¡Ojalá rasgases el cielo y bajases!

Gritos de confianza se oyen en la primera lectura, son las aclamaciones de la experiencia religiosa de un pueblo, que sabe que, a pesar de las fechorías que ha cometido, el Señor siempre está cercano, perdona y da nuevas oportunidades. Este pueblo se reconoce pecador, tiene experiencia de todas las veces que se ha visto aplastado por sus propias miserias y pecados, pero busca el camino que le llevará al perdón, el camino que le llevará al Padre: «Tú, Señor, eres nuestro Padre», por eso lo invoca otra vez más y vuelve a pedirle a gritos que tenga misericordia.

En este tiempo de Adviento, que inauguraremos este domingo, se nos ofrecerá de nuevo la posibilidad de vivir la salvación, la cercanía de Dios, la confianza y la esperanza de la salvación, aunque estemos en días tristes. La Palabra que proclamaremos en este domingo nos ayudará a descubrir el camino hacia Dios, hacia el Padre nuestro, como hizo el pueblo de Israel. En la Iglesia, que es maestra en humanidad, se nos invita a contemplar nuestra situación actual para que no tengamos reparos en volver a gritar a Dios que rasgue los cielos y baje, que nos ofrezca el más precioso tesoro que encierra en su corazón, la esperanza más viva: Jesucristo.

El Adviento, que comenzamos, nos habla de la virtud más hermosa que anhelamos, de la esperanza. Nos hace mirar el mañana con confianza y valentía, pero esta esperanza no olvida y tiene en cuenta el hoy de cada uno con realismo, con sus dificultades y alegrías, ya que si no sucediera esto así sería una esperanza ilusoria. Solo la Iglesia se atreve a hablar de una esperanza con lenguaje positivo, la Iglesia habla siempre de una esperanza verdadera y creíble, porque nos habla de Cristo y, en medio de los vacíos de futuro que protagoniza el mundo, en la Iglesia se nos abren las puertas para que contemplemos al Salvador, al Redentor, «quien, al venir por vez primera en la humildad de nuestra carne, realizó el plan de redención trazado desde antiguo y nos abrió el camino de la salvación; para que cuando venga de nuevo en la majestad de su gloria, revelando así la plenitud de su obra, podamos recibir los bienes prometidos que ahora, en vigilante espera, confiamos alcanzar» (Primer Prefacio de Adviento). En una sociedad que anda sin rumbo, la Iglesia muestra al Mesías, al Señor… dice que hay esperanza, que hay otros valores más importantes que el dinero, los negocios, las cuentas corrientes… que está el hombre, al que hay que salvar, que está Dios ofreciéndonos los bienes prometidos.

Sí, efectivamente, cuanto más precaria se hace la seguridad de los hombres, tanto más fuerte y responsable se hace la esperanza de la Iglesia, que abre caminos para la vida. La Iglesia ora con realismo ante las necesidades de los hombres, no pone “paños calientes”, ni adorna con lenguajes confusos el sufrimiento del prójimo. Por eso nos ofrece el mejor remedio para la crisis, para todas las crisis: Jesucristo. La tarea de los cristianos es ahora la de presentar al mundo la verdadera solución, presentar a Cristo, la experiencia vivida de la fe, la invocación sentida y sincera de una nueva venida del Señor en nuestra vida personal. Ya sabéis vuestra tarea en este tiempo: predicar a Cristo con la palabra y con las obras e intensificad vuestra fe y confianza en Él. Somos de la verdad.

+ José Manuel Lorca Planes
Obispo

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