“Descubrí mi vocación en un velatorio de un bebé”

Diócesis de Córdoba
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La diócesis de Córdoba comprende la provincia de Córdoba, en la comunidad autónoma de Andalucía y es sufragánea de la archidiócesis de Sevilla.

Brígida Adelayda López González es el nombre completo de la nueva religiosa cisterciense de Córdoba procedente de El Salvador (Centro-América). A sus 37 años, Sor Brígida ha realizado la Profesión Solemne para consagrar así su vida para siempre a Cristo, un deseo hecho realidad que la inunda de felicidad plena

¿Quién es Sor Brígida?

Soy Monja cisterciense en el Monasterio de La Encarnación. Discípula y esposa de Jesucristo. Imagen de Dios, buscadora de la verdad, de la bondad, de la belleza, de lo verdadero, de lo eterno, de la paz, de lo armónico.

Nací en el seno de una familia sencilla y cristiana en El Salvador, primogénita de ocho hijos. Me gusta la música, el canto, el baile y los amigos… Soy cercana, acogedora, abierta, con el deseo ardiente de crecer cada día como persona humana-divina y como cristiana, para que simultáneamente crezca también como hija, hermana, esposa y por supuesto, como ¡madre!

¿Cómo descubriste tu vocación?

Puede sonar paradójico pero fue en un velatorio a través de la Sagrada Escritura. Creo que todos tenemos una misión en el mundo y estamos en función de otros, aunque sea sólo para ser enterrados. Pues así fue mi caso. Acogiendo la fe que me han transmitido mis padres, a los 16 años de edad formé parte de una Comunidad del Camino Neo-catecumenal. Una hermana de la comunidad de ellos, dio a luz a una niña la cual salió del vientre materno sin vida. Antes de darle cristiana sepultura me dispuse a leer la lectura del Oficio del libro de Las Lamentaciones que dice: “Bueno es esperar en silencio la salvación de Dios” (Lm. 3,26). Palabra proclamada como espada de doble filo porque traspasó mi corazón y no dejó de resonar durante mucho tiempo en mi interior. Poco a poco me fui dando cuenta que el Señor me quería para Él, hasta que ya no me pude resistir.

¿Cómo imaginabas tu futuro? 

Siempre muy próspero y lleno de bendiciones porque en mi familia he visto la mano Providente del Señor. Siempre se manifiesta en el momento oportuno, por eso tengo la certeza de un futuro bienaventurado, el Cielo.

¿Cómo era tu vida antes de entrar a la vida religiosa? 

Llevaba una vida normal de cualquier joven “de mi tiempo” que ríe, baila, canta, sueña, grita, llora, que se rebela, se enfada, no se siente comprendido…, además de llevar un itinerario de fe, había una cierta insatisfacción, amargura y aburrimiento por falta de ideales o metas “más allá” de lo que mis cortas luces podían aspirar y que se quedaban un poco frustradas a pesar de haberlas logrado. A mis 21 años tenía un buen trabajo y estudiaba por la noche en la Universidad, salía de paseo con amigos y hermanos de Comunidad, el ambiente familiar era muy hogareño, alegre, sano. Siempre estuve rodeada de muchas personas que me manifestaban su cercanía y cariño. Aparentemente no me faltaba nada. Deseaba tener una vida ¡plena! y aunque la buscaba, mi sed no era saciada. Siempre quedaba un vacío existencial que nadie llenaba.

¿Qué diferencias y similitudes notas entre el antes y el ahora? 

Antes tenía una noción un poco ensombrecida sobre ¡quién soy yo, quién es Dios para mí, y en mi vida, para qué vivo, por qué existo! Creía en Dios, ¡sí!, pero mi vida no había sido completamente transformada, me faltaba algo. Comprendí que a pesar de haber recibido una tradición de fe, era necesario responder y optar por mí misma, esa es la diferencia. La fe es vivencial, existencial. Ahora, después de un tiempo de caminar en la vida monástica -relativamente corto pero con la esperanza de dar fruto-, e ir profundizando en mi relación con Dios, puedo decir que Él es mi Padre, que tiene un rostro, el de su Hijo Jesucristo. Imagen suya soy.

¿Por qué decidiste entrar en esta orden?

Porque me sentí identificada con ella y porque el Señor me lo fue indicando por medio de las mediaciones humanas que puso por “guías” en mi camino. Cuando conocí la Vida Monástica, me encontré a mí misma, ¡era lo que buscaba muchas veces sin saberlo! Sus elementos y frutos: la soledad, el silencio, la rumia de la Sagrada Escritura en la lectio Divina, el Oficio Divino, las sentencias(apotegmas) de los padres del desierto, el trabajo manual, la ascesis, el combate espiritual, todos ellos vivido en Comunidad vibraban en mí cuando lo iba descubriendo.

¿Cómo es tu día a día en el monasterio?

Nos levantamos a las 4:30 para la oración de vigilias que comienza a las 5 de la madrugada, y termina a las 9 de la noche con el rezo de completas y la salve cisterciense. El resto del día está jalonado por el horario que va indicando lo que hay que “ser y hacer”; puede parecer un poco rutinario, pero es completamente nuevo. Lo ilumina la Palabra de cada día, la Eucaristía celebrada y recibida, las hermanas que me acompañan y los acontecimientos; esto no quita que programe una serie de servicios pero ante todo está la caridad y la obediencia; y en raras ocasiones logro hacer lo que me había propuesto, es más, casi siempre hago todo lo contrario. Lo voy descubriendo, asimilando y saboreando a medida que voy caminando, es decir, a medida que voy viviendo porque estoy con Él, vivo con Él y quiero vivir siempre de Él.

¿Cómo son tus hermanas?

Vitales, entregadas o mejor dicho abnegadas, alegres, tenaces, veraces, sinceras, santificadas. Amantes y fieles servidoras de Jesucristo, del Papa, de nuestro Obispo y de la Iglesia universal.

¿Cómo te sientes?

Feliz, bendecida, completa, en paz y armonía, renovada, rejuvenecida (sobre todo en el espíritu). Agradecida por el don recibido de la vocación monástica y en deuda por tanto derroche de amor. Comprometida.

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