Crecer en amor y en sensibilidad

Homilía en la Eucaristía del viernes de la XXX semana del Tiempo Ordinario, el 30 de octubre de 2020.

El Evangelio de hoy es de esa frases que Jesús dice en algún otro momento: “El sábado está hecho para el hombre y no el hombre para el sábado”. Significa que en las Leyes, incluso en la Ley de Dios, o en las leyes que se desarrollan en torno a la Ley de Dios, hay jerarquías, hay mandamientos que están al servicio de otros mandamientos.

El mandamiento de cumplir el sábado estaba en el Antiguo Testamento, muy claro y muy repetido. Hasta cuando se cuenta la Creación se dice que Dios, el séptimo día, descansó. Pero, por eso, le preguntan a Jesús más de una vez “¿cuál es el mandamiento más importante?”. Sólo hay dos mandamientos que no tienen excepciones, y no son cosas a cumplir, sino realidades a vivir y siempre se puede crecer en ellas: son el mandamiento de amar al Señor con todas nuestras fuerzas y de amar a los demás como a nosotros mismos, también, lo mejor que sepamos. Y todo lo demás está en función de esos dos mandamientos.

Leemos el comienzo de la Carta a los Filipenses y yo quisiera leer en los Hechos de los Apóstoles. Filipos es la primera ciudad europea a la que llegó el Evangelio, porque San Pablo y Bernabé pensaban ir a la provincia de Asia, pero -comentan los Hechos de los Apóstoles- el Espíritu se lo impidió. Algún tipo de dificultad debieron tener o no se podía pasar, o lo que fuera. Y el caso es que decidieron cruzar hacia Filipos, hacia Macedonia. Y en Macedonia, os leo cómo empezó, porque la Carta es preciosa. Él la escribe desde Roma. Fijaros que Filipos está en Macedonia, es decir, en la punta este de la Europa mediterránea y casi más ya en el Mar Negro que en el Mediterráneo. Y sin embargo, desde Roma, desde la cárcel, San Pablo escribe a esta pequeña comunidad que había en Filipos y le escribe una carta que desborda cariño. Y cuento cómo cuentan los Hechos de los Apóstoles la llegada del cristianismo a Filipos:

“Nos hicimos a la mar en proa de –esto forma parte del diario de viaje que, en una parte de los Hechos de los Apóstoles, San Lucas la cuenta en primera persona del plural, sin duda porque él estaba allí acompañando a Pablo– y pusimos rumbo hacia Samotracia. Al día siguiente salimos para Neápolis, y de allí para Filipos, primera ciudad el distrito de Macedonia y colonia romana. El sábado salimos de la ciudad y fuimos a un sitio junto al río, donde pensábamos que había un lugar de oración. Seguramente, la comunidad judía de allí o de los que llamaban ‘devotos de Dios’, que simpatizaban con el judaísmo, aunque no estaban circuncidados. “Donde pensábamos que había un lugar de oración”. Y oraban. Si no tenían sinagoga, oraban los cristianos. En Roma estuvieron, todavía en el año ciento y pico, celebraban junto al río Tíber, en las afueras de la ciudad, a las orillas del río, porque no tenían iglesias. “Nos sentamos y trabamos conversación con las mujeres que habían acudido. Una de ellas, que se llamaba Lidia, natural de Tiatira, vendedora de púrpura, que adoraba al verdadero Dios”, –era de estas personas que no eran judías pero que simpatizaban o apreciaban la forma judía de vida, y veneraban al Dios único–, “estaba escuchando y el Señor le abrió el corazón para que aceptara lo que decía Pablo. Se bautizó con toda su familia y nos invitó: ‘si estáis convencidos de que creo en el Señor, venid a hospedaros en mi casa’. Y nos obligó a aceptar”. Quiero decir que la tal Lidia tenía personalidad, claramente.

Luego, San Pablo cura al día siguiente a una muchacha, termina en la cárcel, ahí es donde pasa lo de que hay un terremoto por la noche y el carcelero piensa que se les han fugado todos los presos y se va a quitar la vida porque le van a castigar a él, porque se le hayan fugado los presos; y San Pablo le llama diciéndole “que no, que no te quites la vida, que estamos aquí y no nos hemos movido”. Y el carcelero se queda tan sorprendido que también se convierte, y acerca al Bautismo a él y a toda su casa. Luego, cuando se entera de que son ciudadanos romanos, los quieren soltar y le dice “que vengan los magistrados o que se marchen”, y dice, “no, que vengan aquí y nos acusen de lo que hay que acusar”. Quiero decir, que fue una aventura bonita lo de Filipos y merece la pena leerlo.

De la de hoy sólo quiero corregir una traducción. Cuando dice, “que vuestro amor siga creciendo más y más, en penetración y en sensibilidad para apreciar los valores”. La frase vale muchísimo la pena, porque lo que nos pide el apóstol es que crezcamos en amor y en sensibilidad, para apreciar lo que verdaderamente vale. Es que la palabra “valores”, en nuestro lenguaje español actual, en inglés y en los lenguajes modernos, significa “nada”. Significa “lo que a cada uno le gusta más. Significa, dicho en un lenguaje un poco más técnico, “preferencias”. Me da mucha pena cuando se dice que la educación de los colegios católicos es que se centra en “educar en valores”. Y es que los valores son humo, porque los chicos dicen “esos son tus valores, pero yo tengo otros”. Por lo tanto, hablar de valores es hablar de nada. Lo que verdaderamente dice San Pablo es “lo que verdaderamente vale”. ¿Qué es lo que verdaderamente vale? La sabiduría que viene de Dios, la Gracia del Señor, el amor de unos por otros; las cosas verdaderamente importantes en la vida. Yo siento que hayan traducido esto por “los valores”, en un momento en que los valores es una palabra tan terriblemente devaluada que sirve para todo.

“Esta es mi oración: que vuestro amor siga creciendo más y más en penetración y en sensibilidad para apreciar lo que verdaderamente vale”.

Que el Señor nos conceda ese don. Fijaros en el cariño con que San Pablo, desde Roma, desde la cárcel, les habla a estos cristianos que fueron los primeros que en el continente europeo recibieron el Evangelio.

+ Javier Martínez

Arzobispo de Granada

30 de octubre de 2020

Iglesia parroquial del Sagrario.

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