A la Parroquia de Santa Luisa de Marillac siguen llegando jóvenes. Dejan atrás travesías por mar, dolor y soledad. La Iglesia es casa y sustento para ellos. La acogida implica formación y desarrollo. Hablamos de “La Maleta de Luisa” esta vez para poner rostro a sus dueños. Este es un programa fuerte en sus convicciones, humilde en sus pasos pero firme en lo que cree. “Hay que recordar a la gente que tenemos que seguir amando, eso no es literatura, al mundo lo salva el amor”, una declaración que resume el compromiso del párroco, Miguel David Pozo
La maleta de Luisa es un programa parroquial sustentado en tres partes, la parroquia, con su párroco y su comunidad y las personas que colaboran y hace parroquia; Cáritas Diocesana, con el empuje de la creatividad en el empleo y los recursos; y la Fundación Don Bosco, con la maestría de saber porque puerta entrar para conseguir un permiso o efectuar un trámite, desde intermediadores culturales a expertos que agilizan documentación y los papeles.
La maleta de Luisa es un proyecto finalista, que persigue un objetivo, cuando lo cumple otras personas pueden integrarse. Para el párroco Miguel David Pozo, “la maleta de Luisa es una maleta física que el mundo te pone en la calle, con lo que eso significa, ¿dónde voy?, pues vas al lugar hasta donde empieces a ir”. La maleta recoge, da un hogar, una formación cultural y lanza a un trabajo a los jóvenes cuando ese proceso de tutela administrativa culmina, con este proyecto “te lanzamos pero no te dejamos”, asegura.
Un camino por delante
Hay casos como el primer chico que va a salir tras haber desarrollado el programa con un trabajo. Vivirá en un piso, se seguirá su acompañamiento y se le ayudará en lo que supone la gestión de una economía doméstica. Se persigue “no hacerlo huérfano de pronto y llevarlo al mundo laboral y a un piso en un Córdoba, esa maleta tendrá que tener ciertas redes con ellos”.
El sueño y la meta de la maleta es que el joven que entra salga hecho un hombre, dignificado porque pisa con seguridad, sin que nadie le pueda decir que no puede estar aquí, tiene para pagar su piso, para ayudar a su familia, en definitiva, tiene para ser feliz que es lo fundamental.
Ellos buscan la maleta porque hay muy pocos sitios donde encontrar y mucha personas buscando. “Cuando vienen les decimos qué es esto y se alegran porque les ofrecemos una cosa que en principio no se ofrece, ¿quién te da continuidad en el tiempo hasta que puedas estudiar?”. Es difícil, pero es lo que quieren, explica el párroco, porque su urgencia es tener un techo y un plato de comida. Por ejemplo, continúa el sacerdote, uno de los chicos que ha terminado hace unas semanas el proceso ha estudiado un grado medio de jardinería, se trata de “un chico estupendo estudiando pero se planteó dejar de estudiar porque en su casa hacía falta dinero. Le dijimos que no, que acabará su FP básica porque eso le daría trabajo”. Se intenta que los jóvenes entiendan la diferencia entre un trabajo puntual y mal pagado y la continuidad que ofrece la formación adecuada.
Estos chicos arrastran una biografía dolorosa y mediante el programa siguen el proceso de sanación que les reporta sentirse útiles. Cuando entran en la maleta hacen de ella su hogar, un hogar en el que tienen una responsabilidad. De puertas adentro viven en una casa que gestiona la parroquia, “hay pocos recursos y pocos técnicos, no es un piso de alta intensidad al uso. Ellos ya vienen de esos sitios y ellos quieren tener su sitio, su llave, el espacio donde invitar a un amigo, la cama en la que un día no madrugar y todas esas cosas”.
También tienen una responsabilidad que ejercer. En Fepamic desarrollan un voluntariado, preparando comidas y han empezado a formarse como monitores de Puerta Verde. El objetivo es sentirse útiles y mejorar sus capacidades, “ellos tienen que interactuar, primero porque tienen que saber que las cosas no son gratis, las cosas tienen un precio y el precio es tu trabajo que posibilita tu mesa, tu ropa y tu casa”. Es primera fase de su formación permite alejar costumbres menos constructivas: “vienen a una casa que tienen que cuidar y hacer suya y a una casa que es una iglesia en la que tienen que convivir y colaborar, y lo van haciendo de forma genial porque también ellos con sus historias dolorosas de vida se convierten en ejemplo y maestros de los que tenemos una vida con unos mínimos cubiertos”, asegura Miguel David Pozo
Yo en clase a los alumnos les digo que les voy a dar cinco euros y en un avión los voy a mandar a Rumania, les pregunto que me digan qué necesitan una vez que lleguen. Solamente se necesita una cosa, amor, alguien que te abrace, te mire, te diga ¿qué te pasa?.
Este programa presenta una ayuda puntual hasta que su capacitación les permita la total autonomía, aunque hay procesos que tienen más duración. Así, hay casos en los que no se cumplen las expectativas académicas porque arrastran analfabetismo y ninguna escolarización. Con este perfil, “en cuatro meses es imposible que se ponga al nivel, pero no le decimos que se vaya cuando está progresando y su actitud es positiva, a lo mejor necesita más tiempo. Pero al final tendrá una graduación que es lo que queremos”, relata el párroco para quien “cualquier corazón que ame puede expresar ese amor ayudando”.
Con la ayuda de muchos
Un Bizum, un donativo, una aportación más especial, ropa para que se vistan o profesores voluntarios para dar clase sostienen este programa. Este año un grupo de seis personas son las que están la parte académica en La Maleta. De lunes a jueves acuden voluntarios de dos atraes horas por la tarde. Pero no solo lo material significa ayuda, también “el afecto hacia una cosa ya es colaborar, ver a los chicos, oírlos y generar empatía o cariño hacia ellos, ya es ayudar a la maleta”, defiende el párroco que apela a la colaboración de empresas privadas para favorecer la integración de los jóvenes con aportaciones sencillas como camisetas para el verano o algún almuerzo los fines de semana.
Te tocan el alma porque entienden que hay alguien que no les pone plazo, aquí no hay límite. A la gente que está en la calle la salva el amor. Esto es de Dios, esto es la Iglesia y de aquí no se van.
Masamba, 17 años
Llegó a España en patera, no tiene familia en Europa y reconoce que en la maleta de Luisa “es muy feliz” porque vive bien, sin problemas, tienen un techo y posibilidad de estudiar. A pesar de ser menor de edad, tuvo que fingir que no lo era para poder llegar a España.
Mohassin, 22 años
Ha estado en la calle sin encontrar ayuda de ningún tipo, ayuda que encontró en la parroquia Santa Luisa de Marillac. Ya no está dentro del proyecto de la maleta pero asegura que lo han ayudado mucho, tanto en la maleta, como en la Fundación Don Bosco y Cruz Roja. Consiguió terminar la ESO y empezó un grado medio de ayuda a personas con dependencia, que tuvo que dejar para trabajar, y que le gustaría terminar algún día. Es padre de un niño de nueve meses
Voluntario, 26 años
Miguel Santacruz es voluntario de la maleta de Luisa y de la parroquia Santa Luisa de Marillac. Trabaja como monitor con los chicos, así como en su integración. Miguel asegura que es una experiencia “enriquecedora y gratificante” ser instrumento de Dios para ayudarlos. El joven se siente útil y recuerda la “cara de felicidad” de algunos de ellos al llegar y reconoce que “los voluntarios somos muy necesarios” en parroquias y proyectos como éstos.
Amín, 19 años
Lleva en España más de tres años, estaba en la calle y acudió a Santa Luisa de Marillac a “buscar ayuda”. Actualmente está estudiando y en un futuro le gustaría trabajar como mecánico. En la maleta reconoce que vive “en familia”, considera a sus compañeros como sus “hermanos” y a Miguel David como “un padre”.
Sekou 18 años
No tiene familia, sus padres murieron y está solo, asegura que en la maleta ha encontrado “la ayuda que necesito”. Antes de llegar a España estuvo solo en Senegal, Mali, Argelia y Marruecos.
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