Carta Pastoral del Arzobispo de Sevilla y Administrador Apostólico de Córdoba, con motivo de la Jornada de la Vida Consagrada.
Queridos hermanos y hermanas:
El próximo martes, 2 de febrero, fiesta de la Presentación del Señor, la Iglesia celebrará la Jornada de la Vida Consagrada, cuyo fin es manifestar su estima por este género de vida y dar gracias a Dios por el don inmenso y el signo extraordinario de la presencia amorosa de Dios en el mundo que son los consagrados, testigos de la esperanza y de la misericordia de Dios, testigos del amor más grande y anticipo y profecía de lo que será la vida futura. En ella, los consagrados darán gracias a Dios por el don de la vocación, por la predilección que el Señor ha tenido con ellos al elegirles y llamarles a su seguimiento para enviarlos como mensajeros y testigos. Con ellos dará gracias a Dios nuestra Diócesis, que tanto debe al trabajo de los más de 1.000 religiosos y religiosas de vida activa y a la oración constante de los cerca de 250 monjas y monjes contemplativos, a los que también tendremos muy presentes en esta Jornada.
A lo largo de los seis años en que he servido a nuestra Diócesis he pensado muchas veces qué sería de nosotros si no contáramos con la colaboración generosa de los religiosos sacerdotes en las tareas parroquiales, sin el compromiso evangelizador de los consagrados que trabajan en la escuela católica y sin la entrega abnegada de quienes sirven a sus hermanos en la pastoral de la salud, en la pastoral penitenciaria, en la catequesis y en la cercanía a los pobres, conscientes de que el Hijo de Dios se ha encarnado en la persona de cada hombre o mujer, especialmente en los más débiles, los marginados, los enfermos, los ancianos y los niños, en los que sufren y nos necesitan. Sin los consagrados nuestra Diócesis sería más pobre, su radio de acción sería más corto y, desde luego, no contaría con el testimonio y la santidad de tantos religiosos y religiosas que enriquecen con su presencia, oración y obras apostólicas a nuestra Iglesia. Así lo reconozco con gozo y gratitud.
En la fiesta de la Presentación del Señor, fiesta también del encuentro de Dios con su pueblo, representado por Simeón y Ana, os convoco, queridos consagrados, a renovar vuestro ofrecimiento y consagración al Señor, que tuvo su inicio en aquel primer encuentro con Jesús, fraguado en la intimidad personal, cuando os sentisteis seducidos y conquistados por Él y os decidisteis a seguirle y entregarle la vida, encuentro que después se selló en vuestra profesión religiosa.
En el Año Santo Compostelano, celebramos vuestra Jornada con el lema "Caminos de consagración". Como nos dice Mons. Jesús Sanz Montes, Presidente de la Comisión Episcopal para la Vida Consagrada, en la introducción a los materiales para esta Jornada, Santiago peregrinó hasta nosotros para darnos a conocer a Jesucristo. Desde hace siglos, han sido millones los hombres y mujeres que han peregrinado a Santiago para encontrarse con el Señor. Ellos nos han dejado “las señales iluminadoras que orientan nuestros pasos de hoy y los que mañana recorreremos”. Vuestros fundadores, por su parte, portadores de los carismas que el Señor les ha regalado, son también estelas que nos recuerdan palabras o gestos de Jesús, aspectos concretos de su mensaje intemporal, que ellos nos muestran con la palabra y con la vida. Sigamos esas estelas, que sin duda nos llevarán a hasta el Señor.
Vosotros, queridos consagrados, habéis tenido la dicha de encontraros con el Señor, lo mejor sin duda que os ha podido suceder en esta vida. Precisamente por ello, habéis de ser estelas y luminarias para que otros muchos hermanos experimenten el gozo del encuentro. El anciano Simeón, lleno de alegría por haber visto al Señor, alaba y da gracias a Dios para que los demás descubran al Salvador, crean y esperen en Él. Ana, después de haber conocido al Señor, glorifica a Dios y habla del Niño a todos los que esperan la salvación de Israel. María entrega al Niño a Simeón en un gesto de gran hondura apostólica.
Los que hemos recibido la gracia inmensa de ser llamados por el Señor, como María hemos recibido también la misión de entregarlo a nuestros hermanos. Somos mensajeros de la salvación, testigos de su presencia y de la acción salvadora de Dios en el mundo. Y todo ello desde la sencillez y el ocultamiento, desde el servicio humilde, desde el testimonio aparentemente irrelevante, pero profundamente eficaz por la acción del Espíritu.
Por ello, os aliento a vivir también apasionadamente la misión. Que María, madre de los consagrados, que en la fiesta de la Presentación del Señor lleva a su Hijo en brazos para que todos descubran en Él al Salvador, nos aliente a ser portadores de luz, lámparas vivientes en nuestras obras, en nuestras vidas, en nuestras tareas pastorales y en la vida de nuestras comunidades.
Para todos vosotros y para todos los fieles de la Diócesis, mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Administrador Apostólico de Córdoba