La Misión Diocesana acoge la charla-testimonio “Elección de vida. Dos banderas”, de Miguel Ángel Vázquez, miembro de Cursillos de Cristiandad
Miguel Ángel Vázquez Navarro, miembro del Movimiento de Cursillos de Cristiandad, ha concluido la jornada del martes, 19 de septiembre, ofreciendo su testimonio a todos los participantes en la Misión Diocesana que se está desarrollando en Hinojosa del Duque, un testimonio que ha titulado “Elección de vida. Dos banderas”.
Miguel Ángel nació en el seno de una familia creyente, pero poco practicante. “La religión para mí nunca fue realmente importante, de pequeño mi madre me enseñó a rezar y rezaba algunas noches, pero esto fue hasta que tuve 10 u 11 años, desde esta edad yo vivía totalmente alejado de Dios”, ha recordado Miguel haciendo un repaso por su infancia. Se casó siendo muy joven, con 24 años y su mujer con 20. Se fue a vivir a Huelva porque allí tenía su zona de trabajo y allí nació su hija Araceli. “Éramos un matrimonio joven, alegre, enamorados y felices. Como todo marchaba bien, yo pensaba que era autosuficiente, y que no me hacía falta nada ni nadie”. Por una mejora de trabajo, se mudó al Puerto Santamaría en Cádiz y allí nació su segundo hijo, Miguel Ángel, “todo iba de maravilla, me llamaron a Madrid y me ofrecieron ser jefe de ventas para Andalucía de la empresa para la que trabajaba, y me fue muy bien, me ofrecieron llevar también Cáceres y Badajoz, como seguía bien la cosa, me ofrecieron Toledo y Ciudad Real, después Murcia y Alicante, llegue a ser jefe de ventas de media España, ganaba como cinco o seis veces lo que había ganado siempre, pasaba las semanas enteras fuera de casa, y mi vida se convirtió, en pura fiesta, joven con dinero, y siempre fuera de casa, perdí un poco los papeles. Esto poco a poco fue afectando a mi familia, lo poco que estaba en casa, siempre con el teléfono apagado, siempre quitado de en medio para poder contestar a los mensajes que recibía, poco a poco mi matrimonio se iba convirtiendo en un infierno, yo siempre le decía a mi mujer, que de qué se quejaba, tenía dinero, su casa, sus hijos, ¿qué te falta? y siempre me decía mi marido”.
A pesar de tener esta situación en casa, Miguel Ángel no era consciente del problema que estaba acarreándose y siguió su vida dejando peligrar su matrimonio y es que, como él mismo ha relatado, se casó por la Iglesia por costumbre, pero nunca puso a Dios en el centro de su matrimonio.
Discusiones, reproches y enfados inundaron su matrimonio hasta el punto de que su mujer decidió irse a trabajar a Lucena con su hermano y llevarse a los niños. “Me decía que me quería con locura, pero que yo no estaba en esos momentos para vivir en pareja, que fuera a ver a los niños cuando quisiera, te los llevas, pero juntos esto es un infierno que solo puede ir a peor”, ha relatado asegurando que ese día y el día que su hija se abrazó llorando a él, sintió que todo lo conseguido hasta ese momento se derrumbaba.
Justo cuando su mujer estaba a punto de irse a trabajar con su hermano, visitó una peluquería en Alcolea y Dulce Mari, la peluquera de allí, se puso a hablar con Miguel y le dijo: “Yo este fin de semana he estado en un sitio que a usted seguro le encantaría, en un Cursillo de Cristiandad y es una experiencia preciosa”. “Yo le pregunté: ¿eso que es cosa de curas? Y la mujer muy graciosa me respondió que no, que también hay gente normal, yo como la veía tan eufórica, y era madre de una buena clienta no quería enfadarla, y empecé a preguntarle a ver cómo podía decirle que no sin que se enfadara”.
Miguel Ángel ha recordado cómo evitó ir al Cursillo con multitud de excusas hasta que un cursillista siguió llamándolo y consiguió que él mismo le diera vueltas a la cabeza hasta decir que sí iba, porque “con lo mal que estamos en casa, ya mi mujer con todo preparado para marcharse, mis niños sufriendo por las constantes discusiones, voy a preparar la maleta y me voy a hacer el Cursillo, que me gusta, me quedo, que no me gusta, yo tengo amigos y amigas para pasar un mes en Córdoba”.
Se presentó en la casa de Cursillos pensando que iba a un hotel y le chocó mucho la amabilidad de la gente y el trabajo que hacían allí a cambio de nada, para agradar a los que iban a realizar el Cursillo. “Yo no sabía qué era Cursillos, me llamaba mucho la atención que alguien me diera algo a cambio de nada, y cuando les preguntaba, todo esto porqué, me decían la frase famosa de Cursillos: Todo esto por ti, para que tu sin ningún obstáculo te encuentres con el Señor”.
En su testimonio, este cursillista ha ido desgranando cómo fueron pasando los días en San Pablo, la primera noche en la que le dijeron que había que estar en silencio para meditar pensó que Cursillos era una secta, el compañero de habitación era un seminarista que no paraba de rezar y su idea era todo el tiempo marcharse de allí sin decir nada a los demás. Llegaron las charlas e hizo lo que le dijeron, “cerrar el paraguas y dejar empaparse por la gracia de Dios”.
“El Cursillo fue para mí el parón que yo necesitaba en mi vida, tuve el tiempo y me orientaron, para que me diese cuenta de que mi rumbo no era el adecuado, me di cuenta que tenía una gran mujer, una gran persona, que su único pecado había sido quererme con locura desde los 14 años, tenía dos hijos sanos y maravillosos y no los estaba disfrutando, decidí que mi vida tenía que cambiar y que el centro de todo tenía que ser mi mujer, mis hijos y ese Señor que acababa de conocer allí”, ha asegurado este hombre que a día de hoy se considera un enamorado de Cursillos y de la gente que lo daba todo a cambio de nada.
Miguel dejó su puesto de jefe de ventas, se centró en la zona de Córdoba que se quedó libre, llevó a su mujer a realizar un Cursillo y en la actualidad son catequistas en su parroquia, además de miembros de la Escuela de Cursillos y de la Guardia de Honor. “Ahora sí el Señor es el centro de mi matrimonio y mi casa es una iglesia doméstica”, ha aclamado al finalizar su testimonio.
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