Apóstol por gracia de Dios

Carta Pastoral del Administrador Apostólico de Córdoba, D. Juan José Asenjo Pelegrina, con motivo del Día del Seminario. Queridos hermanos y hermanas:

El próximo día 22 de marzo, cuarto domingo de Cuaresma, celebraremos el Día del Seminario, una jornada eclesial de mucha raigambre en todas las diócesis de España. Su finalidad primera es sensibilizar a nuestras comunidades cristianas acerca de la importancia que tienen las vocaciones sacerdotales en la Iglesia, de manera que todos nos comprometamos en la tarea de su promoción con nuestra oración, acompañamiento y colaboración económica.

En el marco del Año Paulino, el lema de la campaña vocacional de este año es “Apóstol por gracia de Dios”. Hace referencia a la iniciativa divina de toda vocación, y en particular, de la vocación sacerdotal. En sus cartas, San Pablo se describe a sí mismo como “el menor de los apóstoles” (1 Co 15,9), de tal manera que no se considera digno de ser llamado apóstol, por haber perseguido a la Iglesia de Dios. Sin embargo, a renglón seguido afirma: “Por gracia de Dios soy lo que soy, y la gracia de Dios no ha sido estéril en mí” (1 Co 15, 10). Con estas palabras, el Apóstol ilumina la experiencia de toda vocación sacerdotal, que es un don de Dios, un acontecimiento de gracia, que transforma la vida del que es llamado, para ponerla al servicio de la obra redentora de Cristo.

Según él mismo nos refiere, el acontecimiento que da sentido a la vida de San Pablo acaece en el camino de Damasco. Derribado del caballo, se sintió “alcanzado por Cristo Jesús” (Flp 3, 12), que se convirtió en el centro de su vida y en el sentido último de su existencia, dedicando todas sus energías al servicio al Evangelio. A partir de ese suceso prodigioso, Pablo se sabe “siervo de Cristo Jesús, apóstol por vocación” (Rom 1,1). Como explicaba el Papa Benedicto XVI al comenzar el Año Paulino, con estas palabras San Pablo nos está indicando que pertenece total e incondicionalmente a Jesucristo y que es apóstol, no por iniciativa propia, ni por encargo ajeno, sino llamado y elegido directamente por Jesús. Precisamente en este don gratuito de Dios, y en su pertenencia a Cristo, va a poner toda su confianza misionera.

Por sus cartas, sabemos que se sentía poco dotado para la elocuencia y que compartía con Moisés y Jeremías la falta de dotes oratorias. “Su presencia física es pobre y su palabra despreciable”, decían de él sus adversarios (2 Co 10, 10). Los extraordinarios frutos apostólicos que cosechó no se deben, pues, a la brillantez dialéctica de sus discursos o a refinadas estrategias apologéticas y misioneras. Sus frutos apostólicos se deben a su compromiso personal al anunciar el Evangelio con total entrega a Cristo, entrega que no temía peligros, dificultades ni persecuciones (Rm 8, 38-39).

En la Audiencia General del pasado 10 de septiembre, Benedicto XVI nos ofreció una preciosa catequesis sobre las características del apóstol según San Pablo. La primera es “haber visto al Señor” (cfr. 1Co 9, 1), es decir, haber tenido con Él un encuentro decisivo para la propia vida. Es ésta la experiencia fundante de toda vocación. Pablo reconoce que ha sido llamado, casi seleccionado, por gracia de Dios, a través de la revelación de su Hijo, con vistas al alegre anuncio del Evangelio a los paganos (Ga 1, 15-16). Es el Señor el que constituye al llamado en apóstol, no la propia presunción.

La segunda característica es “haber sido enviado”. Esto es lo que significa la palabra “apóstol”: enviado, embajador, ministro plenipotenciario, portador de un mensaje. El apóstol debe actuar siempre como representante de quien lo envía. Por ello, Pablo se define a sí mismo como “apóstol de Jesucristo” (1 Co 1, 1;  2 Co 1, 1), es decir, como delegado suyo y totalmente a su servicio, poniendo absolutamente en segundo plano cualquier interés personal. El tercer requisito es la entrega al “anuncio del Evangelio” y a la edificación de comunidades cristianas vivas, llamadas también a dar testimonio del Señor resucitado.

El título de “apóstol” no constituye, pues, un honor. Compromete dramáticamente toda la existencia de la persona que es enviada. Los apóstoles son para San Pablo “colaboradores de Dios” (1 Cor 3, 9), instrumentos dóciles al servicio de Jesucristo, que actúa por medio de ellos. Por esta razón, están llamados a correr la misma suerte que el mensaje que anuncian, recibido –hoy como en tiempos de San Pablo–, con rechazo e incomprensión, como “escándalo y necedad” (1 Co 1, 23). Sin embargo, a pesar de que pueda llegar a sentirse “como la basura del mundo y el deshecho de todos” (1 Co 4, 13), y a pesar de todos los sufrimientos y contrariedades, el apóstol, según Pablo, tendrá siempre la alegría de saberse portador de la bendición de Dios y de la gracia del Evangelio.

La consideración de la vocación y la misión apostólica de San Pablo nos ofrece preciosas indicaciones para la celebración del Día del Seminario en este año. Necesitamos sacerdotes que respondan a la llamada de Dios con la entrega y la fidelidad del Apóstol de las gentes. Necesitamos jóvenes valientes, que estén dispuestos a ofrecer sus vidas al servicio del Evangelio, al servicio de la Iglesia y de sus hermanos. Dios sigue llamando, sigue buscando colaboradores fieles que participen de la misión sacerdotal de Cristo. La crisis vocacional que asola a nuestra vieja Europa no es crisis de llamada, sino de respuestas. De ahí nuestra responsabilidad a la hora de suscitar vocaciones, sostenerlas y acompañarlas. Seamos, pues, conscientes de que sin el “sí” total y generoso de nuestros jóvenes llamados por el Señor, no podrá ser creíble y eficaz la acción de la Iglesia, ya que, como afirma el Papa, “donde falta esta disponibilidad, falta el argumento decisivo de la verdad, del que la Iglesia misma depende” (Homilía 28-6-2007).

Antes de terminar, quiero dirigirme a los sacerdotes, consagrados, catequistas, profesores de Religión y padres cristianos, llamados todos ellos a colaborar con el Señor en la hermosa tarea de suscitar vocaciones, siendo los mediadores entre Dios que llama y los niños y jóvenes que reciben la llamada. No tengáis miedo ni vergüenza de prestar esta preciosa colaboración. Habladles de la vocación en las clases, en la catequesis, en el hogar, en la homilía y en las reuniones de formación. Encarezco especialmente este encargo a los responsables de la pastoral juvenil, de la pastoral universitaria y de los jóvenes de Acción Católica. Ayudaos de los seminaristas que un año más saldrán a nuestras parroquias a ofrecer su testimonio vocacional.

Este año contamos con 36 seminaristas en el seminario Mayor de San Pelagio, 23 en el Seminario Diocesano Redemptoris Mater, y 34 en el Seminario Menor. Todos ellos son un signo del amor y de la providencia de Dios para nuestra Iglesia diocesana. Demos gracias al Señor por su respuesta a la llamada, encomendémosles para que sean fieles
a la predilección del todo especial que el Señor ha tenido con ellos y pidamos insistentemente al Dueño de la mies que siga enviando obreros a su mies (cfr. Mt 9, 37).

Aunque no sea éste el aspecto más decisivo de la campaña del Seminario, sí que quiero recordar a todos que el Seminario necesita medios económicos para asegurar la mejor formación posible de nuestros seminaristas. Por ello, pido a los sacerdotes y religiosos con cura de almas que hagan con todo interés la colecta a favor del Seminario, al mismo tiempo que pido a todos que sean generosos con sus aportaciones económicas.

Pongo esta intención mayor, la pastoral de las vocaciones, en la que es importantísimo el testimonio luminoso y atrayente de la vida ejemplar y fiel de los sacerdotes y seminaristas, en las manos maternales de Santa María, Estrella de la Nueva Evangelización, bajo su advocación de la Fuensanta. La encomiendo también a la intercesión de San Pelagio y de todos los Santos de la Diócesis.

Para todos, y muy especialmente para los seminaristas y los jóvenes, mi saludo fraterno y mi bendición.

+ Juan José Asenjo Pelegrina
Administrador Apostólico de Córdoba

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