Carta Pastoral del Obispo de Córdoba, Mons. Demetrio Fernández González.
Los acontecimientos de estos días pasados en Roma han quedado grabados a fuego en nuestra memoria y en nuestro corazón. Hemos vivido días intensos de comunión universal de la Iglesia. La comunión con el Papa, el Vicario de Cristo en la tierra, el Sucesor del apóstol Pedro, ensancha el corazón y nos hace respirar con el aire de la Iglesia universal. Nos hace católicos.
En torno a 500 personas de nuestra diócesis de Córdoba hemos acudido a festejar con los demás fieles del mundo entero nuestra alegría por la declaración de San Juan de Ávila, clericus cordubensis (cura de la diócesis de Córdoba), como doctor de la Iglesia universal. El Obispo con su Consejo Episcopal, todos los seminaristas de Córdoba (un centenar), casi un centenar de curas y muchos fieles seglares, especialmente de Montilla, con sus autoridades municipales.
El sábado celebramos las vísperas preparatorias en la basílica de Santa María la Mayor. Todo precioso, la liturgia solemne, el marco incomparable, con la presencia de la casi totalidad de los obispos españoles, el templo abarrotado de fieles, muchos jóvenes sentados incluso en el suelo. El canto del Magnificat con trompetas, cobijados por ese ábside en que María es coronada Reina por su Hijo. Realmente, la liturgia es la irrupción del cielo en la tierra, que nos eleva hasta lo divino. Y después de vísperas, la lectura reposada y meditativa de textos preciosos del nuevo Doctor de la Iglesia. «Sepan todos que nuestro Dios es amor», porque la religión cristiana, la que Cristo nos ha revelado, es la revelación del amor de Dios, que espera una respuesta de amor por nuestra parte. Pero no se trata de una respuesta obligada, sino de correspondencia espontánea «Me has herido el corazón y me lo has robado». La relación con Jesucristo se convierte en una relación de amor, herido por el amor de Cristo crucificado. «Más quisiera estar sin pellejo que sin devoción a la Virgen María».
El domingo nos apresuramos a llegar pronto a la plaza de San Pedro. Era el día soñado. El que tantos y tantos antes que nosotros han deseado vivir, y a nosotros Dios nos ha concedido vivir en directo. La liturgia papal, igualmente preciosa y ejemplar. En medio de una multitud incontable, hemos tenido momentos de silencio impresionante. La música muy cuidada, todo en gregoriano. Y el Papa en virtud de su suprema autoridad apostólica ha declarado doctor de la Iglesia a nuestro San Juan de Ávila, para decir a toda la Iglesia de todos los tiempos que San Juan de Ávila es un santo, cuya doctrina merece la pena conocer, estudiar, asimilar y vivir. El es un verdadero maestro de vida cristiana en tiempos de cambio. El es un evangelizador dedicado con toda su vida a que todos conozcan el amor de Cristo. El ha buscado que nuevos sacerdotes, bien formados y santos, aporten la nueva savia del Evangelio a un mundo nuevo.
El lunes nos hemos reunido los miles de españoles en la basílica de San Pedro del Vaticano para dar gracias a Dios por este don a su Iglesia, presididos por el cardenal Rouco, presidente de la Conferencia Episcopal Española, que ha sido la promotora de la causa de canonización y doctorado. Sobre la tumba de Pedro, orando por el Papa Benedicto XVI, hemos vivido la comunión con el Papa como elemento que pertenece a la esencia de la vida cristiana. Donde está Pedro, allí está la Iglesia.
Ha habido varios momentos de cercanía física con el Papa. Los seminaristas de Córdoba ayudaron al Papa y cuando éste se revestía se interesó por el Seminario de Córdoba y aseguró sus oraciones para que nuestro Seminario se mantenga fiel a san Juan de Ávila. Francisco Almedina, al presentar las ofrendas del pan para la Eucaristía, invitó al Papa a visitar Montilla, donde se guarda el sepulcro y la casa del Maestro, doctor de la Iglesia. El obispo y el rector de la basílica de Montilla entregaron al Papa en la audiencia del miércoles una preciosa cruz pectoral, recuerdo del acontecimiento. Córdoba y Montilla le han expresado personalmente al Papa su amor, su adhesión, la plena comunión.
Todos estos acontecimiento, que se prolongan en el año jubilar, abierto el 12 de octubre en Montilla, y la misa de acción de gracias el domingo 14 en la Catedral sirva de estímulo para seguir las huellas de este clericus cordubensis, Juan de Ávila, que nos incita a perderlo todo con tal de ganar a Cristo para nosotros y para los demás. Esa es la nueva evangelización.
Con mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández
Obispo de Córdoba