“Cristo ha resucitado y no necesita uno más en la vida para ser feliz”

Homilía de Mons. Javier Martínez en la Santa Misa del Lunes de Pascua, el 13 de abril de 2020.

Dios mío, celebrar la Pascua es celebrar un Acontecimiento único. Único en la historia humana y que no tiene más parangón que la Creación del mundo. Y por eso, la Vigilia Pascual comienza con el relato de la Creación. Porque que Cristo; que un hombre haya vencido a la muerte y viva para siempre es tan grande como la Creación. De hecho, es más grande que la Creación y el Pregón pascual así lo expresa: “¿De qué nos serviría haber nacido si no hubiéramos sido rescatados?” ¿De qué serviría vivir si Cristo no nos hubiera abierto el horizonte de la vida eterna? ¿De qué serviría ahora mismo luchar contra el coronavirus si todo nuestro horizonte, todo lo que nos espera, es la muerte? (más tarde o más temprano, pero la muerte acabaría definitivamente con todos nosotros).

La Pascua abre una posibilidad nueva. Si la vida humana, como decía en una ocasión san Agustín (en una homilía preciosa que os leeré algún día aquí en la Eucaristía): “Los hombres conocíamos sólo dos instancias, el nacer y el morir, y nuestras vidas transcurrían entre esas dos instancias y nada más. Cristo nos ha abierto una tercera instancia, que es la de la resurrección, la de la vida eterna”. Y esa instancia nueva que Cristo abre y que hace que la Resurrección sea el Acontecimiento más grande, más indispensable, el único que realmente llena de luz y de gozo la vida de los hombres nos permite ver todas las cosas con una mirada nueva.

Yo quisiera subrayar esta tarde una cosa muy sencilla y es que una de las cosas que nos permite mirar el Señor con una mirada nueva es este tiempo de estar confinados en las casas. Este tiempo también de más silencio. Este tiempo de estar juntos, los padres con los hijos, el esposo con la mujer, de acompañar más tiempo a los abuelos, de practicar más la caridad, la paciencia y el amor de unos con otros (estar así no es bueno porque no es el estado natural de la vida. Tampoco era el estado natural en el que vivíamos sobre todo en las grandes metrópolis, tiene muy poquito de natural, pero el Señor nos ha hecho para estar en comunidades amplias y donde uno pueda crecer y donde los chicos puedan crecer conociendo a las chicas para poder elegir bien con quién casarse, y las chicas conocer a los chicos para saber y poder elegir también a quién le conceden casarse con ellas, y si se lo merece o no se lo merece). Y todas esas cosas en una comunidad humana, de dimensiones humanas, todo eso es posible. En nuestro mundo es mucho menos posible, es un mundo mucho más artificial.

Pero digo: un bien, ciertamente para los cristianos, pero un poco para todos. Que en nuestra vida tal como la habíamos hecho, tal como estábamos viviéndola, todos llevamos un cierto rol, unas ciertas máscaras, unas ciertas poses. (…) y cada uno tenemos nuestro rol, y nuestras relaciones humanas se basan mucho más en los roles que en nuestra propia humanidad. Estar juntos, como tenemos que estar en este tiempo, hasta dentro de las familias, nos permite ser seres humanos que viven la vida “a pelo”. ¿Sabéis lo que significa en un caballo montar a pelo, no? Que no hay silla de montar, que no hay brida, que no hay frenos, que no hay nada más que el que uno sepa dominar al caballo. Pues, ahora tenemos nuestra humanidad y el vivir nuestra humanidad “a pelo”, y eso nos permite redescubrir muchas cosas bellas entre nosotros y en nuestra relación humana, y cultivar esas cosas bellas. También nos permite descubrir los límites que tenemos, porque no estamos protegidos por nuestros roles ni por nuestros papeles. Bendita falta de protección. Nos está dando la oportunidad de tener que ser cristianos “a pelo”, cristianos sin tener más que la certeza de que el Señor está vivo y que Su fuerza salvadora actúa en nosotros y actúa en este mundo, y de que el Espíritu Santo nos acompaña en todos nuestros pasos y nos da la vida nueva de hijos de Dios.

Qué regalo. Qué regalo poder redescubrir… Los Papas llevan cincuenta años diciendo que hace falta una nueva evangelización, que tenemos que vivir un cristianismo más sencillo. Cincuenta años o sesenta ya llevan diciéndolo, desde el Concilio Vaticano II, y casi no les hemos hecho caso. Y ahora, el Señor nos pone en unas circunstancias, donde, veréis, cuando yo estoy en la mesa no me vale nada ser obispo, me vale ser cristiano. Me vale ser humano. Pero es que esa humanidad sólo es posible cuando uno tiene a Cristo, y yo considero que es una bendición que nos dé el Señor la oportunidad. Y cuando pase el coronavirus, ése será nuestro desafío: que el mundo pueda reconocernos como cristianos. Que teniendo a Cristo lo tienen todo. Que la única verdadera desgracia en la vida sería perder el amor del Señor, y como sabemos que eso no lo vamos a perder, pues no hay desgracias en nuestra vida, sencillamente no las hay. Lucharemos por las cosas que haya que luchar, procuraremos hacer bien, vivir bien, ayudar a nuestros hermanos y no tendremos bridas, ni seguridades falsas en las que protegernos o en las que apoyarnos. Sólo Tú, Señor, y nuestra humanidad, que nos la has dado para que Te busquemos a Ti.

Qué gracia más grande. Qué hermosura poder vivir así. Qué regalo Señor, nos das. Y qué necesidad tiene el mundo de ese testimonio. Qué necesidad tienen las familias. Una familia que ha perdido a un ser querido de nada tiene necesidad tanta como el testimonio de una persona de fe (y de una persona de fe que no es de fe porque tenga una ideología, no es de fe porque tenga un papel sacerdotal que cumplir o una obligación, algo de lo que además vive, sino porque uno es cristiano, porque cree en Jesucristo, porque Él ha resucitado y no necesita uno más en la vida para ser feliz, realmente: la fe y el Espíritu Santo).

Que el Señor nos lo conceda a todos. Que nos permita aprovechar este tiempo de este modo y de esta manera. Y Le daremos gracias al Señor, aunque hayamos perdido al ser más querido de nuestra vida. Te daremos gracias Señor, porque eso nos permite mirar la vida y la muerte, la realidad entera, con los ojos de Dios y no con nuestros mezquinos ojos humanos.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

13 de abril de 2020
Iglesia parroquial Sagrario-Catedral (Granada)

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