Carta del obispo de Córdoba, Mons. Demetrio Fernández
La Cuaresma es anuncio y preparación inmediata para la Pascua. La Pascua es la celebración anual de los misterios centrales de nuestra fe cristiana: Jesucristo que afronta su pasión y muerte por amor a todos los hombres y es resucitado por el poder de Dios, constituyéndolo Señor. Todo un acontecimiento que ha marcado la historia de la humanidad y que los cristianos celebramos con devoción, dolor y gozo, como las más importantes celebraciones del año.
La Pascua es un tiempo de renovación: cuarenta días para prepararla (cuaresma) y cincuenta días para celebrarla (cincuentena pascual), que concluye con la venida del Espíritu Santo en Pentecostés. Entre nosotros, además, coincide con la primavera, donde la creación se renueva, todo florece y cosechamos los frutos del año. Pero la renovación más importante es la de nuestros propios corazones, y por eso hemos de ponernos en camino.
La cuaresma recuerda los cuarenta años del pueblo de Dios por el desierto desde Egipto hasta la Tierra prometida, los cuarenta días de Moisés en el Sinaí para recibir las Tablas de la Ley, los cuarenta días de Jesús al comienzo de su ministerio público cuando lucha cuerpo a cuerpo contra Satanás y lo vence. Entremos en la cuaresma con el deseo de revivir nuestro bautismo hasta renovar esas promesas bautismales en la vigilia pascual.
El trípode clásico de la cuaresma es: oración, ayuno y limosna, como nos ha recordado Jesús en el evangelio del miércoles de ceniza.
Volvamos a Dios! Abrimos nuestra mente y nuestro corazón a la Palabra de Dios, que en este tiempo nos llega con mayor abundancia. “Si hoy escucháis su voz, no endurezcáis vuestro corazón” (Hbr 3,15). Dediquemos tiempo más abundante a la oración en todas sus formas: oración litúrgica (misa, liturgia de las horas, confesión, etc.), devocional (rosario, viacrucis…), lectio divina (lectura orante de la Palabra de Dios), lectura espiritual (explicación de la fe y la moral cristiana, vidas de santos), etc. La oración es la respiración del alma, y a veces andamos asfixiados. No encontramos tiempo, y lo que encontramos es a toda prisa y con miles distracciones. Busquemos momentos, jornadas, lugares, etc. que nos ayuden a vivir el silencio de la escucha. Dios tiene mucho que decirnos, pero le es difícil decírnoslo si no estamos a la escucha. Cuando entramos en ese silencio de Dios, se nos ensancha el corazón y nos es mucho más fácil el camino de la vida. Por el contrario, cuando la oración anda escasa, todo va mal. El tiempo de cuaresma es tiempo propicio para crecer en la oración, el trato con Dios. Dios está deseando y por eso nos ofrece un tiempo de gracias para la conversión.
El ayuno es una necesidad vital. Se expresa en la comida, pero abarca todas las dimensiones de la vida. Por el ayuno, el espíritu se purifica y el cuerpo se agiliza. ¿De qué podemos ayunar? La oración nos lo irá indicando: de tantas cosas que nos estorban para estar atentos a Dios y a las necesidades de los demás. Tendemos por nuestra condición pecadora a centrarnos en nosotros mismos, a darnos gustos y caprichos en todos los campos (comida, vestido, viajes, gastos de todo tipo, empleo del tiempo, etc.), y de esa manera alimentamos nuestro egoísmo. El ayuno nos abre a las necesidades de los demás: una vida entregada y donada no piensa en sí mismo, sino en los que le necesitan. Esa espiral que gira hacia nosotros debe cambiar de sentido para ser una espiral en salida hacia los demás, para hacer de nuestra vida una donación.
La limosna es la actitud de misericordia hacia los pobres y necesitados, desde la convivencia más cotidiana con los que nos rodean hasta las grandes necesidades que el mundo padece. No podemos desentendernos, sino debemos salir al paso como el buen samaritano, porque “el otro es un don” para mí, como nos recuerda Papa Francisco en su Mensaje para Cuaresma 2017. La cuaresma es ocasión preciosa para ejercitarnos en ese amor fraterno. El pobre Lázaro (Lc 16,19-31) nos hace entender que la vida tiene otra dimensión, además de las apariencias, el prestigio, el poder, el placer, la vanidad y la mentira. Los pobres nos recuerdan que también cada uno de nosotros hemos de ser un don para ellos.
Comenzamos la cuaresma con buen ánimo. “Este es el tiempo de la misericordia”, aprovechemos la cuaresma que nos conduce hacia la pascua del Señor y la nuestra.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández,
Obispo de Córdoba