La Iglesia necesita sacerdotes. Es una necesidad vital. Sin sacerdotes no hay Eucaristía, y la Eucaristía es el centro de la vida de la Iglesia. La Eucaristía es Jesucristo que sigue vivo y resucitado en medio de su Iglesia. Sin sacerdotes tampoco tendríamos el perdón sacramental, que tanto necesitamos para experimentar la misericordia de Dios en nuestras vidas y para alcanzar la paz del corazón.
La Iglesia necesita muchas cosas para subsistir, para llevar adelante la obra evangelizadora en todas sus dimensiones. Necesita recursos económicos, necesita personas en todos los estados de vida, necesita ardor misionero. Pero la presencia del sacerdote en medio del Pueblo de Dios es insustituible, porque Jesús ha fundado su Iglesia sobre el cimiento de los apóstoles, con Pedro a la cabeza, y ha trasmitido ese poder por medio del sacramento del Orden en la sucesión apostólica a lo largo de los siglos, hasta el final de la historia. El sacerdote pertenece a la estructura fundamental de la Iglesia.
En todo el mundo occidental hay escasez de vocaciones, por muchas razones, pero sobre todo por la crisis de fe. La vida se entiende por parte de muchos como una oportunidad de disfrutar, como una carrera continua por alcanzar el placer a toda costa, no como un proyecto de amor de Dios y una colaboración en su obra redentora. Dios sigue llamando, pero no siempre se escucha su voz. E incluso cuando se escucha esa voz, no siempre es fácil responder a la misma. Entender la vida como una vocación es la actitud previa para seguir esa llamada de Dios a cualquier estado de vida cristiano.
En este contexto, por tanto, cada vocación es como un milagro de Dios. En este año, nuestra diócesis de Córdoba es regalada con 7+2 nuevos presbíteros, nueve nuevos sacerdotes para la Iglesia. Siete serán ordenados este sábado 26 de junio, en la fiesta de san Pelagio, y otros dos serán ordenados el 22 de octubre, en la fiesta de san Juan Pablo II. Cómo no vamos a estar contentos. Estamos radiantes de gozo, nos sale la alegría por los ojos. El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres, dice el salmo 125. Es una alegría grande constatar que Dios sigue llamando, y hay jóvenes que al escuchar su voz han dicho que sí y se han puesto en camino de servir a Dios y a los hombres de nuestro tiempo en las cosas de Dios.
Al mismo tiempo, tanta gracia de Dios constituye un aldabonazo a nuestra responsabilidad. Los dones de Dios no son para propiedad privada, sino para compartirlos en la Iglesia universal, para recibirlos con gozo y compartirlos con generosidad. Y a tanta gracia de Dios, corresponde el cuidado de todos estos nuevos sacerdotes y de los que van saliendo en los últimos años de nuestros Seminarios. Cuidar la propia vocación, cuidar de nuestros sacerdotes ha de ser una tarea permanente de la diócesis, y más cuantos más sacerdotes jóvenes tengamos.
Cómo cuidar de nuestros sacerdotes. Primero, apreciando su vocación y la misión recibida para bien de todos en la Iglesia. Segundo, colaborando con ellos en la tarea apostólica común a todos, porque todos, cada uno desde su estado de vida, ha de colaborar en la tarea de la evangelización; y supone una gran suerte tener sacerdote con el que compartir el trabajo apostólico. Y tercero, acompañándolos en sus dificultades. “Este tesoro lo llevamos en vasijas de barro para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros” (2Co 4,7). Vasijas de barro, que se quiebran y se restauran. Oremos por nuestros sacerdotes, queramos a nuestros sacerdotes, colaboremos con nuestros sacerdotes. Constituyen un regalo tan grande para la Iglesia y tan imprescindible, que no podemos permitirnos el lujo de perderlos.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba
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