Antonio Gil hace un repaso por la vida de este sacerdote y su relación con él durante los años de su ministerio
Dedicar esta columna a don Gaspar, no es sólo un deber de conciencia profesional sino ante todo y sobre todo, un gozo intensamente sacerdotal y fraterno. Recién ordenado sacerdote, mi primer destino fue el Seminario de Nuestra Señora de los Ángeles, formando parte del grupo de superiores, con Gaspar, como Rector. Todo un año de convivencia sacerdotal, como si el Seminario se prolongara para mí, junto a la presencia de un hombre sumamente espiritual, fraternalmente cercano, respetuoso y cordial con todos, delicado y ejemplar en su testimonio de “hombre Dios” dedicado en cuerpo y alma a la formación de los futuros sacerdotes.
Como ocurre siempre, deprisa y corriendo, tuve que escribir su Obituario en las páginas del diario “Córdoba”, pensando que se ofrecería también la información facilitada por la delegación diocesana de Medios. No fue así y la columna quedó incompleta. Por eso, quisiera destacar ahora tres destellos que percibí en mi año, junto a él, en el Seminario de los Ángeles: “Primero, el rector, compañero y amigo de sus hermanos sacerdotes; segundo, su espiritu de un hombre de oración y de sagrario; tercero, el celo pastoral y la preocupación hasta en lo más pequeños detalles por sus seminaristas”. Poco a poco, en el transcurso de los años, Gaspar Bustos se convirtió en “antorcha y en brújula vocacional” para centenares de jóvenes, acogiéndoles, orientándoles, alentándoles y animándoles, en el decisivo momento de decidir el camino de sus vidas. Nuestro obispo, don Demetrio, destacó en el funeral y en nuestra revista, sus vertientes pastorales, no sólo con los sacerdotes y los seminaristas, sino a través de sus muchas tandas de ejercicios espirituales, predicados a religiosas y seglares.
Envuelta su vida en la misericordia de Dios, quede en nosotros su testimonio y para nosotros su intercesión en el cielo.
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