Antonio Gil nos recuerda esta semana que sólo Dios es capaz de dar respuesta a los anhelos de felicidad que tenemos
Jutta Burggraf, teóloga, que fue profesora de Teología Dogmática en la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra, nos descubrió en su libro, “Libertad vivida con la fuerza de la fe”, esa “gran tensión universal, causa de tantos problemas, angustias y pesares, prácticamente en toda la humanidad”. Sus palabras son certeras y diáfanas: “Vivimos en cierta tensión entre nuestra propia finitud e imperfección, por una parte, y el deseo de lo infinito, absoluto y perfecto, por otra. Podemos experimentar la soledad más radical y, a la vez, las ansias más sinceras de ser comprendidos y aceptados completamente. “Toda la existencia humana es un grito hacia un Tú”, nos advertía el cardenal Ratzinger.
Así nos “descubre y nos describe” esta mujer teóloga la situación paradójica en la que nos encontramos. Y es ni más ni menos que ese “tender” hacia una perfección última que, de ninguna manera, podemos darnos a nosotros mismos. “El hombre supera infinitamente al hombre”, dice Pascal. Esta tensión es la causa del desasosiego, de la inquietud y la insatisfacción que continuamente nos asalta en nuestras vidas, a escala universal.
Ahora, en este tiempo vacacional, saboreando un descanso merecido, valdría la pena “darle vueltas” a estas cuestiones para encontrar “respuestas” que nos ofrezcan la clave de esos “desconsuelos” que forman parte de nuestros pasos. Y la clave, como bien sabemos, es que sólo Dios es capaz de dar respuesta a los anhelos de felicidad que tenemos. “El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, como nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios, y sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar”.
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