Mons. Demetrio Fernández González, en la Santa Iglesia Catedral de Córdoba.
«¡Cómo brilla la cruz, de la que colgó Dios en carne humana y en la que, con su sangre, lavó nuestra heridas!». Así reza una antífona de laudes de la fiesta de hoy, 14 de septiembre, la Exaltación de la Santa Cruz.
Para el cristiano, la Cruz no es solamente un objeto de adorno, sino el símbolo y la señal de un acontecimiento histórico, que ha cambiado el curso de la historia humana: Jesucristo, el Verbo de Dios hecho carne, el Hijo eterno hecho hombre como nosotros y nacido de María virgen, ha ofrecido su vida libremente al Padre en favor de todos los hombres, para rescatarnos del poder del infierno y de la muerte y para hacernos hijos de Dios, hermanos de todos los hombres y herederos del cielo.
Ese Cristo, centro de nuestra vida y de la historia, sigue vivo y presente en medio de nosotros. Y con la fuerza de su Espíritu Santo continúa transformando nuestros corazones y haciéndonos constructores de un mundo nuevo. La fe en él ha movido montañas, como ha movido hoy a la ciudad de Córdoba con este Viacrucis magno en el Año de la Fe.
En el ejercicio del viacrucis, que el beato Alvaro de Córdoba introdujo en occidente, acompañamos a Cristo y nos dejamos acompañar por él en el camino de nuestra vida. De él a nosotros y de nosotros a él se han cruzado las miradas, la suya y la nuestra, para comprender una vez más que él ha ido por delante y nos invita a seguirle.
El camino de la Cruz sigue vivo hoy en tantas personas que sufren, tanta gente sin trabajo, incluso jóvenes, que tienen que emigrar. Ese sufrimiento sigue vivo hoy en tantas personas sin hogar, porque se les hace imposible pagar la hipoteca, por haber perdido su trabajo. Un sufrimiento que viene de la injusticia, de la avaricia, de la corrupción en el empleo del dinero de todos, del mal reparto de los bienes, cuando tenía que haber para todos. Un sufrimiento originado por una enfermedad inesperada o por la inutilidad de los años que avanzan. Un sufrimiento causado por el desamor de quienes tienen la obligación de amar.
Para todo ese sufrimiento, Jesucristo sale a la calle a decirnos: «Toma tu cruz y vente conmigo». Ante todos estos sufrimientos humanos, Jesús no ha pasado de largo, sino que, como buen samaritano se ha abajado de su cabalgadura y nos ha tomado sobre sus hombros, como se acaricia a una oveja perdida cuando se la encuentra, como se alegra el Padre cuando vuelve a casa el hijo perdido. Hemos contemplado su rostro lleno de dolor. Qué expresiva cada una de las imágenes que han llegado hasta esta Santa Iglesia Catedral de Córdoba, templo principal de la diócesis y de la comunidad católica de Córdoba. Es el dolor de todos los que sufren hoy, y ante el cual, Jesús nos invita a ser como el buen samaritano, que no se desentiende de los demás, nos invita a ser como el Cirineo que ayuda a los hermanos y comparte sus sufrimientos para aliviarlos.
La Cruz de Cristo es fuente permanente de esperanza, solamente por el hecho de haber sufrido con nosotros y por nosotros. Ante el dolor humano no sirven las palabras, son precisos los gestos de amor. Y también en esto, él va por delante. Pero hoy celebramos la Cruz gloriosa, la Cruz florida de mayo, la Cruz victoriosa, porque el Crucificado ha vencido la muerte resucitando. Cada una de nuestras imágenes recobra vida cuando las miramos con esta certeza de la fe, cada imagen se convierte en estandarte, que atrae todas las miradas. Jesús está vivo, y me ama. Jesús ha resucitado y vive glorioso en la Santa Hostia de la Eucaristía, en el Cáliz de su sangre derramada para el perdón de nuestros pecados. Por eso, adoramos su presencia viva, agradecemos su ofrenda de amor, que nos hace hijos, comulgamos su Cuerpo y Sangre para hacernos hermanos de una familia que no conoce fronteras. La adoración eucarística es el mejor colofón a este acto de fe, a este Viacrucis en el Año de la fe.
Nunca ha sido tan bonita esta Catedral, como hoy, llena de cofrades creyentes, que se gozan de pertenecer en el seno de la Iglesia Católica a su propia Cofradía. Gracias a todos. Me consta que habéis acariciado con mucha ilusión este día, y os felicito a todos por el éxito de su realización. Habéis puesto en la calle a vuestros sagrados titulares para decir al mundo entero –os han seguido desde todo el mundo- que la fe no es algo pasado ni obsoleto, sino la fuerza que hace mover a una ciudad, porque del corazón de cada cofrade ha salido esa devoción, multiplicada por los miles de participantes.
Con Jesús iba su Madre, va siempre su Madre bendita. Con nosotros ha estado María, la Reina de los Mártires, -Córdoba sabe de mártires y de martirio- la que estuvo junto a la Cruz y la que gozó con el triunfo de su Hijo en la resurrección. Con nosotros camina siempre ella, como madre buena que nos comprende y nos estimula a seguir a su Hijo y a ocuparnos de sus hijos.
Demos gracias a Dios por todo lo que hoy hemos vivido. Gracias a vosotros, todos los que habéis colaborado. Que Dios nos bendiga a todos con su misericordia. Amén