San Juan de Ávila, doctor de la Iglesia universal

Carta Pastoral del Obispo de Córdoba, Mons. Demetrio Fernández González.

En nuestro lenguaje coloquial, doctor significa médico, aunque éste no haya alcanzado el doctorado. Sin embargo, puede alcanzarse el doctorado en cualquier campo del saber humano: doctor en filosofía, doctor en medicina, doctor en ciencias, etc. En este lenguaje culto, doctor significa el grado máximo de titulación en una materia. Doctor en este contexto significa especialista, experto en su tema.

Cuando la Iglesia declara doctor a un santo está significando otra cosa. Nos está proponiendo a una persona que ha destacado por su santidad, que ha sabido explicar y proponer el misterio cristiano con sabiduría y que ha influido con su doctrina en la Iglesia universal. Santidad de vida, doctrina eminente e influjo universal son las tres condiciones para ser declarado doctor de la Iglesia. En la Iglesia hay, hasta el momento, 33 doctores. Es decir, el Sumo Pontífice ha declarado a lo largo de la historia a 33 santos como maestros de la vida cristiana para todos los fieles de todos los tiempos. Entre ellos, tres mujeres: Santa Teresa de Jesús, Santa Catalina de Siena y Santa Teresita del Niño Jesús.

El Papa Benedicto XVI ha anunciado que próximamente proclamará doctor de la Iglesia a nuestro san Juan de Ávila, que nació en Almodóvar del Campo (Ciudad Real) en 1500 y murió en Montilla en 1569. Después de estudiar en Salamanca y Alcalá, quiso partir para México como misionero, pero fue retenido por el Arzobispo de Sevilla cuando iba a embarcar allí, y se quedó por estas tierras ejerciendo su ministerio sacerdotal. Fue presbítero de la diócesis de Córdoba durante más de treinta y cinco años. Desde aquí viajó a lugares cercanos: Granada, Zafra, Baeza, etc. Predicaciones, catequesis, confesiones, dirección espiritual, muchos escritos y cartas, etc. Y mucha oración y mortificación.

Se asentó en Montilla durante los últimos diecisiete años de su vida, desde donde escribió sus principales escritos y cartas, recibió visitas de muchos santos que buscaban su consejo, y allí murió el 10 de mayo de 1569. Por eso, Montilla se ha convertido en epicentro de la geografía y la historia de san Juan de Ávila. A Montilla peregrinan ahora parroquias, sacerdotes, seminarios enteros, obispos y personalidades, para venerar su sepulcro y acogerse a la intercesión del Santo Maestro de Santos.

El Santuario San Juan de Ávila, donde se guarda su sepulcro, iglesia de los PP. Jesuitas, cedida ahora al obispado de Córdoba, será muy pronto Basílica pontificia. Es la casa donde vivió el Maestro, con su patio y su pozo bajo la parra grande, que cobijaba a los discípulos para tertuliar con el Maestro; la capilla de la que un día salió tanto fuego, que alarmó a los vecinos pensando que era un incendio, y sin embargo, era fuego de amor a Cristo sacramentado por parte de san Juan de Ávila; la estancia de su escritorio y la habitación desde donde partió de este mundo al Padre. Toda esa casa, antigua trasera de la casa señorial de los Marqueses de Priego, es un relicario precioso, en la que se percibe como presente el espíritu de Juan de Ávila. Hasta allí han acudido San Francisco de Borja, san Juan de Dios y tantos otros discípulos. El monasterio de Santa Clara, donde fue capellán y confesor.

A la proclamación de su doctorado en Roma estamos llamados todos. La Conferencia Episcopal Española nos ha exhortado a unirnos a estos actos cuando el Papa determine y anuncie las fechas exactas. Nosotros, a prepararnos lo mejor posible a este magno acontecimiento. Para eso, conocer su vida, leer su doctrina, imitar su ejemplo, acudir a su intercesión, difundir su devoción. El próximo 10 de mayo es su fiesta, y la celebraremos con toda solemnidad en Montilla, con todos los sacerdotes del presbiterio, felicitando especialmente a los sacerdotes que cumplen bodas de oro y de plata de su sacerdocio.

San Juan de Ávila nos anima hoy especialmente a afrontar la nueva evangelización, para que el Evangelio de Jesucristo llegue a todos los hombres. Nos anima con su celo apostólico a superar barreras, a buscar nuevos métodos, a renovar el ardor misionero con que él predicó por estas tierras, que le han merecido el título de Apóstol de Andalucía. Acerquémonos a este gran santo, que tanto ha influido en los santos de su época y de siglos posteriores, para que descubramos en él la belleza de la vida cristiana.

Recibid mi afecto y mi bendición:

+ Demetrio Fernández

Obispo de Córdoba

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