No apaguéis el Espíritu

Escrito de Mons. Lorca Planes, Obispo de Cartagena, para el III Domingo de Adviento.

En la segunda lectura de este domingo nos dice muy claro San Pablo: «no apaguéis el Espíritu, no despreciéis el don de la profecía», porque tener el Espíritu del Señor es estar ungido por Él. El que tiene el Espíritu del Señor tiene un poder que le supera, una fuerza positiva capaz de crear, de consolar al que sufre; el que tiene el Espíritu del Señor hace milagros: puede vendar los corazones desgarrados, proclamar la amnistía a los cautivos, liberar a los prisioneros; su tarea se centra en anunciar el tiempo de la gracia… En las lecturas de la liturgia de la semana pasada había una clara invitación a colaborar con el Plan de Salvación de Nuestro Señor, allí se resaltaba que nada de brazos caídos, que debemos abrir caminos. Al que hace caso a Dios y no le cierra la puerta de su ser le espera el gozo y la alegría. En lo mismo insiste el profeta Isaías, porque quien tenga el Espíritu tiene asegurada la fidelidad (Ex 39,29), ya que el don del Espíritu es universal, para todo hombre de cualquier raza y condición (Ac 2,23; Ef 1,2).

En Adviento no tenemos que cerrar las puertas al Espíritu, estamos llamados a ser heraldos, mensajeros al estilo de San Juan Bautista, testigos de la luz para que todos vengan a la fe; servidores de la Palabra y mensajeros de Buenas Noticias. Nuestra meta es seguir a Cristo y ser dignos de Él. Os animo en este tiempo a poner el acento en la experiencia personal, interior, de espera y de vigilar en el momento presente de nuestra historia, cuando estamos todavía de camino hacia la plenitud de la vida en Cristo. «¿Sabéis lo que es tener un amigo lejos, esperar sus noticias y preguntaros cada día qué estará haciendo en ese momento o si se encontrará bien?… Velar en espera de Cristo es un sentimiento que se parece a todos estos –decía el Cardenal H.J. Newman-, en la medida en que los sentimientos de este mundo pueden ser semejantes a los del otro mundo». Se espera lo que se desea. Se desea aquello que se necesita. ¿Cómo podemos decir que esperamos al Señor si no lo deseamos, o que lo deseamos si no sentimos necesidad de su presencia? Sin deseo, no hay esperanza, sin necesidad no hay deseo. Y sin estas componentes de la espiritualidad del Adviento, la oración del deseo y de la esperanza pierde su verdad y su fuerza expresiva.

Lo más extraordinario que nos podría pasar es colaborar con el Señor para que nuestros amigos, vecinos, compañeros… puedan reconocer el rostro del Señor, porque está en medio de nosotros, aunque no le conozcan. Es hora de dar pasos adelante. En este Adviento sí puedo hacerlo. En este Adviento me convertiré al Señor.

+ José Manuel Lorca Planes

Obispo de Cartagena

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