El domingo 29 de septiembre tenemos la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado. Esta Jornada la instituyó el Papa san Pío X en 1914, y ha ido adquiriendo cada vez más importancia, sobre todo en el pontificado del Papa Francisco, que ha hecho de este tema uno de sus temas estrella, reservándose de manera directa el impulso en esta acción evangelizadora
Ciertamente, es un signo de nuestro tiempo la gran movilidad humana provocada por la búsqueda de una situación mejor para uno mismo y para la propia familia, a los que hay que añadir los que tienen que trasladarse de lugar a la fuerza, por motivos de persecución o de guerra. Estos últimos superan los 100 millones de personas en todo el mundo, habiendo crecido en los últimos 10 años de manera exponencial y alarmante. Sólo en España han sido acogidos 163.220, y cada año aumentan más, especialmente entre los menores de edad. Es por tanto un fenómeno masivo, y un fenómeno de jóvenes generaciones, de futuro.
Y los migrantes en busca de una situación mejor superan hoy en España los seis millones de personas, procedentes de Marruecos, Rumanía, Colombia, etc.
No le toca a la Iglesia resolver el problema político de cuántos, qué cuota anual, qué lugares de procedencia privilegiar, etc. Es un problema muy complejo y desbordante, y hemos de evitar echarnos las culpas unos a otros. Probablemente todo hemos pecado en este campo y necesitamos conversión. Constituyen una avalancha de personas moviéndose por todo el mundo y accediendo a los países desarrollados por todos los caminos posibles: por tierra, mar y aire. Nos llegan imágenes continuamente de pateras y cayucos, que rompen el alma, porque son personas, Y en cada expedición mueren algunos cuando no naufraga la embarcación entera. Todo un drama, que termina en tragedia tantas veces.
A la Iglesia le corresponde hacer presente en la sociedad el mensaje de Jesucristo en torno a este campo tan delicado, en el que jugamos con personas, familias, situaciones inhumanas, violación de derechos, abusos, etc. A este respecto recordamos continuamente las palabras de Jesús: “fui forastero y me hospedasteis… A mí me lo hicisteis” (Mt 25). No podemos mirar para otro lado, no nos está permitido desentendernos del problema, como si a nosotros no nos afectara. Con paz y sin angustia hemos de afrontar la situación, aportando cada uno su grano de arena. Y las instituciones de Iglesia, sobre todo Cáritas, tanto parroquiales como diocesana, prestar la atención que esté a nuestro alcance.
Este año el Papa Francisco nos envía un mensaje, “Dios camina con su pueblo”, evocando la realidad de la presencia de Dios en medio de su pueblo y con su pueblo. Desde muy antiguo, el Pueblo de Dios es un pueblo peregrinante hacia la tierra prometida y hacia el cielo definitivamente. Y en ese camino, las gentes han sufrido todo tipo de carencias, de angustias y aprietos, de violación de sus derechos, etc. La conciencia de que Dios camina con su pueblo hace que veamos a Dios corriendo la misma aventura que corren tantos millones de personas en el mundo. Los migrantes y refugiados nos provocan en su situación a todos los cristianos a ser solidarios con el amor que viene de Dios. “En este sentido, los pobres nos salvan, porque nos permiten encontrarnos con el rostro de Dios”, recuerda el Papa. Vayamos a los pobres, vayamos a los emigrantes y refugiados, y nos encontraremos con Cristo que nos sale al encuentro.
La Conferencia Episcopal Española nos ha regalado ese documento “Comunidades acogedoras y misioneras. Identidad y marco de la pastoral con migrantes” (marzo 2024). Leamos y trabajemos este documento para trabajar en este campo tan apremiante de nuestros días.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba
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