Celebramos este domingo la gran fiesta de Pentecostés, la fiesta del Espíritu Santo, que fue enviado en este día para renovar la faz de la tierra, renovando todos los corazones.
El Espíritu Santo, tercera persona de Dios Trinidad, es el amor que une al Padre y al Hijo. En la historia ya se cernía sobre las aguas en el comienzo de la creación. Ese Espíritu es el que ha convertido el caos inicial en cosmos, es decir, el desorden más absoluto lo ha convertido en la más preciosa armonía sinfónica de Dios en la creación. Es el Espíritu que ha alentado a los profetas, a los jueces, a los reyes en la esperanza del Mesías, el que venía a salvar al mundo y que había de ser ungido por ese mismo Espíritu Santo. Así se presenta Jesucristo, como el Ungido de Dios, el Ungido por el Espíritu Santo.
Este Espíritu Santo ha generado en el seno de María virgen la unión del Verbo con la carne humana, ha conducido la vida de Jesús, llevándolo al desierto para vencer al demonio, ha inspirado las palabras de Jesús, le ha dado el poder de los milagros, lo ha impulsado a entregar la vida en la Cruz y lo ha resucitado de entre los muertos. Ascendido a los cielos, Jesús nos ha prometido y nos ha enviado el Espíritu Santo. El día de Pentecostés ese Espíritu Santo ha venido sobre los apóstoles, reunidos en oración con María.
La Iglesia ha recorrido los caminos del Espíritu, en su nacimiento y en su despliegue misionero. El Espíritu Santo es el alma de la Iglesia, la va conduciendo a la verdad plena, como prometió Jesús, la consuela y la fortalece en medio de las tribulaciones del mundo, va configurando a cada uno de sus hijos, según el modelo de Cristo. Los que se dejan mover por el Espíritu, ésos son hijos de Dios y herederos del cielo.
La fiesta de Pentecostés es el fruto maduro de la Pascua. Ven, Espíritu Santo, y renuévalo todo con tu amor. Es el Espíritu Santo el que ha sido derramado en nuestros corazones para que experimentemos que somos hijos de Dios y hermanos de todos los hombres. Él es el autor de nuestra vida espiritual, nuestra vida según el Espíritu. Nos va haciendo parecidos a Jesús, infunde en nosotros sus virtudes y su estilo. El Espíritu Santo nos llena de esperanza y de alegría. Nos hace vivir en gracia de Dios, es decir, en la amistad de Dios, que Cristo nos ha alcanzado por su redención. Las virtudes las alienta el Espíritu en nuestros corazones. Y los dones del Espíritu Santo vienen a perfeccionar todo el organismo espiritual de nuestras vidas. La fiesta de Pentecostés quiere darnos los frutos abundantes del Espíritu: caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia, castidad (Gal 5, 22-23).
En este gran día de Pentecostés celebramos el Día de la Acción Católica y del Apostolado Seglar. Tuvo origen en Pentecostés la misión de los hijos de la Iglesia, y particularmente de los laicos, para llevar al mundo entero la savia nueva del Evangelio. Este año el lema dice: “Los sueños se construyen juntos”, tomando referencia de la encíclica Fratelli tutti: “Nadie puede pelear la vida aisladamente. (…) Se necesita una comunidad que nos sostenga, que nos ayude y en la que nos ayudemos unos a otros a mirar hacia delante. ¡Qué importante es soñar juntos!” (n. 8).
Que el Espíritu Santo rompa nuestras cadenas, disipe nuestros miedos, nos abra a la esperanza de una santidad plena y de un mundo nuevo. No es una utopía, es una realidad que ya ha acontecido en Jesús y que él extiende a todos sus discípulos. La fiesta de Pentecostés es fiesta de Iglesia, de comunidad, de apostolado, de renovación profunda de nuestra vida personal y comunitaria. Dejemos que el Espíritu non inunde con su amor, y así renovará todas las cosas.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba
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