Cuando se participa en la liturgia de modo consciente, activo, interior, la vida se va transformando en una liturgia de lo cotidiano, en un culto vivo y real de las cosas cotidianas, lo ordinario de la vida. Aquello que vivimos en la sociedad, el ámbito familiar y de amistad, el oficio o profesión, el apostolado, etc., son la materia y el lugar donde damos culto a Dios, sirviendo a Cristo y santificándose: ¡la santidad es la liturgia de lo cotidiano, ordinario y oculto!
La liturgia tiene una incidencia real en los creyentes, santificándolos, y así prolongándose en la liturgia existencial de cada bautizado en el mundo.
Cuidar la participación en la liturgia será lograr que los fieles se impregnen bien de aquello que celebran para que sus vidas sean santas en el mundo, transformados para vivir santamente.
Lo nuestro es un culto a Dios en espíritu y verdad que se desarrolla no sólo en el templo, sino allí donde vivimos, luchamos y trabajamos. Es el culto litúrgico de nuestra vida diaria: “Por tanto, ya comáis, ya bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios” (1Co 10, 31).
La participación interior en la liturgia nos cualifica después para vivir en el Señor, para hacerlo todo su nombre, para vivir luego de un modo distinto y santo, como Cristo, en la liturgia de la vida. Esos son los sacrificios espirituales que ofrecemos a Dios en el altar del corazón. Por eso pedimos: “Señor Jesús, sacerdote eterno, que has querido que tu pueblo participara de tu sacerdocio, haz que ofrezcamos siempre sacrificios espirituales agradables a Dios”.
Lo específicamente cristiano es ese culto en espíritu y verdad que se prolonga en lo cotidiano de la vida: “Os exhorto, pues, hermanos… a que ofrezcáis vuestros cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios: tal será vuestro culto espiritual” (Rm 12,1).
La Eucaristía (y toda la liturgia) es un “misterio que se ha de vivir” ya que genera una “forma eucarística de la vida cristiana”, escribía Benedicto XVI en la exhortación “Sacramentum caritatis”. La fe, sostenida por la vida litúrgica y la Eucaristía, conforma un nuevo modo de vivir, de ser y de estar en el mundo.
Participar en la liturgia es vivir así, de ese modo, haciendo de lo cotidiano una liturgia santa –no identifiquemos participar con intervenir o hacer algo: es mucho más, como estamos viendo-.
¿Sabías que la bendición de los peregrinos es tradicional en la Iglesia?
Como indica el Bendicional, en sus números 460 y 462, «las peregrinaciones a los lugares sagrados (…) han de ser tenidas en gran estima en la vida pastoral, ya que estimulan a los fieles a la conversión, alimentan su vida cristiana y promueven la actividad apostólica». Para ello, recomienda: «… con ocasión del comienzo o del final de la peregrinación, organizar una adecuada celebración en la que se imparta a los peregrinos una bendición especial».
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