“Dios es fiel, hermanos míos, y no abandona jamás a su pueblo”

Homilía de Mons. Javier Martínez en la Eucaristía del día 12, Fiesta de Ntra. Sra. del Pilar, en la celebración de Ordenaciones diaconales de cuatro jóvenes –tres del Redemptoris Mater y uno del San Cecilio- en la S.I Catedral.

Queridísima Iglesia de Dios, que se reúne aquí en Granada, Esposa de nuestro Señor Jesucristo,

muy queridos hermanos sacerdotes concelebrantes,

queridos candidatos al diaconado, ya mismo diáconos,

padres y familiares que os acompañan;

saludo también especialmente a las comunidades del Camino Neocatecumenal, que a tres de vosotros os han hecho de familia durante estos años, realmente, y han suplido a vuestras familias, y os han acompañado en vuestro camino hacia el Orden Sacerdotal;

queridos hermanos y amigos de las parroquias donde habéis estado ejerciendo el ministerio, donde habéis estado ejerciendo y colaborando también desde el principio de sentiros llamados al Orden Sacerdotal, especialmente Luis Miguel, en diversas parroquias de la Diócesis, que también te acompañan aquí esta tarde;

queridos amigos y hermanos todos:

Un 3 de abril de 1972 yo fui ordenado presbítero. Un año antes, también en la primavera, fui ordenado diácono, como lo sois vosotros ahora. Son 42 años (43 desde la Ordenación de diácono) de un ministerio del que no puedo sino dar gracias a Dios, y quiero dar aquí ese testimonio antes de proceder a vuestra Ordenación. Juro por Dios que he experimentado en mi vida la verdad de las palabras del Salmo: «Mi vara y mi cayado te sosiegan, aunque camine por cañadas oscuras, nada temo porque Tú vas conmigo».

Ahí el testimonio requiere sus matices, porque no es que no haya temido, en más de un momento, por mi fragilidad o por la fragilidad de la libertad humana, pero es verdad que el Señor ha sido fiel, fiel a su promesa, fiel a su pueblo, fiel al don que me ha hecho, y no puedo mas que dar testimonio de esa fidelidad del Señor. Todo lo que puedo en Aquél que me conforta y es verdad; es verdad que nuestras vidas humanas son muy pequeñas, muy frágiles, son vidas humanas, y la diferencia entre las cualidades de unos hombres y otros no pasan de los cien denarios de la parábola de los dos siervos, y sin embargo es Dios quien salva los diez mil talentos de diferencia que hay entre Dios y nosotros, y los salva con su amor y con su misericordia. Dios es fiel, hermanos míos, y no abandona jamás a su pueblo.

La celebración de esta mañana es un signo vivo de esa fidelidad de Dios, que sigue llamando a hombres escogidos dentro del pueblo para que podáis ser en medio de ese pueblo y en medio del mundo sólo una cosa: testigos, con vuestra humanidad tal como es, tal como el Señor la ha creado y tal como vuestra experiencia de Iglesia la ha ido configurando; testigos de que Cristo vive y de que sigue siendo la única esperanza del mundo. El único nombre bajo el Cielo que se nos ha dado por el que podamos ser salvados, y por el que los hombres puedan acceder a una humanidad verdadera, de la que tenemos tanta sed, tanta necesidad, tanto anhelo, tanta nostalgia.

Yo he citado mucho en estos últimos días una frase; es la primera frase de una novela inglesa reciente, de hace pocos años, que empieza sencillamente diciendo: «Yo no creo en Dios». Es una novela sobre la fe y el ateísmo, pero empieza diciendo: «Yo no creo en Dios, pero lo echo muchísimo de menos». Describe la condición humana de tantas personas que han perdido, a lo mejor, la experiencia viva de lo que Dios significa en la vida humana. Pero la humanidad que queda es una humanidad herida, una humanidad a la que le falta algo y nos hemos engañado pensando en que eso que nos faltaba era un cierto desarrollo económico, o era la democracia, y que construidas unas estructuras políticas razonablemente hechas a la medida de los valores que el mundo ha reconocido como fruto de 20 años de experiencia de Iglesia, -porque no son valores ni universales ni evidentes por sí mismos en absoluto a todo hombre-, pues que con eso bastaba para que fuéramos felices. Y nuestro mundo es un mundo como una gran súplica que no tiene la forma de una oración porque tendría para eso que ser consciente de que es Dios lo que le falta.

Pero es verdad, da la espalda a Dios porque no piensa. El ser humano no piensa hoy que Dios sea la respuesta a nuestros anhelos ni a nuestras inquietudes humanas y, sin embargo, no puede evitar echarlo de menos. (…)

+ Mons. Javier Martínez

Arzobispo de Granada

Ordenación de diáconos

Santa Iglesia Catedral de Granada

12 de octubre de 2014, Fiesta del Pilar

XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario

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