La victoria de Cristo frente al diablo

Escrito del Obispo de Cartagena en el I Domingo de Cuaresma.

Esta semana comenzamos la Cuaresma y a nadie le es desconocida la insistencia de la Iglesia en la escucha de la Palabra y en la preparación al ayuno, para llegar a una verdadera conversión, y alcanzar así, el estilo de vida, para hacer siempre la voluntad de Dios. Podemos leer despacio el Evangelio, que trata de las tentaciones de Jesús. Posiblemente tendremos que superar la primera tentación, cuando nos surja aquello de «este pasaje ya lo conozco, no es necesario detenerse en él», porque aquí comenzará la necesidad del proceso de conversión: guardando silencio interior y escuchando a Dios. En el relato que nos propone el evangelista Lucas, se nos desvelan los secretos del tentador, cuya intención es apartar a los hombres de Dios, apartarlos del plan salvador; su pretensión es alejar, para que pierdan el uso de la verdadera libertad. La tarea del tentador es romper la comunión con Dios para que desarrolles la fe en ti mismo, una fe egolátrica; desde luego, lo hace con mucha sutileza. Su intención es llevarte al éxodo, a que salgas de tu tierra, de la seguridad que te da el saberte hijo de Dios, para sembrarte de dudas y desesperanzas, lo que pretende es llevarte a la esclavitud del orgullo.

Nos preguntamos que por qué Cristo permitió ser tentado y los santos padres dan la respuesta a esta cuestión: Nuestro Señor nos conoce perfectamente y sabe de los peligros a los que estamos sometidos, por esta razón ha querido ir delante de nosotros para enseñarnos a vencer las tentaciones. Su ejemplo nos sirve de advertencia, para que nadie, por seguro que se tenga, se descuide. Santo Tomás de Aquino decía que Jesús permitió que el demonio lo tentara, «para infundir en nosotros la confianza en su misericordia». Por esto se dice en Heb 4,15: «No tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, pues fue tentado en todo, a semejanza nuestra, menos en el pecado».

Nuestro Señor es el Buen Pastor y, precisamente por su misión y con el ejemplo, cuida de nosotros, nos da el alimento que nos fortalece, su Palabra y los sacramentos; además vigila para que nada malo nos suceda, por eso en este relato hace una llamada a nuestra libertad, para que espabilemos. En el desierto, el demonio pretende que Jesús se aparte de la voluntad de Dios: Primero, ante el hambre que sufre Jesús, el tentador le dice que convierta esas piedras en panes y la respuesta de Jesús está en el Padrenuestro: «danos nuestro pan de cada día» (al Padre); luego le lleva a lo alto del monte ofreciéndole todo lo que ven sus ojos, y Jesús responde, siguiendo también el Padrenuestro: «Venga a nosotros tu Reino», el de la verdad y el del amor, no el mío; y en tercer lugar, quiere forzar la voluntad de Jesús para que renuncie a Dios, pero la respuesta es contundente: «Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo».

En la Palabra está claro cómo se subraya la victoria de Cristo frente al diablo y cómo hay que permanecer en el plan de Dios, en la voluntad de Dios, que no va contra el hombre, sino respetando su libertad. Confiar en el Espíritu es la garantía de saber permanecer. La Iglesia nos pide en este tiempo oración y ayuno, sabemos el por qué: «Esta clase (de demonios) sólo puede ser expulsada por la oración y el ayuno» (Mt 17,20b).

+ José Manuel Lorca Planes

Obispo de Cartagena

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