijo de Dios nace, y que, en realidad, ha comenzado para nosotros en una mañana de Pascua, y esa historia ya no se detendrá nunca, no se detendrá jamás. Es una historia viva, la historia que empezó en aquella mañana de Pascua, o si queréis, que empezó en Nazaret el día de la Encarnación, esa historia por la que Dios se ha unido, el Hijo de Dios se ha unido a nuestra carne de una manera indisoluble. En realidad, cuando decimos que los matrimonios son indisolubles, lo decimos por referencia a la unión esponsal más grande y más fiel y más verdadera que conocemos, que es la unión del Hijo de Dios con la naturaleza humana. Ése es el desponsorio, ése es el único desponsorio donde en realidad es verdad aquello de que serán los dos una sola carne.

Y por eso los cristianos han aprendido siempre de la Encarnación y de su representación misteriosa, sacramental en la Eucaristía, lo que significa el matrimonio y lo que significa la familia. Porque es ahí donde se aprende lo que significa el amor y un amor sin límites. Esa historia de ese amor sin límites que empezó en Nazaret, en la habitación donde estaba la Virgen, que continuó en la Pasión y en la muerte bajo Poncio Pilato en un momento preciso de la historia, en un rincón del Imperio Romano, esa historia sigue viva. Sigue viva y no para de crecer.

(…)

Fruto de la celebración de hoy, yo le pido al Señor que nunca tengáis miedo de manifestaros como cristianos, por lo que yo os decía antes: No hay nada tan bello en la historia como la Iglesia, nada. Y sé mejor que vosotros los defectos, las miserias, los pecados de muchos de los que componemos la Iglesia, pero, al mismo tiempo, también sé que la Iglesia es un pueblo de santos.

Tan es un pueblo de santos que nos hemos acostumbrado a ver como normales cosas que son absolutamente heroicas. (…)

+ Mons. Javier Martínez

Arzobispo de Granada

29 de mayo de 2014

Santa Iglesia Catedral de Granada

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