Cada año la Iglesia comienza el mes de noviembre conmemorando a los fieles difuntos, una ocasión para la Iglesia Universal, el 2 de noviembre, para rezar por aquellas personas que han dejado la vida terrena y gozan ya de la presencia del Padre. Los que se enfrentan a la pérdida de un ser querido no encuentran en la razón explicación para el paso a la vida eterna. Los cristianos, que tenemos en la resurrección, el misterio de nuestra fe, nos enfrentamos a la muerte con la esperanza de una vida mejor en la que no existen ni el dolor ni el sufrimiento
En su día a día el sacerdote diocesano, Francisco Javier Moreno, acompaña a las familias que así lo desean en el duelo al perder a un ser querido. Reconoce que es una labor “complicada y difícil” por lo que lo primero que hace es encomendarse al Señor en esos momentos tan complicados. Cada vez son más las familias que rechazan la presencia de un sacerdote en el tanatorio y que no acuden a la parroquia para la celebración exequial, lo que supone enfrentarse a “lo más difícil del ministerio sacerdotal” ha resaltado. Francisco Javier destaca que la sociedad muchas veces “vive sin Dios” y para esas personas “es muy difícil entender el misterio del sufrimiento y de la muerte”. Cuando tenemos una visión clara de Jesucristo y del sufrimiento de la cruz entendemos mejor la muerte, aunque el dolor de la pérdida “es siempre el mismo”.
Por su parte, Rafael Ruiz, intenta con sus palabras, gestos y oraciones participar en esos “momentos tan sensibles”. El sacerdote tiene la costumbre de acompañar en el tanatorio sólo a las familias de su parroquia. A la importancia del momento Rafael intenta siempre transmitir “un sentido de esperanza”.
No sentirnos solos para enfrentarnos al duelo es fundamental, Francisco Javier acompaña y consuela a familiares y amigos pero encuentra una clara diferencia cuando nos enfrentamos al duelo con el Señor a cuando lo hacemos de espaldas a Él. A menudo pedimos a Dios curación ante una enfermedad grave y si no lo hace nos revelamos, sin pensar que Dios, como dice el Libro de la Sabiduría, “no inventó la muerte”. Su propio hijo, que se hizo hombre, sufrió mucho dolor antes de morir en la cruz, para luego revelar el gran misterio de nuestra fe, la resurrección. Gracias al misterio de la muerte los creyentes alcanzaremos la vida eterna. Moreno Pozo se fija mucho en la Virgen María, que experimentó el dolor más grande que cualquier persona puede sentir, “ver morir a su hijo”, e intenta transmitir a quien está pasando el duelo que el “sufrimiento forma parte de la vida”.
Rafael Ruiz define dos realidades durante el duelo. La primera sería la estela que haya dejado el fallecido “de bondad y solidaridad”, que ayuda a la familia para aceptar la pérdida. La resurrección sería la segunda realidad de la que habla Rafael, porque “creer en la resurrección y la vida eterna ayuda bastante a vivir el momento del óbito con un sentido de fe y esperanza cristiana”.
En la búsqueda de nuestro consuelo para enfrentarnos al duelo no podemos echar la culpa a Dios, que a veces es lo fácil. Aceptar el dolor inmenso que nos provoca perder a un ser querido con fe nos ayudará a entender el misterio de la muerte. La promesa de la vida eterna allana el camino y nos hace soñar con una vida en la que no existe el dolor ni el sufrimiento. “La felicidad está con Jesucristo” ha recordado Francisco Javier, que ha aconsejado amarlo hasta enamorarse porque cuando “lo amas entiendes muchas cosas” que la razón no alcanza.
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