Rosa Yamileth, la novicia concepcionista que abrazó su vocación en un partido de fútbol

Diócesis de Cartagena
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La diócesis de Cartagena es una sede episcopal dependiente de la archidiócesis de Granada, en España. Su sede es la catedral de Santa María, situada en la ciudad de Murcia.

En el día de la Jornada de la Vida Consagrada, compartimos el testimonio de Rosa Yamileth, nueva novicia de las Hermanas Concepcionistas Franciscanas de la Orden de la Inmaculada, del Monasterio de San Antonio de Algezares (Murcia).

Cada 2 de febrero, fiesta de la Presentación del Señor, la Iglesia celebra la Jornada de la Vida Consagrada; este año con el lema Caminando en esperanza. En esta jornada, la Iglesia da las gracias a Dios por el don de la vida consagrada, la riqueza de sus carismas y su testimonio de entrega confiada al Señor.

En la Diócesis de Cartagena, se celebrará en fiesta trasladada este sábado, 4 de febrero, en la Catedral de Murcia, donde el obispo de Cartagena, Mons. José Manuel Lorca Planes, presidirá la Eucaristía. Comenzará a las 12:00 horas y reunirá a religiosas y religiosos de las distintas comunidades de la Diócesis, entre ellas las hermanas concepcionistas del Monasterio de San Antonio de Algezares (Murcia), que el pasado 8 de diciembre celebraban la imposición de hábito de una nueva novicia: Rosa Yamileth. Con motivo de la Jornada de la Vida Consagrada, compartimos su testimonio.

Testimonio de Rosa Yamileth, nueva novicia concepcionista:

Me llamo Rosa Yamileth. Nací en El Salvador y soy la última de 8 hermanos. Mi hermana Reina es monja en este monasterio de hermanas concepcionistas de Algezares desde hace 14 años. Ella fue la lamparita que iluminó mi vocación.

He crecido en una familia con una vivencia religiosa muy profunda. Mi madre me enseñó el amor a la Virgen y las virtudes cristianas como base para fundamentar la vida. Desde los 7 años me hacía preguntas: ¿Quién soy? ¿Para qué he nacido? La casa de mis padres está en un entorno natural de singular belleza; eso me ayudaba a recoger mi interior y a aprovechar el cielo estrellado y el silencio de la noche para reflexionar. Siendo aún pequeña, tuve la certeza de que sería religiosa y de que me iría antes de empezar la adolescencia, para entregársela también al Señor.

Una vez, en el grupo de jóvenes de mi parroquia, hicimos una dramatización como catequesis juvenil. En ella, yo me vestí de monja. Sentí entonces que el corazón me palpitaba más fuerte, porque era como vivir una verdad sin ser verdad. No tardé en escribir a mi hermana Reina contándole que quería venir al monasterio con ella, pero me dijo que con 15 años no podía. Tenía que esperar hasta tener 18. No me di por vencida: busqué otra congregación, la de las Franciscanas de la Purísima Concepción, y marché con ellas.

Me gustó el tiempo que viví allí con estas hermanas. Era feliz. Tenían un asilo de ancianos y yo no me achicaba en cuidar, lavar o hasta amortajar a los ancianos que fallecían. Pero yo sentía como una especie de «traición» por mi parte. Me agarré a mi devoción a santa Beatriz, fundadora de la Orden de la Inmaculada: leía libros sobre ella, hacía mi altar con sus estampas… y era como vivir donde quería, pero con el corazón en otra parte. Así que le di la espalda a mi vocación y me marché de nuevo con mis padres.

«Mi felicidad duraba 90 minutos. Cuando terminaba el partido, volvía a sentirme vacía»

Desde pequeña me gustó el fútbol. Me apunté a un equipo femenino y entre mi casa y el deporte transcurrían los días. Aparentaba estar feliz, pero en mi interior había muchos interrogantes.

Algo que no cambiaba nunca eran los largos ratos de silencio y oración que seguía haciendo todos los días. Me consta que mi hermana Reina rezaba mucho por mí, pero yo me mostraba huidiza en mis conversaciones con ella. Tenía miedo de que esa llamita que sentía volviera a encenderse con fuerza. Yo pretendía esconder algo que todos sabían a voces: la vocación. Estuve en esa rebeldía unos dos años.

Un día, en torno a las nueve de la mañana, recibí un mensaje de sor Eva, por entonces madre abadesa del monasterio. Me dijo algo así: «Dios llama una vez, es ahora o nunca». Mi respuesta en ese momento fue de evasión, porque le respondí: «Voy a jugar un partido, se lo dedico». Seguí jugando, pero mi mente ya estaba en otro lado. En medio del partido me detuve en el centro del campo, miré a mi alrededor y pensé: «90 minutos dura mi felicidad; cuando termina el partido, vuelvo a sentirme vacía, como antes».

Al llegar a casa escribí el mejor WhatsApp de toda mi vida: «Quiero ser lo que siempre he deseado, entregar mi vida a Dios en la vida contemplativa». Os aseguro que mi corazón comenzó a descansar y volví a sentir esa alegría que hacía mucho tiempo que no tenía.

¿Por qué Dios me eligió a mí? No lo sé, solo sé que me siento inmensamente amada por él y estoy eternamente agradecida.

El día 8 de diciembre tomé el hábito en la Orden de la Inmaculada. Fue una ceremonia sencilla pero muy entrañable; aún estoy viviendo ese estreno de hábito con fuerza. Una semana antes hice mis ejercicios espirituales, recorrí todo mi camino vocacional y solo puedo decir lo dichosa que me siento, porque no quiero ser únicamente charco de agua transparente, sino lago sin ondas en el que Dios se refleje todo entero. Que la Virgen María y santa Beatriz sean tierra de contemplación donde pueda permanecer viviendo sus mismas actitudes. En alabanza a Dios y a honra de la Inmaculada.

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