La fiesta del Sagrado Corazón de Jesús llena el mes de junio, mes dedicado a su culto y
devoción, y tiene lugar este viernes después de la fiesta del Corpus Christi. La devoción
y el culto al Sagrado Corazón se extienden a todo el año y a toda la vida.
La humanidad de Cristo ha sido siempre adorada con el mismo culto con que adoramos
su persona divina, la persona del Hijo Jesucristo. Y en esa humanidad de Cristo, su
corazón ha sido traspasado por la lanza, cuando ya había muerto en la Cruz. Lo que fue
un acto de “remate” del Crucificado para certificar su muerte, ya el mismo evangelista
san Juan lo ve con más profundidad, con ojos de fe, como si se nos abriera una puerta
para entrar y conocer la hondura del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús. Y
manifestado hasta el extremo en la Cruz. En las apariciones a los apóstoles es muy
significativa la aparición al apóstol Tomás, dubitativo e incrédulo, para decirle: “Mete
tu mano en mi costado y no seas incrédulo, sino creyente”. Tomás, al constatar las
llagas gloriosas del Crucificado se postra en adoración: “Señor mío y Dios mío”.
Las llagas de Cristo ya no son simples orificios por los que ha brotado sangre hasta la
extenuación, “nos amó hasta el extremo”, sino que se han convertido en lugares de
refugio a donde somos invitados a entrar para dejarnos envolver por un amor que nos
sobrepasa, el amor de Cristo, el amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, y
precisamente manifestado en sus llagas. Nos enseña nuestro san Juan de Ávila:
“Metámonos en las llagas de Cristo, y no para luego salir, sino para morar, y
principalmente en su costado, que allí en su corazón partido por nosotros cabrá el
nuestro y se calentará con la grandeza del amor suyo” (Carta 74).
La fiesta del Sagrado Corazón de Jesús es una ocasión preciosa para vivir el amor de
Cristo, centro de toda la vida cristiana. Un amor que me conoce y que quiere convivir
conmigo, un amor que no se cansa de mí incluso conociendo mis pecados y negaciones.
Un amor que nunca falla. Un amor capaz de transformar mi corazón y hacerlo
semejante al suyo. Un amor que al dirigirse a nosotros es siempre un amor de
misericordia, de perdón, de crecimiento. Un amor que nos llena de esperanza.
El culto al Sagrado Corazón alcanzó mayor expansión con Santa Margarita María de
Alacoque, a quien el Corazón de Cristo se apareció partir de 1673 durante la adoración
eucarística, para abrirle su Corazón y pedirle a ella una respuesta de amor en el mismo
sentido. La devoción de los primeros viernes, la consagración al Corazón de Jesús, la
ofrenda de la propia vida como culto de reparación. Santa Margarita ha sido un
verdadero apóstol del Sagrado Corazón. Más tarde, en España el Padre Bernardo de
Hoyos, joven jesuita, recibe nuevas comunicaciones del Sagrado Corazón en Valladolid,
entre otras la Gran Promesa en 1733.
Muchos santos han profundizado en ese amor y se han servido de la imagen del corazón
para invitarnos a probar y disfrutar del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús. Y a
nivel de piedad popular, esta devoción del Sagrado Corazón ocupa amplios espacios,
porque es una manera muy sencilla y profunda de transmitir el amor de Dios que sacia
el corazón humano. La vida cristiana es la vida de Cristo en nosotros, y el centro del
mensaje evangélico es el amor de Dios, que provoca en nosotros una respuesta del
mismo estilo. Por eso, la invocación “Sagrado Corazón de Jesús, en ti confío” es la
jaculatoria más universal para expresar la confianza en un amor que no se agota y que
siempre está a nuestro alcance.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba.