Lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre

Escrito del Obispo de Cartagena, Mons. José Manuel Lorca Planes, en el Domingo XXVII del Tiempo Ordinario.

Os animo al comienzo de estas líneas a dar gracias a Dios, porque amanecen días como este domingo, dar gracias por las palabras que escucharemos en la Eucaristía, la grandeza del hombre y de la mujer, creados por amor. El Señor nos muestra, en la Palabra y en la vida, hasta dónde alcanza el milagro del amor, hasta dar la vida, porque se trata de un amor de entrega, capaz de superar el escándalo de un amor mezquino y desconfiado, cerrado en sí mismo, sin paciencia con los otros. En la celebración eucarística de este domingo oiremos como el autor de la creación ha creado al hombre y a la mujer como pareja, iguales en dignidad, con vocación de familia para la eternidad. La familia tiene carta de ciudadanía divina que le dio Dios. La familia, dice el Papa Francisco, es la fábrica de esperanza y de vida, no podía ser otra cosa, porque el amor abre las puertas a la grandeza del corazón. Pero podríamos decir muchísimas cosas más, vale lo que les recordaba el Papa Francisco a los cubanos en Santiago: en la familia, «los egoísmos quedan chiquitos», es precisamente en casa, donde aprendemos la solidaridad, donde aprendemos a no ser avasalladores. Es en casa donde aprendemos a recibir y a agradecer la vida como una bendición y que cada uno necesita a los demás para salir adelante. Es en casa donde experimentamos el perdón, y estamos invitados continuamente a perdonar, a dejarnos transformar. Es curioso, pero en casa no hay lugar para las caretas.

Cuando escuchemos el evangelio veremos como se plantea el principio de un grave problema, causado por dejar de contemplar el rostro de Dios, dándole la espalda al proyecto original de Nuestro Señor. Lo que sucede en ese caso es que se le abre la puerta al desamor, al pecado. Cuando el hombre y la mujer se olvidan del proyecto divino no es extraño que el amor quede reducido a una pura búsqueda de sí mismo, a una relación que ignora y destruye el verdadero amor y aparezca el deseo de dominar el uno al otro. Los pecados personales precipitan una relación herida, que necesita ser sanada. ¿Cuál puede ser la vía para la curación? Algo sencillo, romper esta lógica del pecado y buscar una salida: el cambio del corazón. Se podría comenzar con el diálogo, haciendo un alto en el camino, un momento de intercambio vivido en la verdad bajo la mirada del Señor, mirando de nuevo a Dios y dándole gracias, saber perdonarse, valorando el respeto recíproco y la atención al otro.

Jesús, ante la pregunta sobre el divorcio, recuerda las exigencias de la alianza entre el hombre y la mujer en cuanto queridas por Dios al principio. Su respuesta va en la línea de que la fidelidad es más fuerte que el pecado. Con la fuerza de la Resurrección es posible creer en la victoria de la fidelidad sobre las debilidades, sobre las heridas sufridas y sobre los pecados de la pareja. En la gracia de Cristo, que renueva su corazón, el hombre y la mujer se hacen capaces de librarse del pecado y de conocer la alegría del don recíproco.

+ José Manuel Lorca Planes

Obispo de Cartagena

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