Las parábolas del reino

XXVIII domingo del Tiempo Ordinario

Jesús se está sirviendo de estas parábolas para hablarnos de la grandeza del amor y de la misericordia de Dios y de todo lo que hace para nuestra salvación, para que demos frutos de buenas obras por la fe, la vida, el amor que nos regala, pero tampoco nos ha ocultado que su pueblo fue muy ingrato para con Dios. Jesús habla con mucha claridad por medio de estas parábolas y se dirige a los destinatarios, sumos sacerdotes y guías de Israel, que las entendieron demasiado bien. La parábola que destaca este domingo el evangelio resume la historia de Israel y a la vez es la profecía del hecho dramático de la entrega del Hijo de Dios a la muerte; es la historia de la obstinación, de la incredulidad… Debemos imaginarnos hasta dónde llega la grandeza del corazón de Dios y cómo se fía de nosotros, cuando nos pone al frente de su viña, la que él ha cuidado con tanto esmero. La sentencia de Dios, aunque muy dura, es coherente: la viña se dará a un nuevo pueblo que produzca sus frutos.

La Palabra de esta semana nos obliga a preguntarnos sobre cómo estamos respondiendo nosotros ante todos los dones que nos ha dado el Señor, ¿acaso estamos repitiendo la misma historia de ingratitud? Que cada uno toque su corazón y se examine sobre las respuestas que le da a Dios. Debemos saber que somos propiedad de Dios y que él tiene infinita paciencia, pero no se rinde y siempre vuelve a pedirnos los frutos de su gracia, porque esta historia continúa hasta el final de los tiempos. Dios sale a nuestro encuentro recordándonos las prioridades de la vida cristiana: primero el reino de Dios y su justicia, que lo demás puede esperar. Sobran nuestras ambiciones, las ansias de poder y de tener; están de más nuestros deseos de atesorar, porque estas cosas no nos salvan, quien nos salva es el que ha vencido a la muerte, el que venció en el árbol de la Cruz y vive. Él sigue siendo el Heredero, el Hijo no ha muerto, es el que nos da la vida.

El reino de Dios es completamente distinto a los de la tierra. En el relato de la Pasión, Jesús dice a Pilatos: «Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz» (v. 37). Jesús habla de rey, de reino, pero no se refiere al dominio, sino a la verdad. Jesús ha venido para revelar y traer una nueva realeza, la de Dios; ha venido para dar testimonio de la verdad de un Dios que es amor (cf. 1Jn 4,8-16) y que quiere establecer un reino de justicia, de amor, de vida y de paz. En la segunda lectura escucharemos un texto de san Pablo a los filipenses, donde el apóstol nos exhorta a que asimilemos todo lo bueno que encontremos en la vida, todo eso debe ser objeto de nuestra preocupación, porque en todo lo bueno hay una huella de Dios creador y salvador: «Todo lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable; todo lo que es virtud o mérito, tenedlo en cuenta» (Flp 4, 8-9).

Está claro que Cristo no viene a destruir nada, lo que quiere es que volvamos a él con un generoso arrepentimiento, que salga del fondo de nuestro ser, porque Dios quiere restaurarnos, vuelve a mostrarnos su rostro brillando y nos da la salvación. ¡Cuántas oportunidades nos da el Señor para entregarle los buenos frutos!

Que el Señor os bendiga. Feliz domingo.

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