Con aires de fiesta en torno a la Virgen santa

El comienzo de septiembre señala el comienzo de curso, comienzo de una nueva etapa en muchos ámbitos, también en el ámbito pastoral, en la actividad de nuestras parroquias, en la vida de la Iglesia. Y estos días son días de novena que nos preparan a la fiesta de la natividad de María, el 8 de septiembre. En muchos lugares de nuestra diócesis y de la Iglesia universal es la fiesta principal de la Virgen. En Córdoba, se llama Fuensanta. En otros muchos lugares de nuestra diócesis tiene otros nombres, que saben a gloria a quien se acerca a ella.

Vemos estos días a los más pequeños ir al colegio de la mano de su madre. Con esta imagen, que se repite tanto, os invito a agarrarnos de nuevo a la mano de nuestra Madre del cielo en el comienzo del curso pastoral. Probablemente sintamos cierta pereza, al dejar las vacaciones. Ella tira de nosotros, por nuestro bien. O quizá nos ilusione encontrarnos con nuevos amigos, vivir nuevas experiencias. Ella está discretamente presente para propiciar nuestro crecimiento en todos los sectores de nuestra vida.

Nos abrimos al nuevo curso con esperanza, porque ella va siempre a nuestro lado. No nos soltemos de su mano. Ella no nos infantiliza ni nos impide crecer, al contrario ejerce su maternidad con nosotros sin acapararnos, impulsándonos en nuestro crecimiento. Ella está discretamente a nuestro lado y potencia todo lo bueno, librándonos de todo peligro.

Tener madre, acudir a ella, sentirse protegido por ella es un dato esencial en la vida cristiana. María no es un objeto de lujo o un añadido superfluo. María ocupa un lugar central en nuestra fe y en nuestra vida cristiana, porque es la Madre de Dios y nuestra Madre. Ahí la ha situado su Hijo y nos la ha dado en el momento supremo. Acudamos continuamente a su intercesión, como un niño pequeño que necesita siempre a su madre.

Tenemos en el horizonte próximo la beatificación de 127 mártires cordobeses en la persecución religiosa del siglo pasado. Lo celebraremos en la Catedral de Córdoba el próximo 16 de octubre, sábado. María ha ocupado un lugar central en las vidas de cada uno de ellos. María ha estado a su lado en todo momento, y especialmente en el momento supremo de las torturas y de la entrega final. Preparemos con María este evento especial para nuestra diócesis y para la Iglesia universal, que se alegra en la glorificación de sus mejores hijos.

Cultivemos la devoción a nuestra Madre desde el comienzo de curso. Con la oración del rosario, completo o por partes, que viene a ser como la oración del corazón: “¿Me quieres? –Te quiero. Dímelo de nuevo”. Esa repetición continua de avemarías alegra a nuestra Madre, porque le recuerda a ella el momento culminante del anuncio del ángel. Esa repetición de avemarías serena nuestra alma y la dispone en actitud contemplativa para vivir la propia vida en esa actitud contemplativa que lo va recibiendo todo de Dios. Esa repetición de avemarías permite pasar por nuestro corazón tantas personas, tantas necesidades, tantas intercesiones. El rezo del rosario es una conexión sencilla e intensa con el corazón de María a lo largo de nuestras jornadas.

Comencemos el curso pastoral con aire de fiesta en torno a nuestra Madre la Virgen María. Cogidos de su mano, iniciamos una nueva etapa, pedimos por nuestras necesidades, encomendamos a todos los que se acogen a nuestra intercesión. La presencia de María llena el alma de alegría, incluso en los momentos de prueba.

A tu protección nos acogemos, Santa Madre de Dios, no desoigas la oración de tus hijos necesitados, líbranos de todo peligro, oh siempre Virgen, gloriosa y bendita. Amén.

Recibid mi afecto y mi bendición:

+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba

 

 

 

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