Carta del obispo de Córdoba, Mons. Demetrio Fernández
Con el domingo de ramos, con la entrada de Jesús en Jerusalén a lomos de la borriquita, comenzamos la Semana Santa, la semana en que celebramos anualmente los misterios centrales de nuestra fe cristiana: la muerte y la resurrección de Jesucristo. Hemos venido preparándonos durante la cuaresma (40 días) y lo celebraremos durante el tiempo pascual (50 días), para rematar en Pentecostés con la venida del Espíritu Santo.
En este domingo aparece Jesús que camina libremente hacia la muerte. “Nadie me quita la vida, la doy yo libremente” (Jn 10,18). Jesús no es sorprendido por lo que le viene encima, sino que lo conoce y desea que se cumpla. “Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer” (Lc 22,15). Llama la atención la libertad con la que Jesús se enfrenta a su muerte redentora. Más que un reo, aparece como un juez poderoso, dueño de la situación. El secreto de todo ello está en el amor que mueve su corazón.
Jesús no va a la muerte a empujones o a la fuerza, va libremente, como libre es el amor que le acompaña. Amor al Padre, al que se entrega en obediencia amorosa. Jesús conoce el plan redentor de su Padre Dios y ha entrado de lleno en esa voluntad de salvar a todos, entregándose a la muerte. Su obediencia es un acto de amor y la ofrenda de su vida tiene ante todo esa dirección vertical de darle a su Padre lo que se merece, y lo que tantas veces los humanos le hemos robado por el pecado. Y amor a los hombres, por los que se entrega voluntariamente en actitud de servicio, ocupando el último puesto, para que nosotros recuperemos la dignidad de hijos de Dios.
Los sufrimientos de la pasión que viene encima serán terribles. Sufrimientos físicos: azotes, corona de espinas, clavado en cruz, sed agotadora, muerte por asfixia. Sufrimientos sicológicos: humillación, tremenda humillación. Es tratado como un malhechor, siendo el hijo de Dios. Sometido a una sentencia injusta, él no abrió la boca. Tremendamente llamativo el silencio de Jesús a lo largo de la pasión. “Jesús, sin embargo, callaba” (Mt 26,62), recordando al Siervo de Yavé, que iba mudo como cordero llevado al matadero.
Pero lo más misterioso es ese silencio de Dios, que le hace gritar a Jesús: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”(Mt 27,46). Dios Padre no abandonó nunca a su Hijo, y bien lo sabía Jesús que el Padre nunca le abandona. Sin embargo, la zona inferior de su humanidad se sintió desgarrada ya desde la oración en el huerto. Jesús quiso tocar de esta manera tantas situaciones humanas donde se palpa el silencio de Dios. Y es que todo ese sufrimiento humano, que muchas personas arrastran en su vida es peor que la muerte. Y Jesús ha pasado por ese trago, para que cuando nos toque pasarlo a nosotros no nos sintamos solos.
Ha sido muy honda la humillación y el descenso hasta lo más inferior. Y es que será muy grande la exaltación por la resurrección. Bien lo expresa el himno que cantamos en la liturgia y que ya cantaban aquellos primeros cristianos como respuesta a la predicación de los apóstoles, y concretamente a la predicación del apóstol Pablo. “Cristo, siendo de condición divina… se despojó de su rango, obediente hasta la muerte de Cruz. Por eso, Dios lo exaltó sobre todo” (Flp 2,6-11).
Entremos con Jesús en Jerusalén, aclamémosle con palmas y ramos, uniéndonos al griterío de los niños y jóvenes que le aclaman como rey: “Bendito el que viene en nombre del Señor”. Participemos en la liturgia de estos días santos. La Misa Crismal del martes, donde se consagra el santo Crisma para los sacramentos y los sacerdotes renuevan sus promesas (invitados también especialmente los que se van a confirmar). El triduo pascual jueves en la tarde, viernes y vigilia pascual. Y, si le acompañamos en la muerte, tendremos parte en la alegría de su resurrección.
Las procesiones de Semana Santa sean todas expresión de este acompañamiento a Jesús que camina libre hacia la muerte para llevarnos a todos a la resurrección de una nueva vida. Santa Semana para todos y feliz Pascua de resurrección.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández,
Obispo de Córdoba.