Misa Crismal

Homilía del obispo de Cartagena, Mons. José Manuel Lorca

Queridos hermanos sacerdotes,

Ya estamos en la Semana Santa, después de haber recorrido un camino penitencial y de interiorización, como es la Cuaresma. Desde el comienzo de la misma todo nos hacía contemplar el rostro crucificado y glorioso de Cristo, para poder aprender a hacer la voluntad de Dios. Haber tenido el don del encuentro personal con el Señor –y en este día sacerdotal puedo presumir que todos y cada uno de vosotros mis hermanos en el sacerdocio lo habéis tenido– nos ha permitido gozar de una gran esperanza, incluso en medio de las persecuciones, esta experiencia ha reavivado en nosotros el deseo de una vida evangélica más intensa y nos ha puesto en el horizonte de la misión, del anuncio de la Buena Noticia.

San Juan Pablo II nos decía que la invitación de Jesús a remar mar adentro aparece como respuesta al drama de la humanidad, víctima del odio y de la muerte, pero nunca para ser vencidos o derrotados en medio de la jungla de amarguras y desesperanzas a la que te arrastra la condición humana que vive alejada de Dios. No, el Señor tiene otros planes y otros métodos, Dios nos llama para la salvación y para la misericordia; estimula en muchos la nostalgia de un mundo distinto que ya está presente en medio de nosotros. Nos llama a la esperanza y a la vida, pasando necesariamente por la misma puerta de la Vida, que es Cristo. Pero ya conocemos el estilo de Jesús, nos exige a cada uno una verdadera conversión para darle más impulso a la misión profética que nos encomienda. Se trata, como comenta el Papa Francisco, de una alegre respuesta al amor de Dios que nos convoca a la misión y nos vuelve plenos y fecundos (Francisco, E.G., 81).

Ninguno de los sacerdotes ha olvidado esta invitación determinante, que la escuchamos especialmente en el día de nuestra ordenación sacerdotal: ¡No tengas miedo! Tenemos una razón para hacer caso: He aquí que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo (Mt 28, 20). Primero, porque son Palabra de Dios; segundo, porque, como con los discípulos en el camino de Emaús, se hace nuestro compañero de viaje y nos da su Espíritu. Solo Él, presente entre nosotros, puede hacernos comprender plenamente su Palabra y actualizarla, puede iluminar las mentes y encender los corazones.

Me vais a permitir, queridos sacerdotes, que os pida, como misioneros de la esperanza y hombres de Dios, que saquéis de lo más hondo de vuestro ser un renovado impulso para hacer presente, en medio de la realidad que nos ha tocado vivir, el Evangelio desplegado, la presencia de Jesús Resucitado, por medio de nuestras palabras y de nuestras obras, tal como nos explica San Pablo que Cristo es la única razón de ser de su existencia: Y mi vida de ahora en la carne, la vivo en la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí (Ga 2, 20). Pero pidamos también al Altísimo la gracia de ser sacerdotes más misericordiados y más misericordiosos. Nos podemos centrar en la misericordia porque ella es lo esencial, lo definitivo. Por los escalones de la misericordia (cf. Laudato si’, 77) podemos bajar hasta lo más bajo de la condición humana —fragilidad y pecado incluidos— y ascender hasta lo más alto de la perfección divina: «Sean misericordiosos (perfectos) como su Padre es misericordioso», dice el Papa Francisco en una meditación al clero en 2016. La misericordia reaviva la esperanza.

Doy gracias a Dios, queridos hermanos, por vuestra entrega ejemplar y generosa cada día en las parroquias y en las mil actividades que lleváis poniéndoos al servicio de los movimientos, asociaciones, hermandades y cofradías; gracias por el cuidado de la liturgia y las celebraciones eucarísticas de adoración a Nuestro Señor, gracias por vuestras incontables tareas pastorales entre los niños, jóvenes, adultos, ancianos, enfermos… Doy gracias a Dios porque os desvivís apoyando y ayudando a las familias, por la importancia que tiene este don de Dios. Me consta que no pasan desapercibidos de vuestras vidas consagradas los más débiles, los pobres y desheredados, que gastáis muchas energías y muchas atenciones en facilitar las ayudas por restablecer la dignidad de estos hermanos y cuidar sus necesidades, a través de Caritas parroquiales u otras instituciones ejemplares; doy gracias a Dios porque ayudáis a muchos voluntarios y porque les habéis abierto las puertas a la belleza de la acción caritativa… y todo en el silencio del amor. Sois grandes, eficaces, generosos, pero sois ¡hombres de Dios!, con vidas ejemplares, donadas por la causa de Nuestro Señor. Admirados y criticados, fuertes y frágiles a la vez; lo mismo estáis dando ánimo y fortaleciendo a los fieles a mirar el árbol de la Cruz, para salir adelante en medio de las dificultades, que en otras ocasiones tenéis que suplicar a Dios que os de la fortaleza para seguir cumpliendo la misión. Nadie os podrá arrebatar la alegría de servir, el gozo de ayudar, la ilusión por la formación de los que se os han confiado, sean niños, jóvenes o adultos… Nadie os podrá borrar la imagen de Nuestro Señor misericordioso grabada en vuestro corazón, aunque os persigan y calumnien… Sois hombres de fe y la fe os protege y ayuda… Acordaos cómo desde el comienzo de la vida en el Seminario Mayor vuestro nombre está protegido en el corazón de Santa María, Reina de los Corazones, La Señora. A Ella os encomiendo hoy.

No se cómo decir más alto y mejor lo orgulloso que estoy de mis hermanos sacerdotes, del presbiterio de la Iglesia de Cartagena, del que siempre me he considerado miembro. Imposible olvidar vuestra constante colaboración en los proyectos pastorales, vuestra ejemplar acogida y vuestro recto proceder con el fin de que la Iglesia de Cartagena se mantenga en la unidad y en la comunión con su obispo y con el Santo Padre de Roma, el Papa Francisco. Que Dios os lo pague.

El Año Jubilar de Caravaca está siendo una verdadera fuente de gracia y de bendiciones, tanto para los peregrinos, como para toda la Iglesia. Roguemos al Señor para que los frutos del Año Jubilar den el fruto de un encuentro con Cristo Vivo, Puerta de la Vida y les ayude a todos los que se pondrán en marcha, al encuentro de la Santísima y Vera Cruz.

Mis oraciones por los religiosos y religiosas de nuestra Diócesis, que mantienen viva la llama de los carismas y de la fe. Tengo presente a los seminaristas del Seminario Menor de San José y de los Seminarios Mayores San Fulgencio y Redemptoris Mater. También a los sacerdotes ordenados el pasado curso: Jesús Sánchez, Doménico Pío Greco, Saúl Sánchez, Genildo do Nascimento, David Álvarez, Miguel Ángel Alarcón y Sergio Palazón Cuadrado. Incluyo a los sacerdotes incardinados en esta Diócesis este año: Diego José Fernández Expósito y José María Gómez Fernández.

Encomendamos a Nuestro Señor a los sacerdotes que han estado trabajando toda su vida por la causa del Evangelio y desde el Martes Santo pasado hasta el día de hoy, han pasado a la presencia del Padre: Francisco Pag&a
acute;n, Dámaso-Eyi Ncogo, Luis Martínez Mármol, José Nicolás, Pablo Cabrera, Francisco Martínez Zapata, Antonio Fernández Marín, Pedro Ortíz Cano, Joaquín Alarcón, Juan de Dios Pérez, José María Sánchez, Joaquín Martínez Guillamón y José Antonio Sánchez Jímenez. Descansen en paz. Pido también oración por los sacerdotes que están hospitalizados y aquellos que están en casa enfermos. Nuestro recuerdo especial para ellos en este Martes Santo.

Que Dios os bendiga a todos y os conceda la paz para que podamos seguir viviendo en la unidad.

+ José Manuel Lorca Planes
Obispo de Cartagena

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