Coronación Pontificia de la imagen de María Auxiliadora

Homilía del Administrador Apostólico de Córdoba, D. Juan José Asenjo Pelegrina. 1.  "De pie, a tu derecha está la reina enjoyada con oro". Con estas palabras del salmo 44 hemos respondido a la Palabra de Dios de la primera lectura de esta Eucaristía solemnísima. Ellas sintetizan con mucha propiedad el significado profundo de la ceremonia que en esta mañana nos reúne, la Coronación Pontificia de María Auxiliadora, acontecimiento largamente soñado por todos nosotros. Por ello, es natural la alegría que percibo en vuestros rostros y el calor que alienta en vuestros corazones en este día que quedará escrito con caracteres indelebles en la historia de la Familia Salesiana de Córdoba.
 
2. La ceremonia que dentro de unos momentos vamos a celebrar es excepcionalmente rica en contenido y tiene un profundo significado espiritual. La Iglesia corona las imágenes de la Virgen porque previamente, después de su asunción a los cielos, María fue coronada por la Santísima Trinidad como reina y señora de todo lo creado. Esta verdad, creída siempre en la Iglesia, hunde sus raíces en la Palabra de Dios. El libro de los Salmos anuncia proféticamente la entronización de María, enjoyada con oro, a la derecha de su Hijo en la gloria celestial (Sal 44,11). El Apocalipsis, por su parte, cierra sus alentadoras visiones orientando nuestra mirada a María, la "mujer vestida de sol, con la luna por pedestal y coronada con doce estrellas" (Apoc 12,1). También los Padres de la Iglesia en los primeros siglos celebran esta verdad consoladora. Descuella entre ellos San Ildefonso de Toledo, uno de los más grandes cantores de la realeza de María en el corazón del siglo VII, a la que prodiga los títulos de Señora, Dueña, Dominadora y Reina. La liturgia, por su parte, llama a la Virgen Reina del cielo, Reina y madre de misericordia.
 
3. María es reina por ser la madre del que es "Rey de reyes y señor de los señores" (Apoc 19,16). María es reina por haber cooperado activamente con su Hijo en la obra saludable de nuestra redención. Si Jesucristo es rey por ser Dios, María es reina por ser madre de Dios. Si Cristo es rey del mundo por ser su redentor, María es reina por ser corredentora, al aceptar el dolor y la muerte de su Hijo y ofrecerla al Padre por la salvación de toda la humanidad. Por ello, el Concilio Vaticano II afirma con mucha concisión y claridad que María, "asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial, fue ensalzada por el Señor como reina del universo con el fin de que se asemejase de forma más plena a su Hijo, Señor de los señores y vencedor del pecado y de la muerte" (LG 62).
 
4. La coronación de María como reina del mundo, es para todos nosotros, la humanidad peregrina que gime en este valle de lágrimas, signo de esperanza segura y de consuelo hasta que llegue el día del Señor (LG 68). Ella, como primera redimida por el misterio pascual de su Hijo, nos ha precedido en el reino prometido a los que son fieles, a los que, como ella, hacen de su vida un sí a Dios. Allí reinaremos con Cristo y con María (Apoc 22,5); nos sentaremos sobre tronos (Lc 22,29-30) y recibiremos la corona de la justicia (2 Tim 4,7-8), la corona de la vida (Sant 1,12; Apoc 2,10), la corona de gloria que no se marchita (1 Pet 5,4). Este es el destino feliz que aguarda al Pueblo de Reyes que constituimos todos los bautizados.
 
5. En esta hora de la Iglesia y del mundo marcada por la desesperanza, en la que tantos hombres y mujeres han perdido la fe en las promesas de Dios y en la vida eterna, causa sin duda del desvanecimiento de los valores morales, la contemplación del triunfo de María y su coronación como reina y señora de todo lo creado, robustece nuestra esperanza en medio de las luchas y dificultades de la vida. La resurrección del Señor, Cabeza del Cuerpo Místico, y su victoria sobre la muerte es prenda de la resurrección de sus miembros. El triunfo de María, el miembro más excelso de la Iglesia y primicia de la nueva humanidad (1 Cor 15,20), es la confirmación de que también la Iglesia y cada uno de sus hijos seremos algún día partícipes de su triunfo.
 
6. El misterio de la coronación de la Virgen humilde y fiel, que responde a la propuesta del ángel acogiendo el designio de Dios sobre ella (Lc 1,37), nos ayuda a comprender el valor relativo de las glorias, placeres y grandezas de este mundo, frente a lo único verdaderamente decisivo e importante, la posesión de Dios, el abrazo definitivo con Él, la contemplación de la infinita dulzura de su rostro por toda la eternidad y el premio eterno que Dios tiene reservado para los que le aman.
 
7. El misterio de la coronación de la Virgen nos desvela además la misión de María en la vida de la Iglesia y en nuestra propia vida. María es la mujer que hiere la cabeza de la serpiente en los umbrales de la historia y se nos muestra como garantía segura de victoria (Gén 3,15). María es la señal que da Dios al rey Acaz por medio de Isaías: una virgen dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Dios-con-nosotros (Is 7,13-15). María es la señal que sube del desierto, a la que saluda el Cantar de los Cantares como columna de humo sahumado de mirra e incienso y toda suerte de aromas exóticos (Cant 3,6). María es la señal magnífica y deslumbrante que llena por entero la apoteósica visión del capítulo 12 del Apocalipsis. En ella aparece un enorme dragón rojo, calificado como "la serpiente antigua, el llamado diablo y Satanás, el seductor del mundo entero" (Ap 12,9), en lucha perenne contra la humanidad. En el fragor de esta lucha se levanta el signo grandioso de la Virgen victoriosa sobre el gran dragón, que es entronizada como reina a la derecha de su Hijo. Con ello nos enseña San Juan que en la lucha espiritual entre el bien y el mal, entre la vida y la muerte, entre el pecado y la gracia, es decisiva la ayuda de María a la Iglesia y a cada uno de los cristianos para lograr la victoria definitiva sobre el mal.
 
8. Maria, queridos hermanos y hermanas, es la senda por la que Dios se hace presente en nuestra historia. Por ello, es el lugar de encuentro de la humanidad con Dios y el camino más enderezado para llegar a Él. La liturgia secular de la Iglesia la llama "puerta dichosa del cielo". La llama también "estrella del mar", porque nos guía hacia Cristo, puerto de salvación. Desde las alturas de Dios María contempla a sus hijos. Como madre solícita, vela por nosotros, sostiene nuestro esfuerzo, alienta nuestra fidelidad y "continúa alcanzándonos con su múltiple intercesión los dones de la salvación eterna" (L.G.,62). Ella es la prenda de Dios; ella es para nosotros sus hijos pilar de firmeza indestructible. Nos lo dice la Escritura Santa. Nos lo dice también la tradición cristiana, la enseñanza perenne de la Iglesia y el sentido de la fe de nuestro pueblo, que siempre se ha acogido bajo el amparo de aquella que es abogada nuestra, auxilio de los cristianos, socorro y medianera entre Dios y los hombres.

 9. Dentro de unos momentos, voy a tener el honor inmerecido de coronar a María Auxiliadora en nombre del Santo Padre Benedicto XVI, que ha tenido a bien enviarnos un mensaje con su bendici&oac
ute;n, que leerá al final de la Misa el vicario General. La coronamos con la joya material que han labrado para ella los plateros cordobeses. La coronamos, sobre todo, con la corona inmaterial que habéis ido forjando a lo largo de estos meses de intensa preparación espiritual para este gran acontecimiento y que quiere ser el símbolo de la coronación de María en la intimidad de nuestros corazones como reina y señora de nuestras vidas. Cuando hace casi dos años recibía en el Obispado a los Padres Andrés González y Miguel Aragón para solicitarme la coronación de María Auxiliadora, les pedía que este acontecimiento tuviera una tonalidad eminentemente pastoral y espiritual y que no buscara otras finalidades que no fueran la renovación profunda de la vida cristiana y el incremento de la devoción a la Virgen de todos los miembros de la Familia Salesiana. Les pedí también que fuerais austeros en los gastos y que no os olvidarais de los pobres. Sé que habéis cumplido con creces estas recomendaciones del Obispo.

10. En la Misa de apertura del Año de María auxiliadora el 30 de marzo del año pasado, os propuse un lema, que esta mañana os vuelvo a reiterar: "María Auxiliadora en el corazón"; "María Auxiliadora en el corazón" de toda la Familia Salesiana; "María Auxiliadora en el corazón" de todos sus devotos. Si, queridos hermanos y hermanas, pongamos a María Auxiliadora en el centro de nuestros corazones y de nuestras vidas. Caminemos con ella, "a la zaga de su huella", poniéndola como estandarte de nuestra peregrinación en esta tierra. ¡Qué mejor compañía que la de María! Que a partir de hoy, con un gozo y un compromiso renovados, María Auxiliadora sea el centro de nuestros pensamientos, el norte de nuestros anhelos, el apoyo de nuestras luchas, el bálsamo de nuestros sufrimientos y la causa redoblada de nuestras alegrías. Os lo dice también Don Bosco con unas palabras que es seguro que en esta mañana todos recordáis con emoción: "Os recomiendo cuanto sé y puedo, y desearía que mi consejo quedaba grabado en vuestra mente y en vuestro corazón, que invoquéis siempre el nombre de María, especialmente con esta jaculatoria: "María auxiliadora de los cristianos, ruega por nosotros". Decidla en todo peligro, en toda tentación, en toda necesidad, siempre". Con "María Auxiliadora en el corazón", queridos hermanos y hermanas, nuestra vida se convertirá en un camino de conversión y de gracia, de reconciliación con Dios y con los hermanos, de fraternidad y servicio humilde y esmerado a los pobres y a los que sufren, y en un manantial de santidad, de dinamismo apostólico y misionero y de fidelidad a nuestra vocación cristiana, que robustecerá nuestra unión con el Señor, meta final del acontecimiento singular que en este día a todos nos llena de alegría.
 
11. En esta mañana, en que la María Auxiliadora nos mira con especial ternura, nos dirigimos a ella y la invocamos. Le pedimos por la Iglesia, para que no desfallezca en el camino de la Nueva Evangelización. Le pedimos por el Papa, en cuyo nombre coronamos en esta mañana su imagen centenaria. Le pedimos por los frutos espirituales de su peregrinación a la tierra de Jesús. Le pedimos también por el Rector Mayor, noveno sucesor de D. Bosco, y todos los miembros de la Familia Salesiana, para que nunca le falten vocaciones y sean muchos los jóvenes generosos que quieran entregar su vida al servicio de la Iglesia y de la educación cristiana de la juventud siguiendo la estela de vuestro fundador. Le pedimos por nuestra Diócesis, por el Obispo que esperamos, por sus sacerdotes, consagrados y laicos, y muy especialmente por los pobres y todas las víctimas de la crisis económica. Le pedimos también que aliente a vuestras autoridades en su servicio al auténtico bien común. Le pedimos, por fin, por nuestros jóvenes, ávidos de una felicidad infinita que sólo Jesucristo puede saciar. A ella acudimos en esta mañana repitiendo la oración que escribiera San Juan Bosco:

"Oh María, Virgen todopoderosa:
tú, la grande e ilustre defensora de la Iglesia;
tú, auxiliadora admirable de los cristianos;
tú, "terrible como ejército en orden de batalla";
tú que sola destruyes los errores del mundo,
defiéndenos en nuestras angustias,
en nuestras luchas y necesidades
y en la hora de nuestra muerte
acógenos en los gozos eternos. Amén".

+ Juan José Asenjo Pelegrina
Administrador Apostólico de Córdoba

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