Ánimo, fortaleza y sabiduría del Señor

Homilía en la Misa del jueves de la I semana del Tiempo Ordinario, el 14 de enero de 2021.

Quisiera yo comentar solamente, para que nos ayude a vivir mejor este momento de la Eucaristía en que el Señor viene a nosotros, viene a habitar en nosotros y a sostenernos y a colmarnos con su amor, esta frase de la Carta a los Hebreos, donde el autor de la Carta les pide a sus lectores: “Animaos los unos a los otros mientras dure este hoy, para que ninguno de vosotros se endurezca, como los israelitas en el desierto, engañados por el pecado”.

El “hoy” al que se refiere el autor de la Carta es el hoy de nuestras vidas. Los cuarenta años por el desierto es el transcurso de la vida del hombre por la Historia. Y a pesar de que la Historia está llena de los signos de Dios y de que no nos faltan, para nada, las señales de Su Presencia, los consuelos de Su Compañía. Recordar que al Pueblo de Israel le acompañaba una columna de nube para darle sombra durante el día y una columna de fuego para darle luz durante la noche y, a pesar de todo eso, murmuraban constantemente contra el Señor. Ese es el hoy de nuestra historia y ese es el hoy de nuestras vidas también, de la vida de cada uno de nosotros. Y en ese hoy, el apóstol, justo porque Cristo ha venido a arrancarnos del poder del que, por miedo a la muerte nos tiene toda la vida sometidos a la esclavitud, a nosotros nos pide que tengamos ánimo. Y ánimo significa esperanza, y la esperanza significa también perseverancia, en el sentido de que caemos una vez, dos veces, mil veces… y volvemos nuestra mirada al Señor, y el Señor no está más que aguardando sencillamente el movimiento de nuestro corazón, porque a veces no llega ni a los labios y, sin embargo, Él lee lo que sucede en nuestro corazón. La sed que tenemos de Él, el hambre que tenemos de Él, la conciencia de la necesidad que tenemos de un amor verdadero que sólo Él puede dar en plenitud. Y hacer que las otras cosas de la vida resulten, a la luz de ese amor, bellas, confortables, motivo de gratitud y de alegría. Eso se lo pedimos al Señor.

Y en ese “hoy”, estamos en un tiempo en que las personas viven un cansancio extremo. El cansancio extremo de la prolongación de la pandemia, de la saturación de las noticias no precisamente bonitas, de las dificultades que intuimos en la vida social que se acumulan y que hacen muy preocupante cualquier mirada hacia el futuro. En ese “hoy”, necesitamos especialmente el aliento y el ánimo de Dios. La certeza de Su amor y de Su Misericordia.

Y yo quisiera daros un consejo, porque se presta mucho en esta especie de estar semiencerrados, o haciendo una vida semisubterránea, como muchos estamos obligados a hacer. Hay una frase inglesa que es como un refrán, que habla como de una tormenta en una taza de té. Incluso hay una película antigua, clásica, del año 37, que tiene por protagonista a un Rex Harrison muy jovencito y a Vivien Leigh -que un año después haría “Lo que el viento se llevó”-, y es una especie de parodia, de farsa, cuyo título en inglés es “Tormenta en una taza de té”. ¿Qué es lo que sucede en las familias? ¿Qué son las “tormentas en una taza de té”? Que, de repente, por el cansancio que tienen, y no por una animadversión hacia los otros miembros de la familia, dice algo que va más allá de lo que uno quería decir y, de repente, de esa pequeña frase o comentario se monta un verdadero tsunami, que pone de manifiesto la fatiga de nuestro corazón, que pone de manifiesto nuestra fragilidad, que pone de manifiesto a veces heridas mal curadas de hace muchos años, o relaciones mal vividas de hace muchos años, pero que empezó porque “me dijiste que la sopa estaba fría” o porque “me había quedado salado nosequé”, o que me dejaras en paz que tenía mucho que hacer. Cualquier pequeñez sirve para que, cuando estamos como una olla a presión, cargados de cosas, de repente aquello resulte desproporcionado a lo que lo ha dado motivo.

Consejo de amigo. Cuando os deis cuenta de eso, salíos de la tormenta. No sigáis la conversación, no sigáis el “pero yo te dije”, “pero tú me dijiste” o “pero acuérdate que aquella otra vez me habías dicho”, porque eso es venenoso. Eso es entrar en el infierno, en la medida en que nosotros aquí podemos experimentar el infierno. Y no tiene fin, porque todo lo que uno ha dicho puede ser interpretado mal. “Pero yo no quería decir eso”, pero el enzarzamiento es cada vez mayor, la tormenta crece y puede terminar arrancando una casa como ha pasado estos días con la Filomena, o tirando árboles, o destrozando un matrimonio y una familia.

El ánimo al que el apóstol nos invita es un ánimo que nos ayuda a ver cuándo las tormentas nacen en una taza de té y poder decir, con toda tranquilidad, “perdón, que estoy hoy muy sensible” o “ya está, vamos a dejar de hablar de esto y vamos a mirar las cosas bonitas que tenemos en común, o vamos a mirar otras cosas que podemos hacer en común, pero no nos vamos a enzarzar en esto, porque terminamos liándola, y no queremos liarla” (en el fondo nadie queremos liarla).

Que el Señor nos conceda ese ánimo, esa fortaleza y esa sabiduría también, para distinguir lo que importa de lo que no importa y no enzarzarnos en lo que no importa, que son la mayoría de las cosas.

+ Javier Martínez

Arzobispo de Granada

14 de enero de 2021

Iglesia parroquial del Sagrario Catedral

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