“Bienaventurado y dichoso el que coma en el Reino de Dios”

Homilía de D. Javier Martínez en la Misa del martes de la XXXI semana del Tiempo Ordinario, el 3 de noviembre de 2020.

Muy queridos hermanos (los presentes y los que nos seguís a través de la televisión):

Hay que comenzar por este Evangelio, y puede uno comenzar perfectamente por el comensal que le hizo a Jesús el comentario “Bienaventurado y dichoso el que coma en el Reino de Dios”. El Antiguo Testamento ya había descrito el Reino de Dios, cuando llegase, como un banquete de manjares suculentos y de vinos generosos. Jesús decía que el Reino de Dios había llegado. Y uno de los signos que Él hacía de ese signo, perfectamente consciente y que fue, sin duda, uno de los hechos que le llevaron a Jesús a ser condenado por blasfemo y a la cruz, era el hecho de comer con frecuencia con publicanos y con pecadores. De hecho, lo dicen los mismos Evangelios que lo decían sus enemigos: “Mira, este entra en casa de publicanos y pecadores, y se sienta a comer con ellos”. ¡Dichoso el que coma en el Reino de Dios!

Dichosos nosotros. Nosotros pertenecemos a los que venimos de los senderos. No somos hijos de la primera hora, porque aquellos eran los judíos. En primer lugar, porque eran el pueblo de la Alianza, pero, dentro del pueblo judío, los fariseos, los doctores de la Ley, los fariseos, los sacerdotes. Y aquellos no acudían al banquete de Jesús, no buscaban el Reino de Dios; se sentían satisfechos con lo que tenían y sólo querían protegerlo, proteger su estatus, a costa de cualquier cosa.

Y esta parábola va dirigida a ellos y a los que también en la Iglesia podemos comportarnos como ellos. Excusarnos, pero sobre todo el énfasis en el Evangelio. Y lo digo muy conscientemente, porque el Evangelio siempre es una Buena Noticia. No es solamente ni principalmente un reconvención, menos aun una regañina. El Evangelio es una Buena Noticia. Y la Buena Noticia es que Dios invita a un banquete y que nosotros somos de esos invitados; y que si estamos aquí, por Gracia de Dios, no nos hemos excusado, sino que aquí estamos, Señor. Y agradecidos profundamente de ese banquete que primero el Señor nos ha llamado al banquete de la Creación, y a hora nos llama a vivir en el Reino de los cielos, y se nos da Él como alimento, como viático, alimento para el camino, para ese Reino de los cielos, en el que Él es el alimento, Él es la comida, Quien nos acompaña en nuestro camino. Y Le pedimos al Señor que nos acompañe siempre y que no nos deje nunca: que es una petición que no hacemos para que el Señor nos escuche y aprenda lo que tiene que hacer de lo que nosotros le enseñamos. Es decir, “no nos abandones”.

Las peticiones las hacemos para enterarnos nosotros de que Dios sabe lo que necesitamos y que Dios nos lo va a ofrecer siempre porque Dios es Amor y Dios es Don. Dios es Don. Dios es regalo permanente de Sí mismo. Somos nosotros los que nos olvidamos que Dios es Don y que Dios es Regalo. Somos nosotros los que dudamos de que Dios pueda amarnos, invitarnos a Su casa y a Su banquete. Y no sólo a eso, sino a que Él sea nuestro alimento y nuestro gozo en esa vida y en ese banquete.

Y después del Evangelio viene la Primera Lectura, que es uno de los pasajes del Nuevo Testamento que describen más profundamente el ministerio y el significado de la vida de Jesús. “Siendo de condición divina se despojó de su rango”. Vuelve la idea de invitación en el sentido sobre todo de que Él es el que invita y además el alimento. Tomó la condición de esclavo. Se hizo uno de nosotros. Se humilló a Sí mismo hasta la muerte, y una muerte de cruz. Es decir, el Señor se despoja de todo lo que es Suyo para dárnoslo a nosotros. Toma lo nuestro para hacer lo que la liturgia llama tantas veces, y la Tradición de la Iglesia, “ese admirable intercambio”.

Tú viniste y asumiste nuestra humanidad para que nosotros viviéramos de Tu vida divina. ¿Cómo es esa vida divina? Nos lo dice la primera frase de la Lectura: “Tened entre vosotros los mismos sentimientos de Cristo Jesús”. Es con este motivo con lo que San Pablo introduce este trozo que parece que era un canto o un himno de la primitivísima Iglesia y que San Pablo lo que hace es citarlo: “Tened entre vosotros los mismos sentimientos de Cristo Jesús”. Corresponde a muchas palabras que Jesús dice en el Evangelio: “El que quiera ser el primero de entre vosotros que sea el último”, “el que quiera ser el más grande que se haga el más pequeño”, “el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos”.

Señor, ese eres Tú. Con ese te ganas nuestra fe y con eso te ganas nuestra confianza. Con eso te ganas nuestro amor, porque es cuando comprendemos el regalo que Tú eres, el regalo que Tú has querido ser para nosotros, sin ningún mérito nuestro, desde nuestra creación, cuando nosotros podemos amarTe y ser testimonio también de ese amor Tuyo en medio del mundo. Tened entre vosotros los mismos sentimientos de Cristo Jesús y bienaventurado el que coma en el Reino de Dios.

Señor, que imitando y siguiendo a Tu Hijo y acogiendo los dones de Tu Hijo podamos, igual que nos concedes hoy participar de la Eucaristía, participar de ese banquete del Reino de los cielos juntos, donde no habrá luto, ni llanto, ni dolor, sino una alegría perpetua, renovada constantemente por la experiencia de Tu amor sin límites.

Habréis notado que cuando yo doy la comunión en lugar de decir “dichosos los invitados a la Mesa del Señor” digo lo que es más literal con respecto al texto latino: “Dichosos los invitados a las bodas del Cordero”. Es una cita del Libro del Apocalipsis que está al final, porque esa idea del banquete y el banquete como boda, y Cristo como el Esposo que se da y que se dará en el Reino, pero que se anticipa en la Eucaristía, está en el corazón mismo del Nuevo Testamento, de los Evangelios y del Antiguo Testamento. Y nos hace tomar más conciencia de lo que significa nuestra participación en la Eucaristía, que es un anticipo misterioso, pobre, pequeño en sus formas, pero lleno, con el mismo contenido que tiene el Cielo. El Cielo es eso, pero sin velos y sin nieblas, sin oscuridades, en pura transparencia de la Gloria y de la Belleza del amor de Dios.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

3 de noviembre de 2020
Iglesia parroquial Sagrario-Catedral

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