Seguir a Jesucristo, cargando con la cruz

La vida cristiana no consiste en la cruz, la vida cristiana no es un cúmulo de sufrimientos. La vida cristiana es vivir con una Persona y compartir con ella todo lo que ella vive. La vida cristiana es vivir la vida de Cristo en nosotros.

El evangelio de este domingo da en la diana de nuestro seguimiento de Jesús. Leyendo este pasaje nos encontramos en el centro del ministerio público de Jesús. Culmina la primera parte, con la abierta confesión de Pedro, en nombre de todos los demás: “Tú eres el Mesías” y la recíproca declaración de Jesús: “Tú eres Pedro y sobre esa piedra edificaré mi Iglesia”.

Y Jesús comenzó a hablarles en otro tono, de otro plan, con otro lenguaje. Comenzó a hablarles, como no lo había hecho antes nunca, de su pasión redentora y de su muerte, que había de padecer en Jerusalén. Les abrió su corazón. Jesús les invita a seguirle de cerca, camino de Jerusalén, les invita a participar en su misión redentora. Todos los evangelios coinciden, unos de una manera y otros de otra, en que aquí se produjo una crisis en los discípulos, la crisis de Galilea.

En la primera parte del evangelio, Jesús arrasa. Tiene un éxito espectacular: calma la tempestad del mar, cura llamativamente a algunos enfermos crónicos, a un sordomudo, a aun ciego, multiplica los panes para alimentar a la multitud por dos veces, una con cinco mil y otra con cuatro mil asistentes, camina sobre las aguas. Todos quieren ir con él. A partir del momento en que Jesús anuncia su pasión, entra en la espesura de su vida y de su misión, va encontrando resistencias y muchos se marcharon. El primero que se opone es Pedro, que increpó a Jesús queriendo quitarle de la cabeza esa perspectiva de la Cruz. Jesús le respondió: “Quítate de mi vista, Satanás, porque piensas como los hombres no como Dios”.

Siguiendo la escena (en el evangelio de san Juan), Jesús llega a preguntarles: ¿También vosotros queréis marcharos? Y será Pedro el que responda en nombre de todos: A dónde vamos a ir, sólo tú tienes palabras de vida eterna.

El lenguaje de la Cruz echa para atrás a cualquiera, pero Jesús no ha querido ahorrárnoslo. Porque es aquí cuando nos abre su corazón y nos invita a ir con él. Si el seguimiento de Cristo fuera todo folklore, milagros, hechos extraordinarios, le seguiríamos por tales hechos. Pero en el seguimiento de Cristo, él quiere que le sigamos a él y participemos de su suerte, compartamos su vida, disfrutemos de su amor. Él ha venido para llevar a cabo la redención del mundo, y lo va a hacer por la cruz y todo lo que la rodea, para vencer la muerte en la resurrección.

Cuando nos invita a seguirle por ahí, entonces se pone a prueba la verdad de nuestro seguimiento, la verdad de nuestro amor a él. Cuando en la piedad cristiana se nos invita a contemplar la pasión de Jesús, no se hace para quedarse ahí sino para entrar en el amor de su corazón, un amor desbordante. San Juan de Ávila, amigo de meditar continuamente la pasión del Señor, nos enseña: “Amó más que padeció”. Sería imposible entender cuál es su amor, si no entendiéramos su pasión y las razones de su entrega sacrificial. Sólo cuando el amor es fuerte, pueden compartirse los mismos sufrimientos, que a su vez manifiestan y alimentan ese amor.

La invitación a seguirle es una invitación al amor. “Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga”. Vayamos con él. La fiesta de la exaltación de la Santa Cruz el próximo 14 septiembre nos invita a levantar la mirada y fijarnos en el Crucificado. La Cruz ya no es un desnudo signo de tortura, sino signo de victoria y de amor. Y junto a la Cruz de Jesús estaba su Madre. Ella nos aliente en este camino y nos enseñe a amar en el seguimiento de Cristo por el camino de la Cruz que conduce a la victoria y que supone una preciosa colaboración en su obra redentora.

Recibid mi afecto y mi bendición:

+ Demetrio Fernández
Obispo de Córdoba

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