“Cristo está en las circunstancias que vivimos cada uno”

Homilía en la Misa del viernes de la XXXII semana del Tiempo Ordinario, el 13 de noviembre de 2020.

La verdad es que la sorpresa de estas catástrofes de las que habla el Evangelio tiene una aplicación muy fácil en el momento en que vivimos. Vivíamos todos despreocupados del futuro, como si el futuro estuviera completamente bajo nuestro dominio y bajo nuestro poder y, de repente, un bichito minúsculo ha sembrado el pánico y ha sembrado la destrucción.

Sin embargo –repito-, esa aplicación es sumamente fácil y, por lo tanto, seguramente responde más a tendencias psicológicas nuestras que a la verdad. El día del Hijo del hombre, es decir, el día de Jesucristo, es siempre, y siempre tiene el carácter de Acontecimiento que rompe, irrumpe en la Historia, y rompe su curso. Es verdad que genera separaciones, como dice el Señor: “Yo he venido, no a sembrar la paz, sino la espada” (lo decía el Evangelio de hace unos pocos días). Lo que quiero decir es que este Evangelio sirve, no sólo para un momento como el que estamos viviendo, sino que sirve para siempre. Y la frase esa última, que probablemente es un refrán del tiempo de Jesús (“Donde está el cadáver ahí se reúnen los buitres”), es una invitación a ver los signos de los tiempo, es decir, a leer en la Historia y en cada momento de la Historia el designio de Dios. “Por el humo se sabe -decía una canción de Doña Francisquita- dónde está el fuego”. Pues, es algo parecido. Donde veis que los buitres están revoloteando, allí está el cadáver.

Tratad de reconocer los signos de la Presencia del Señor, que está en todo. Y hay momentos en los que parece que el Señor nos despierta y nos agita nuestras conciencias, y todo es gracia para quien Le conocemos. Por lo tanto, con toda la destrucción de este momento, también hay bienes. El descubrimiento de que somos criaturas. El descubrimiento de que no somos los amos del mundo, ni de la vida, ni de nuestra historia, ni de nuestra vida. El descubrimiento de que no hay más satisfacción -lo dice también el Evangelio de hoy- que el dar la vida, porque quien trata sólo de protegerse termina perdiéndola de todas maneras. Y en cambio, quien la da, la recobra, la recupera. Somos nosotros mismos en la misma medida en que nos damos, porque así se realiza nuestro ser, que es un ser que es imagen del Dios que es Amor, del Dios que es Don, que es puro don, pura gracia, pura gratuidad.

Pidamos al Señor poder reconocer los signos de la Presencia del Señor en todas las cosas. (…) Me parece que las Lecturas del momento que vivimos como si fueran el fin del mundo, signos del fin del mundo, o una lectura más o menos apocalíptica, o desde luego como si la pandemia fuese un castigo de Dios… Eso es no comprender, no conocer a Dios. Porque cuando preguntan, “¿dónde está Dios?”, pues, está en el agonizante. Desde la Encarnación del Hijo de Dios, nosotros sabemos que, en un hombre que está agonizando, está el Señor agonizando con él. Y está en el que muere, a quien toma de la mano y lo conduce hasta la patria, y le abre las puertas del Cielo. Y está en el médico que está atendiendo al enfermo y que se desespera porque percibe su impotencia. Está en todas las cosas. Hace falta tener el Espíritu Santo y el don de la fe, para poderLe ver en todas las cosas, y que el Señor nos conceda ese don.

Me acuerdo de una maestra, que era amiga de Chesterton, que decía que muchas veces nuestro cristianismo hablamos de muchas cosas, los Sacramentos, la Palabra de Dios, la Revelación, las virtudes… y hablamos muchas cosas acerca de Dios, acerca de Jesucristo, y no nos damos cuenta de que nuestra religión consiste en una sola cosa: en vivir en relación con Cristo. Me da un poco de vergüenza estos días hablar de las cosas que explico, porque son cosas acerca de Cristo, pero os prometo que a mí lo único que me importa es que nuestra relación con el Señor sea todo lo bonita que Él quiere que sea, y que quien nos importa es Jesucristo, no estas cosas que yo explico acerca de nuestra relación con Él o de cómo la Iglesia celebra nuestra relación con Él o su relación con nosotros, más bien.

Habíamos iniciado la explicación de la Eucaristía hablando de los ritos iniciales, que son el acto penitencial. Y yo quisiera deciros, al hilo de lo que vamos diciendo, que la Eucaristía, la liturgia en general, es como una sinfonía. Y en una sinfonía se puede empezar con un motivo. Pensad en el famoso “tatatachín”, de la Quinta Sinfonía de Beethoven. Luego ese motivo se va -por así decir- modificando y parece como que se pierde y entra otro motivo. Sin embargo, se vuelve a recordar en otro momento posterior. Las sinfonías requieren su despliegue, como las estatuas requieren dar la vuelta en torno a la estatua para poder gozarla. No es una visión plana. Es verdad que hemos dicho muchas veces “voy a oír Misa”, y el “oír Misa” parece que es eso, oír algo que uno escucha, aprende y se marchan. La Eucaristía, yo a veces me gusta compararla como con las sevillanas, en el sentido de que son, efectivamente, como una conversación entre el Esposo y la Esposa. Pero una conversación en la que los círculos se estrechan. Es como un camino de aproximación, como una marcha de aproximación, como hacen los montañeros también en la montaña, hasta que se consuma la Alianza en la comunión.

La Eucaristía tiene tres o cuatro partes. La primera es el acto penitencial. Resumo: la Iglesia espera la Venida de Cristo y aparece el Señor en la presencia del ministro y besa el altar. El ministro cambia de papel constantemente porque besa el altar como representante de la Esposa y, al mismo tiempo, inmediatamente después, la saluda como representante del Esposo cuando dice “la paz esté con vosotros”. La Esposa pide perdón y aquello culmina con un cántico de alabanza que es el Gloria, que es el canto de la noche de Navidad. Es decir, la Esposa ha sido perdonada y, por primera vez, de una manera que se hará más fuerte y más insistente a lo largo de la Eucaristía, proclama por primera vez la Presencia, la Venida de Cristo. “Gloria a Dios en la tierra y paz a los hombres que Dios ama”.

En la paz ya reconocéis un signo que ya aparecerá después, en el perdón de los pecados. En la petición de perdón, reconocéis un motivo que se recuperará también después en el momento en que dice “Señor, no soy digno de que entres en mi casa”. Eso es el aspecto de cómo se van entrelazando los motivos y los temas de la Eucaristía. Y, cada una de las partes, termina o algunas de ellas terminan con una oración. Y la primera oración es la oración que se hace al final del acto penitencial. Se llama oración colecta. ¿Por qué se llama “oración colecta”? Porque es una oración que, si celebráramos bien la Eucaristía, los sacerdotes tendríamos que decir “oremos”, y quedarnos unos momentos en silencio, y cada uno oraría por sus intenciones. Luego, la colecta es cómo el sacerdote recoge las oraciones de todos y las presenta a Dios en ese momento. La colecta es la recogida de las oraciones que cada uno ha hecho y, entonces, decimos “oremos”, e inmediatamente hacemos la oración como si fuera, eso, una cosa que hay que hacer. Pero se llama “colecta” por ese motivo, porque es la oración que recoge la oración de cada uno. Y efectivamente, el sacerdote que lee lo que está en el Misal siempre es una oración; la que hace el sacerdote, que tiene la misión de sacarnos un poco de nuestras intenciones y preocupaciones inmediatas para pedirLe al Señor aquello que necesitamos pedirLe, que siempre es Su Misericordia, Su Gracia, Su Bondad. (…) Siempre Le pedimos al Señor que nos dé Su Gracia, para cumplir Su Voluntad. Que nos dé Su Gracia, para que seamos dignos de alcanzar sus deseos. Es decir, todas esas peticiones que hemos hecho se reúnen en una petición esencial que se une a todas las de cada uno de vosotros. Al mismo tiempo que vosotros os unís a esa y, entonces, por Cristo nuestro Señor, esas oraciones van hasta el trono de Dios.

Y ahí termina la primera aproximación, la primera conversación entre el Esposo y la Esposa. Inmediatamente, empieza la liturgia de la Palabra, que sería la segunda parte de ese diálogo, donde, en la segunda parte, lo que hace el Señor es decirle, contarle el Esposo a la Esposa la historia de su amor. Esa parte ya la vemos mañana.

Que el Señor nos conceda discernir en todas las cosas que Cristo está en las circunstancias que vivimos cada uno, cada día, todos los días, todas las horas, en todo momento.

+ Javier Martínez

Arzobispo de Granada

13 de noviembre de 2020

Iglesia parroquial Sagrario-Catedral (Granada)

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